Cubo noreste del castillo y medieval y arranque de la muralla defensiva de Valladolid. Rodrigo Jiménez
Historia

Valladolid bucea en sus orígenes con el hallazgo de un tramo intacto de su muralla medieval

Las catas de San Benito desvelan que el muro defensivo partía de un cubo del castillo del siglo XII y descubren una puerta de entrada a la villa

J. Sanz

Valladolid

Jueves, 9 de marzo 2023, 00:01

«No se puede entender Valladolid sin comprender sus orígenes y aquí estamos delante de ellos», ha destacado este miércoles el arqueólogo Javier Moreda justo delante, en efecto, de los restos, prácticamente intactos, de los orígenes de la incipiente villa medieval. Allí, fruto de las ... catas arqueológicas realizadas en los últimos dos meses en el patio de la hospedería de San Benito, acaban de quedar al descubierto no solo la mitad del paño norte del primer castillo de la ciudad, construido en los albores del siglo XII, sino también un tesoro inesperado en forma del arranque de la primera gran muralla defensiva de la ciudad y el inicio de la que fuera una de las puertas principales de entrada a aquel incipiente núcleo urbano.

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Estos últimos hallazgos, en ausencia de documentación de la época, vienen a certificar que aquel muro defensivo, que rodeaba lo que hoy podría denominarse la almendra central de la ciudad, no rodeaba la fortificación, aunque sí contaría con un primer murete defensivo, sino que partía directamente de ella.

El alcazarejo y la cerca vieja impulsaron el desarrollo de la incipiente ciudad fundada un siglo antes por el Conde Ansúrez

Los restos, en este sentido, son claros y permiten ver a simple vista la parte exterior del cubo casi completo de la esquina noreste del castillo (la interior fue destrozada por obras posteriores) y una línea de separación, aunque literalmente adosada a las piedras, de la que partía la denominada 'cerca vieja'. Aquella muralla primigenia fue construida en paralelo al castillo que protegía a la ciudad de una hipotética invasión de las tropas leonesas durante el reinado de Alfonso VIII (1155-1214).

Cubos y muros del alcazarejo y arranque (detrás de la escalera) de la muralla defensiva de Valladolid. Rodrigo Jiménez

Su importancia histórica, al margen de su «magnífico estado de conservación», radica en el hecho de que su construcción dio paso al crecimiento exponencial de la ciudad y de su población, llegada desde distintos puntos del entorno para protegerse de las guerras que mantenían los entonces separados reinos de León y Castilla. Entre los muros de aquella muralla, cuyo perímetro se estima en menos de dos kilómetros, se construyeron inicialmente dos parroquias -San Pelayo (después San Miguel) y San Julián-. En los años posteriores serían trece. Valladolid creció al calor de sus muros fortificados. Y más aún a raíz de la construcción, ya en el siglo XIII, de un segundo alcázar defensivo y de una muralla que duplicó con creces el perímetro de la inicial.

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Cabe recordar que la fundación de Valladolid como ciudad, a cargo del Conde Ansúrez, se sitúa un siglo antes, entre los años 1072 y 1074. Aquella urbe en ciernes, a juicio del arqueólogo, debió tener algún tipo de muralla defensiva, una suerte de murete de tapial (barro) y madera, de la que no existe constancia arqueológica. Sí se sabía de la existencia de la muralla posterior, ya de piedra, construida en paralelo a aquella primera fortaleza medieval, construida a comienzos del siglo XII sobre un pequeño altozano con el ramal norte del Esgueva a sus pies.

Planta del alcazarejo y de la cerca vieja de la ciudad. A la derecha, en detalle, planta del alcazarejo y del alcázar real que estaba situado justo detrás. En el interior de la cerca se destacan las parroquias de San Pelayo y San Julián. FERNANDO PÉREZ (AYUNTAMIENTO DE VALLADOLID)

Los muros de aquella 'cerca vieja' acaban de salir ahora a la luz en el tramo inicial que partía literalmente del cubo noreste del castillo medieval (bautizado posteriormente como alcazarejo a raíz de la construcción posterior de un segundo alcázar que duplicaba su tamaño justo detrás). Este tramo de muralla, que muestra una base intacta que ronda los tres metros (fue mucho más alta), deja entrever un «aparejo de ladrillo adosado a la cerca», a apenas tres o cuatro metros del cubo del castillo, que los arqueólogos identifican con una de las ocho puertas con las que contaba la incipiente villa.

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Los restos serán enterrados para su conservación sin que el Ayuntamiento descarte un futuro proyecto para recuperarlos y hacerlos visitables

«¿Y no podemos excavar aquí?», ha interrogado el alcalde, Óscar Puente, al arqueólogo y al concejal de Urbanismo, Manuel Saravia. «Eso llevo yo diciendo treinta años», exclamó el primero de los aludidos, Ángel Moreda, uno de los tres responsables ahora de la excavación (junto a los también arqueólogos Arturo Balado y Jesús Álvarez), que ya participó en los años ochenta en la realización de una primera cata que localizó precisamente el muro norte del alcazarejo, el mismo que ahora ha quedado al descubierto y que muestra el tramo inicial de la muralla adosado a uno de sus cubos. Él mismo, junto a su equipo de trabajo, han propuesto no solo ir un poco más allá con las excavaciones e, incluso, hacerlas visitables bajo el patio de la hospedería.

Empedrado sobre el cubo del entrepaño y restos de una tubería, dos vestigios del uso militar del monasterio a partir de 1835. Rodrigo Jiménez

Vestigios del uso militar y de ¿baños árabes?

Las catas en el patio de San Benito han sacado a relucir otros vestigios singulares, como un empedrado en perfecto estado y conducciones del siglo XIX, levantadas sobre los restos del castillo medieval, cuando el monasterio (construido a partir de 1390 y que se remató en el siglo XVIII ya sobre el alcazarejo) tuvo un uso militar a partir de la desamortización de Mendizábal (1835) y hasta mediados del siglo XX. A su lado se intuyen, solo eso, la posible existencia de unos baños árabes (de manufactura cristiana) que pudieron habilitarse en el foso del castillo con posterioridad a su construcción y que debían surtirse del Esgueva.

El segundo aludido, el edil Manuel Saravia, no descartó que este proyecto «pueda llevarse a cabo algún día», aunque acotó que por ahora «se van a documentar y preservar estos restos (se cubrirán de tierra) a expensas de ese posible proyecto, que sería muy ambicioso -léase costoso-, pero que sería bonito de llevar a cabo con una conexión con las bóvedas del Esgueva». Eso quizás ocurra a largo plazo. Antes se llevarán a cabo los trabajos proyectados de mejora energética del edificio administrativo del claustro de San Benito y de instalación de gradas, habilitación de un jardín y de recubrimiento del patio de la hospedería para potenciar su habitual uso cultural.

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El arqueólogo Javier Moreda explica el resultado de las catas sobre los restos del castillo. Rodrigo Jiménez

El patio, por ahora, muestra los restos del pasado medieval y del origen mismo de Valladolid como ciudad en forma de un muro de cuatro y metros y medio de altura de la cara norte de aquel castillo del siglo XII, cuya altura rondaría los doce metros, con dos de sus ocho cubos a la vista (el circular de la esquina noreste y el semicircular del entrepaño), y otro adosado de tres metros de la 'cerca vieja' y el inicio de una de las puertas de la villa.

El buen estado de conservación del castillo, que se mantuvo en pie hasta comienzos del siglo XVIII (1702-1703), obedece a la forma de construcción del claustro del monasterio de San Benito, que utilizó sus restos prácticamente como cimientos al elevarse de manera notable la cota del terreno.

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