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Lucas y Félix, en una de las naves de Tudela de Duero, en las que permanecen las atracciones cerradas desde hace meses. Gabriel Villamil
Coronavirus en Valladolid: «Vamos a necesitar que nos fíen hasta para comprar pan y leche»

«Vamos a necesitar que nos fíen hasta para comprar pan y leche»

La ausencia de ferias deja a sus trabajadores en la bancarrota y a más de dos centenares de familias de Castilla y León sin sustento «durante meses»

Juan J. López

Valladolid

Lunes, 27 de julio 2020, 08:04

Félix Galicia no podía pensar que El Pilar, con la basílica de fondo, sería su «última gran feria», una de esas que le permite «vivir» a él y a las cuatro personas que dependen de su trabajo cuando las luces de las casetas se encienden y los caballitos echan a andar en una marcha alrededor de un tiovivo, que permanece parado desde hace meses. «Es un drama», añade Juan Ignacio Arcos, presidente de la Asociación de Feriantes de Valladolid, y que atiende a El Norte de Castilla solo unas horas antes de fallecer, en lo que sus compañeros resumen como «el golpe más duro de todos, porque Juan era el que le estaba poniendo todo el corazón para que pudiésemos trabajar», describe Pedro Rodríguez, otro de los veteranos que abre una nave en Tudela de Duero, donde descansa su «pequeño tesoro», ese que le permite vivir desde hace más de treinta años, y que ahora recogido y lleno de polvo «no luce». En su caso, vive solo en Tudela, «y el hambre es solo mío, aunque si esto sigue así nos vamos a comer los unos a los otros», sonríe casi de manera forzada, en un gesto que encuentra la complicidad de sus compañeros, que inmediatamente interrumpen el silencio.

Pedro Rodríguez, uno de los feriantes más veteranos. Gabriel Villamil

«En general, la gente piensa que la feria es muy bonita... Siempre de fiesta, nos dicen, pero cuando sabes lo que es comer o cenar todos los días de bocadillo el día que se puede, o no tener vacaciones ya no hace tanta gracia», afirma Óscar Fernández. «Tampoco es lo que era», añade sin tiempo para terminar Félix Galicia, quien como el fallecido Juan Arcos, han vivido la feria desde pequeño. Ambos, hijos de feriantes, son ahora dos de los representantes del sector más valorados. Su familia y la de sus empleados viven de que la noria gire, pero eso parece improbable a corto y medio plazo. «Vemos que no vamos a poder montar en condiciones hasta la próxima primavera en el mejor de los casos, y vamos a necesitar que nos fíen hasta para comprar el pan y la leche», resumía Juan, quien durante las últimas semanas admitía que su teléfono móvil era «una carga». «Suena a todas horas. Reuniones, peticiones... Todo, porque necesitamos trabajar», señalaba dando unos golpes a un celular que no paraba de sacar y meter en el bolsillo. «Al final, atiendes a las sesenta familias de los asociados, pero también a muchos de los feriantes que están fuera, porque en una situación como esta todos necesitamos ayuda», resumía pocas horas antes del triste desenlace.

«Es una pérdida irreparable, y todo esto queda muy tocado», describe un día después del fallecimiento su amigo y compañero Félix, quien admite que durante las últimas horas «hasta la terrible situación ha quedado aparcada» de sus pensamientos por la muerte de Juan. «En breve habrá que volver a intentar retomar su trabajo, porque nos va la vida en ello. Yo tengo dos hijos. Los dos han estudiado carrera universitaria, y a los dos también les ha pasado factura toda esta crisis... Son sus padres los que les hemos ayudado para hacer sus primeros pinitos en el mundo laboral... Mi hija había puesto una consulta de Psicología poco antes de iniciarse el confinamiento», agrega Félix, quien admite que hasta el cese de actividad fue «rocambolesco» en el inicio del estado de alarma. «Un día antes había montado unas pequeñas atracciones en el centro comercial Vallsur, y si esto era un viernes, el sábado ya estábamos desmontándolo por la cuarentena. Ahí se acabó todo», agrega.

Pedro echa de menos Santander. «Ahora mismo estaría trabajando allí. Es una de las buenas ferias del verano, y la alcaldesa ha intentado sacarlas adelante hasta el último momento, pero finalmente no ha podido», explica al tiempo que baja la cabeza y busca en una bandolera tabaco en bolsa y una papelina que lía sin ocultar un ligero temblor, que no pasa desapercibido para el difunto Juan, quien le anima y bromea con sus gafas empañadas por el efecto del vaho concentrado por la mascarilla.

