![Dentro del Alma: ¿hay alguien ahí?](/xlsemanal/wp-content/uploads/sites/5/2024/05/observatorio-alma-atacama-chile-a.jpg)
La búsqueda de vida en el Universo
Secciones
Servicios
Destacamos
La búsqueda de vida en el Universo
Martes, 18 de Junio 2024, 14:00h
Tiempo de lectura: 6 min
Estamos solos en el universo? Aquí, en el desierto de Atacama, a 5000 metros de altitud, esta pregunta recurrente a lo largo de la Historia no es una cuestión filosófica, sino un objetivo científico. «Me gustaría saber cómo de común es la formación de sistemas planetarios parecidos al nuestro y si la vida, tal y como la conocemos, se podría originar en cualquier parte del universo», lo explicaba la astrónoma madrileña Itziar de Gregorio, mientras era jefe de programas y una de los cinco astrónomos españoles que han trabajado en ALMA, las siglas en inglés de Gran Conjunto Milimétrico/Submilimétrico de Atacama. Inaugurado en 2013, ALMA es el observatorio astronómico más grande e importante del mundo. Un proyecto científico creado con la colaboración internacional de más de una veintena de países, entre ellos España, que explora el universo para tratar de responder, entre otras, a esa pregunta.
Los responsables de ALMA saben que no es sencillo explicar qué hacen aquí. Como dice la astrónoma estadounidense Adele Plunkett, que ha trabajado durante 9 años en Chile, «sabemos lo que estamos observando, pero no lo que estamos viendo». Para que pueda entenderse, dicen que desde aquí detectan y observan colores que ni siquiera conocemos. O que la luz es un carrete de miles de kilómetros del que nosotros solo podemos ver un fotograma.
Porque ALMA no dispone de telescopios ópticos, como los que ya usó hace más de cuatro siglos Galileo para mirar al cielo estrellado, sino radiotelescopios que captan ondas de radio, las señales más bajas del espectro electromagnético. Y esas son las ondas del conocido como 'universo frío', los procesos físicos de baja energía que se producen en el exterior.
Un total de 66 antenas trabajan coordinadas para formar el telescopio más grande del planeta. Se encuentran agrupadas en un perímetro de 15 kilómetros por el llano de Chajnantor, en Atacama, el mejor lugar del mundo por sus condiciones climáticas para contemplar el universo. A esa altura de 5000 metros está garantizada la ausencia de humedad en la atmósfera, que alteraría las observaciones. Allí, 250 personas de 60 países, entre técnicos y astrónomos, se ocupan de que nada falle y de dirigir las cientos de observaciones que se hacen en turnos de 8 días y 6 de descanso.
Cuentan en ALMA que 2017 fue el primer año que el observatorio estuvo de verdad a pleno rendimiento y que el resultado fueron 243 artículos científicos publicados. Gracias a las imágenes que se han obtenido con esas antenas –imagínese 66 ojos mirando a la vez y un cerebro formando la imagen con todos los datos recibidos–, se ha detectado por primera vez la presencia de moléculas orgánicas complejas en un disco protoplanetario alrededor de una estrella joven: el tipo de moléculas necesarias para que se origine la vida.
Y también se ha podido ver el nacimiento de una estrella y las explosiones de gas que se producen durante el proceso, confirmando así que esas explosiones no solo suceden con las supernovas, con la destrucción de una estrella, sino a su vez en su formación.
«ALMA nos está empezando a dar información de cómo se formaron las ALMA ya está dando información sobre cómo se formaron las primeras galaxias. Ha permitido ver el nacimiento de una estrella primeras galaxias y cómo se forman sistemas planetarios parecidos al nuestro», ensalza De Gregorio. Ella, como astrónoma, trabaja en el campo base del observatorio, a 2600 metros, donde se encuentra la mayor parte de las instalaciones, desde las zonas de vida como dormitorios y comedor hasta la sala de control desde la que se dirigen las observaciones.
A partir de los 5000 metros, en las antenas, el trabajo es técnico. Responsabilidad de personas como los chilenos Sebastián Castillo y Luis Titichuca. Siempre trabajan en parejas, para tener una mayor seguridad porque el frío y la altura son riesgos añadidos. «Si yo le pido a Luis un alicate y él me pasa una llave inglesa, sé que algo va mal...», explica Sebastián. Ambos se ocupan del mantenimiento de los equipos eléctricos y electrónicos de las antenas: del interior, el corazón de las mismas
Un espacio sorprendentemente limpio e inmaculado, como el que nos muestran cuando los acompañamos a una de ellas, donde está, como la llaman, 'la magia', los sensores y dispositivos de recepción de señales. De aquí salen los datos que llegan al edificio técnico en el que está el correlacionador.
A simple vista, este parece el servidor de Internet de una gran empresa, pero a esta máquina la conocen aquí como 'don Corleone', el padrino, porque es imprescindible en el proceso. Esta computadora de 134 millones de chips procesa 120 gigas por segundo las 24 horas del día y es la encargada de sincronizar todos los datos de las antenas para lograr después generar imágenes del universo en movimiento.
Más de 2000 metros de altura por debajo, en la sala de control, los astrónomos como De Gregorio o Plunkett coordinan cientos de observaciones diferentes. En octubre comenzó el quinto ciclo. ALMA no realiza sus propios proyectos, sino que abre su observatorio a concurso a científicos de todo el mundo. Para este quinto ciclo se han recibido más de 1600 propuestas, que son aceptadas o rechazadas por un comité de expertos.
Los astrónomos locales trabajan para los ganadores de ese concurso, a los que se adjudica un tiempo de observación y que reciben después los datos obtenidos.
«En un día se pueden hacer hasta 10 o 20 observaciones diferentes, porque algunas duran unas horas», explica Punkett, quien, más de dos años después de haber llegado a ALMA, confiesa que una de las cosas que más le impresionan aún es que este es el resultado «de muchos Gobiernos trabajando juntos».
Eso y, por supuesto, que gracias a este proyecto, además de intentar responder a esa ya mítica pregunta de si estamos solos en el universo, podremos «entender mejor la Tierra y de dónde venimos». Mirar al cielo, paradójicamente, para conocernos a nosotros abajo en el suelo.