Pablo González, 22 años, Relaciones Laborales y Recursos Humanos, lo tenía muy claro en enero. Este verano, su objetivo era Perú. Iba a enrolarse en una experiencia de cinco semanas (desde el 15 de julio hasta el 25 de agosto: ahora estaría allí), para ... acompañar a niños en exclusión social de la costa (en el departamento de Piura) y la sierra de aquel país (en la región de Quispicanchi).
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Coronavirus en Castilla y León
Ya lo tenía decidido. Había contactado con el programa Sentido Sur de la Red Magis (pastoral ignaciana) para colaborar en unos campamentos para niños peruanos sin otras posibilidades de ocio durante sus vacaciones. Había dado la primera señal para el vuelo. «Mis padres al principio estaban preocupados. ¿Cómo te vas a ir tan lejos? A ver si te pasa algo malo». En marzo estalló la pandemia del coronavirus. Lo malo, en realidad, también estaba aquí al lado, a la vuelta de la esquina.
«En un mundo globalizado, no hace falta irse a la otra punta del mundo para estar en riesgo», dice Pablo, quien de esta cancelación de planes ha extraído una enseñanza: «No es necesario coger un avión para echar una mano a los demás. A veces, se tiene la idea de que el voluntariado consiste en marcharse a África, a Asia, muy lejos de aquí para ayudar. Pero también en el soportal de debajo de tu casa hay personas durmiendo, a la intemperie. Hay que ser conscientes de esta realidad», asegura Pablo.
Y así, su implicación social este verano no se ha podido desarrollar en Perú, sino aquí al lado, cerquita, en Valladolid capital. Pablo ha impartido durante las últimas semanas un curso de ciudadanía en Red Íncola, al que han asistido mujeres colombianas interesadas por conseguir la nacionalidad española. Además, ha continuado con su labor de café solidario, la visita nocturna a personas sin hogar para ofrecerles compañía. «Llevo tres años en tareas de voluntariado y me costó comenzar. Los compañeros del Centro Loyola me insistían para que participara en algún programa y yo siempre decía que no, que no tenía tiempo, que había otras cosas en mi vida, otras preocupaciones. Empecé porque se pusieron muy pesados». Y, desde entonces, Pablo no ha dejado de colaborar en proyectos. También en este verano atípico.
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Isabel Curiel, 24 años, doble grado de Infantil y Primaria, tendría que estar por estas fechas durmiendo en un campamento en la Sierra de Madrid. Tal vez como monitora de su grupo scout en unas colonias de Pola de Gordón, en León. Esos campamentos de convivencia de 24 horas al día, con pernoctación, durante dos semanas continuadas prácticamente han desaparecido este verano de la oferta de ocio. Por motivos de seguridad. Para evitar riesgos.
En su lugar, Isabel ha acompañado a un grupo de doce niños tutelados por la Junta (de 4 a 10 años) que viven en la casa de acogida que las Hijas de la Caridad tienen en Barrio España. «Las monjas han trabajado con ellos muy bien durante todo el confinamiento. Son niños que no pudieron ir al colegio, que no recibieron las visitas que tenían fijadas sus familiares. Y que necesitaban nuevos estímulos durante estos meses de verano», cuenta Isabel, quien ha estado acompañada en esta labor por Félix Fernández (también él estaría por estas fechas en campamentos de verano, seguramente en Soria).
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«Durante todo el año, ya organizamos con ellos actividades por las tardes, las mañanas de los fines de semana. Y de ahí surgió la posibilidad de organizar este verano un campamento con ellos. Todos conviven juntos, son como una unidad familiar y por eso se han podido organizar más actividades, porque no tienen el problema de la distancia social entre ellos», cuenta Félix. «Esa es una ventaja, son casi como hermanos, pero también está el inconveniente de que esa confianza hace que se conozcan sus puntos fuertes y débiles», añade Isabel. Entre las propuestas que han desplegado:excursiones a Las Contiendas o visitas a la piscina de Juan de Austria.
Para Lucía Matía, 18 años (quiere empezar en septiembre Magisterio de Primaria, después de terminar el Bachillerato en el San José) la de este verano es su primera experiencia de voluntariado. A falta de vacaciones... «Cuando levantaron el estado de alarma supe que no iba a salir de viaje estos meses. Que iba a ser un poco más tranquilo. Y pensé que, como iba a tener mucho tiempo libre, qué mejor modo de emplearlo que ofreciendo algún tipo de ayuda». Lucía colabora en los campamentos de verano que Red Íncola ofrece para hijos de familias inmigrantes.
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Entre los participantes, mayoría de marroquíes, de rusos. Son chavales cuyos padres tienen que trabajar y que no pueden acceder (este año además es más complicado) a otros programas de conciliación... y que no disponen además de familiares (abuelos)o redes vecinales que puedan echar una mano, quedarse con los críos. Lucía les acompaña con apoyo escolar (sobre todo enseñanza y repaso del idioma) y, después, juegos y dinámicas de grupo,«siempre con mascarilla y guardando la distancia de seguridad».
«Este verano nos ha tocado una forma diferente de voluntariado. Y que no siempre es tan sencilla. Cuando estás inmerso en un programa en el extranjero o en un campamento de 24 horas, es más fácil la implicación total, entregarse por completo. Creo que este voluntariado tiene incluso más mérito, porque podrías tener más cosas que te entretuvieran (los amigos, la familia...)y has decidido implicarte para ayudar a las personas que tienes más cerca», asegura Pablo, quien como Lucía, Félix e Isabel forma parte del Centro Loyola de pastoral universitaria de los jesuitas.
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