El que fuera presidente de la Asociación de Feriantes de Valladolid y uno de los máximos representantes de un colectivo que aglutina a más de doscientas familias en Castilla y León, se para en este punto, y cambia el tono jocoso de la broma a su compañero. El «dichoso virus» es el motivo. «Que nosotros reclamemos trabajar, no significa que seamos unos inconscientes y así se lo hemos dicho al Ayuntamiento de Valladolid y a la Junta», señalaba. «Somos los primeros que si existe un brote, rebrote o cualquier situación de peligro, vamos a cerrar», indicaba Arcos, quien describía que a él mismo no le gustaría ser el motivo de que la enfermedad llegase a su casa o a sus familiares, a su nieta «recientemente llegada al mundo». «Es por eso que llevamos semanas, meses... pensando cómo hacerlo. Ideamos y proyectamos todo el plan de seguridad de la feria de Valladolid, pero con las nuevas medidas de la Junta ya es imposible celebrar nada», analizaba. «Al 95% no vamos a montar en Valladolid, y era la feria a la que nos agarrábamos todos, pero no hay forma de que nos reciban», se lamentaba. «Nos han olvidado», grita Pedro. «Sí, nos han olvidado», repite Félix en un tono más bajo, pero para a continuación coger el testigo de Juan. «Llevaba semanas queriendo que le recibiese Sanidad en la Junta, o el propio Igea, pero no ha habido forma. No era que recibiese a Juan como tal, sino que Juan llevaba sobre él la carga de todas esas familias que necesitamos trabajar», profundiza un feriante, que describe que en su caso, ya no solo son sus hijos, su mujer o su suegra en casa, son también situaciones como la de Goosy Kotya, somalí afincado en Valladolid. «Es como si fuese de la familia. Ahora el hombre se está buscando la vida como puede, en lo que va saliendo, pero yo le dejo las llaves de las atracciones y él hace y deshace... Es como si fuese de la familia. Eso es una característica muy de nuestro sector. A Juan, por ejemplo, le pasaba con Lucas», agrega Félix, en relación a otro de los jóvenes feriantes de origen búlgaro, que durante el reportaje ha ayudado al fallecido Jiménez Arcos a movilizar todo el material y las caravanas con las atracciones en la nave del presidente del colectivo en Tudela de Duero.

Pedro y Félix, junto a uno de los puestos cerrados del primero. Gabriel Villamil

En otras comunidades

Los feriantes se quejan de la falta de opciones, pero también de ayudas, y plasman las alternativas que se han planteado en otras comunidades, como Cantabria o Extremadura. «En ambas llegan casi al salario mínimo con los apoyos de las administraciones autonómicas... Aquí ahora mismo no hay nada. Nos reunimos con los nuevos representantes de la Consejería de Empleo de la Junta, pero no nos hicieron demasiado caso, o no supieron muy bien hacernos caso. Acaban de llegar, y nos derivaron directamente a Sanidad», apostilla Félix.

El verano, su temporada alta, ha desaparecido, y salvo en el caso de la capital, el resto de los municipios han optado por no celebrar ningún tipo de acto. «La Diputación también nos dio buenas palabras y un compromiso para 2021, pero nada para este año».

La situación en Valladolid y Castilla y León no es ajena al resto del sector en España, con el matiz «de las ayudas», analizan. «Queremos trabajar, pero en el caso de no poder hacerlo, tendrán que acordarse de nosotros... ¿O vamos a ser los únicos en este país a los que no se apoye? Nosotros tenemos nuestra cuota de autónomos, nuestros seguros, nuestra afiliación, nuestros alquileres... Esos costes no se han parado. ¿Cómo les hacemos frente?», afirmaba Juan.

El fallecido, que centraba todos sus esfuerzos la pasada semana en agarrarse «al clavo de las fiestas de Valladolid», admitía que en los últimos días varios compañeros de Sevilla o Barcelona se habían echado para atrás con la nueva normativa. «No podían arriesgarse a venir, y que luego no les dejasen montar, pero es que el riesgo existe. Esta gente tiene ahora mismo lo justo para venir, pero ya no tiene ni siquiera gasolina para volver. Imagínate la presión», profundizaba Juan Arcos, quien ponía el ejemplo de su atracción de colchoneta para niños. «Hasta hace una semana, la normativa de la Junta me dejaba montar esta con un 30% de aforo... Yo sacaría para comer, nada más, pero ahora con la distancia de seguridad obligatoria en las atracciones es inviable. A muchos nos costaría más el montaje que lo que íbamos a sacar, o directamente que habría atracciones que no podríamos montar», analizaba.

Eran las palabras que salían de la boca de Juan, pero eran las mismas que proyectaba Lucas sin hablar, o las de la propia prima del representante de los feriantes, esa que si la dejaba «abría la taquilla, limpiaba la atracción y montaba más que nadie». La reivindicación o el grito de auxilio de un sector en el que la noria ha dejado de girar.

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