«Debería ser obligatorio salir al extranjero»
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Marta Fernández tiene 47 años recién cumplidos y con 23 se fue de Salamanca a estudiar gracias a una beca Leonardo da Vinci. En la capital charra coincidió con gente de diversos países y lo que le contaban ... le parecía tan interesante que ésta fue una de las principales razones que motivaron su salida. Bióloga de profesión, desde entonces ha residido en Suiza, Inglaterra y Costa Rica. Entre medias tuvo también tiempo de probar suerte en Alicante. Finalmente se decantó por Hamburgo una ciudad cerca de Berlín, donde actualmente y tras un doctorado en botánica, trabaja como autónoma asesorando a dos universidades sobre proyectos vinculados con algas y micro algas.
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De ejercer su profesión en España, cuenta que lo que más le echaba para atrás era «que me parece mucho más complicado hacer algo por cuenta propia en comparación con otros países, hay muchas más dificultades». Asimismo, cita nuestro propio carácter, que aunque dice que es algo cultural afirma que «en general, te desanima». En su opinión, y en relación con esto último explica que «debería ser obligatorio salir al extranjero, ver qué hay fuera. No solo en el ámbito estudiantil, también para cualquier profesional». Y concluye: «Aquí aún existen gremios tradicionales ¡Con 300 años!».
Fernández ha hecho su vida en Hamburgo, junto a su marido y sus hijos, que han aprendido español «para que si quisieran pudieran ir a vivir a España». Su vuelta, sin embargo, parece más complicada. Pese a que algunas empresas holandesas planean poner en marcha proyectos similares a los que ella se dedica y esos planes podrían animarla a regresar, aclara que «aquí es mucho más fácil tener un trabajo cobrado por horas, aunque sea fijo». «Esta flexibilidad no existe en nuestro país». Además, alude a la honestidad a la hora de facturar como otro punto en contra de España. «A veces no funcionan las cosas porque no hay confianza en que el otro haga lo que tenga hacer».
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Con todo, Marta se muestra interesada en la actualidad española, si bien para ella, «es más importante saber lo qué pasa aquí». De hecho, finaliza sosteniendo que «existen dos tipos de españoles, los que viven con la cabeza en el país donde residen y los que viven fuera pero tienen la cabeza en España».
«Volveré cuando me jubilé buscando el sol»
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Ana García nació en 1975 en la céntrica calle de Alonso Pesquera y es traductora e intérprete. Emigró en 1999 a Edimburgo (Escocia) porque había estudiado Traducción e Interpretación en la Universidad Pontificia de Comillas de Madrid pero se sentía «poco preparada para afrontar el mundo profesional». Por eso acabó en Reino Unido con el fin de «activar el inglés».
Poco después y a través del Ministerio de Defensa, que convocó unas plazas como personal civil con rango de traductores e intérpretes a nivel europeo, obtuvo destino en Estrasburgo, en un ejercito multinacional formado por cinco países de la UE, del que España es miembro permanente. Contratada por su país natal, tras 22 años sigue trabajando en el mismo puesto, dentro de un gabinete especializado en labores de intérprete para el ejercito europeo, también conocido como Eurocuerpo.
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Antonio Corbillón
En Estrasburgo conoció a su marido francés y se casó. A sus tres hijos les ha inculcado su amor por España y por Pucela. De hecho, vienen «mínimo tres veces al año». En la tierra de Cervantes y Picasso se siente como una turista, aunque afirma que «me encanta mi país».
García tuvo claro siempre que su objetivo era «primero salir de Valladolid» para después irse fuera «a conocer otros países y experiencias». Por esta razón y por la educación recibida de sus padres estudió idiomas, lo que la ha llevado a trabajar para la Unión Europea en una ciudad que define como «cosmopolita e internacional» y en la que se siente «cómoda». Se entiende así que al hablar de sus hijos confirme que «son muy europeos» y prosigue: «Soy europea, no me siento de ningún sitio».
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Acerca de un posible retorno a sus raíces, expone que «aquí podría trabajar pero tendría que vivir en una gran cuidad y no hay instituciones grandes donde currar de algo parecido a lo mío, con trabajo estable». Aún así, su familia vive en Valladolid y ella confirma que «volveré cuando me jubilé. Buscaré el sol».
«Volvemos a Valladolid una o dos veces al año»
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Noemí Abril lleva 20 años en Francia. Su primera experiencia fue en París mediante el programa Erasmus. Al concluir, volvió a Valladolid para acabar sus estudios y al plantearse su futuro profesional, corría el año 2002, comprobó de primera mano que Francia era mejor destino que nuestro país para conseguir un empleo sin experiencia previa. «Había más oportunidades», señala. Abril, que cambió su apellido para adoptar el de su pareja francesa al pasar por la vicaria, se licenció en Historia del Arte y, ya en territorio galo, se reconvirtió laboralmente para terminar siendo enfermera, de eso hace ya siete años.
Casada y con dos hijas, ha vivido en varias zonas de Francia, aunque ahora mismo reside en la Costa Azul en un pequeño municipio llamado La Seyne-sur-Mer, donde lleva una década. «Es una ciudad costera, se puede ir a la playa andado». No obstante, debido a que su marido, ingeniero aeronáutico, se traslada a Toulouse por trabajo, la familia entera le acompañará ya que al ser funcionaria, «como enfermera, aquí, puedo trabajar en cualquier lado», comenta.
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Nacida en el barrio de Las Delicias, la mayoría de sus familiares viven en Valladolid, donde vuelve «una o dos veces al año». De visita, eso sí, ya que cuando alguna vez valoraron regresar, se dieron cuenta de que las condiciones laborales no eran las deseadas; así que decidieron continuar en el Estado vecino. Aun así, Noemí se muestra contenta ya que con la próxima mudanza conseguirá estar más cerca de la capital vallisoletana, a donde «igual vuelva cuando esté jubilada y las niñas sean más mayores».
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