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«Aprendiendo a vivir, aprendiendo a morir». Hace tres meses, José Luis Martínez Tristán, veterano hostelero del bar restaurante La Ferroviaria, vertía en Facebook, sus temores y esperanzas para enfrentarse al 'tren' que se había cruzado en su vida. Debía enfrentarse a un cáncer de ... pulmón extendido con metástasis en piernas y, tal vez, otras zonas del cuerpo. El reto no era nuevo en casa. Su mujer, Alicia, había luchado también durante varios años contra otro tumor muy agresivo. «Ella es una campeona, mucho más valiente que yo», insiste.
Pero 33 años atendiendo La Ferroviaria le han hecho conocer a media ciudad. Y reunir amistades y confidencias que saltan las distancias que marca una barra. «Por desgracia, he tenido en los últimos años a gente muy cercana luchando contra lo mismo. Y he sido testigo no solo del deterioro, sino del encierro al que lleva esta enfermedad a muchas personas».
José Luis tuvo claro desde que a principios de año le diagnosticaron lo avanzado de su mal que no iba a luchar en silencio, ni a usar aquello de 'larga enfermedad' para esquivar las preguntas de la gente. «Si tenían que ser los últimos días de mi vida, no iba a esconderme».
A sus 62 años, sus ojos azules dulcifican el gesto de un hombre curtido en miles de horas de trabajo frente a los demás y a los que no quiere ocultar ni su lucha, ni el agradecimiento por todas las muestras de apoyo y cariño que recibe.
Todo empezó en diciembre pasado cuando los constantes dolores de piernas y espalda los achacó, precisamente, a esas más de tres décadas de dura brega sacando adelante su negocio. «Hubo dos noches que incluso acabé en Urgencias porque no soportaba más. Me calmaron el dolor, pero no detectaron nada», recuerda. Un amigo médico le hizo una resonancia, única manera de ver algo en su corpachón. Había «algo más que un problema de huesos».
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José Luis y su Alicia llevaban tres años acudiendo a la clínica madrileña Anderson, un centro oncológico especializado en terapias novedosas y que se alimenta de las investigaciones más punteras de universidades norteamericanas y europeas. Su oncóloga vio rápido la necesidad de enfrentarse lo antes posible a un tumor agresivo y avanzado. «Me dijo que si aplicábamos las terapias habituales podía ser tarde, que era mejor lanzarse directamente a un ensayo nuevo».
Y él no lo dudó. Firmó un contrato por el que pasará hasta tres años sometiéndose a la terapia. Cada tres semanas acude a Madrid. «Te sientan en un sillón. Te ponen una vía para meter inmunoterapia además del tratamiento. Son dos horas o dos horas y media». Asegura que, salvo en la primera sesión, que le provocó algo de fiebre, con las demás «no me entero de nada».
Los que sí se enteran son todos sus conocidos y amigos. A todos ellos les ha ido contando sus visitas a Madrid, con profusión de imágenes y comentarios. La respuesta es una cascada de mensajes de ánimo, cariño y aplausos por su valentía. Respuestas que se repiten a cada rato en la barra de La Ferroviaria. Martínez Tristán se mueve apoyado en sendas muletas para evitar cargar peso sobre sus maltrechas rodillas. Pero, las suelta en cuanto puede, para saludar a clientes y recibir sus apoyos.
La próxima semana, el 19 de mayo, se someterá a la quinta sesión en Anderson. Y solo le preocupa que no le deje secuelas para acudir al día siguiente a su pueblo Cuenca de Campos, a celebrar la fiesta de San Bernardino. Y tomar la limonada por la que «cambié el permiso de mis oncólogos que me prohibieron el alcohol pero me dejaron que me tomara una sola cerveza. Aún no lo he hecho. La cambio por esa limonada en mi pueblo». Echará de menos a Faustino González, 'Tinín', el eterno y entregado alcalde de Cuenca de Campos que falleció hace unos meses y viejo amigo.
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Y, después, seguirá luchando por un futuro que no se imagina lejos de La Ferroviaria. «¿Jubilarme? Ni me lo planteo. Me gusta mucho atender a la gente y estar con clientes y amigos», insiste.
Tras dar a conocer su evolución, acude gente a ver a José Luis a preguntarle por su secreto, de dónde saca la fuerza física y mental. También ha participado en algunos chats digitales de personas que cuentan su experiencia. Pero tampoco quiere excederse. «No quiero sentirme como un enfermo y estar pendiente de estar contándolo. Desde que me diagnosticaron a mi se ha muerto mucha gente. Hay que vivir», se despide.
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