berta pontes de los ríos
Domingo, 7 de febrero 2021, 08:27
Nacho Fernández, Ana Alfayate y María Adeva trabajan en el Hospital Clínico Universitario de Valladolid. Noelia Villacé lo hace en el Río Hortega. Todos son técnicos de rayos y ahora alzan su voz para hacer ver una profesión de perfil sanitario que también lucha en ... primera fila contra el virus y cuya labor «apenas ha sido reconocida». Sus largas jornadas de trabajo con «contacto directo» con pacientes sospechosos de ser positivo de covid-19 les hicieron vivir unos meses de «caos» durante el inicio de la pandemia. Ahora, aseguran haberse sentido «indefensos y olvidados», aunque el amor a su profesión les ha impedido rendirse.
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Tras dos años en su puesto de trabajo en el Hospital Clínico de Valladolid, Nacho Fernández relata que vivió la irrupción de la pandemia con «confusión y miedo». Se contagió en marzo y tuvo que aislarse en su domicilio. «No lo pasé mal, pero me gustaría no haberlo tenido», asegura. Este técnico de rayos explica que los primeros casos de covid-19 en Valladolid hicieron vivir a los sanitarios episodios de «mucha presión en marzo y ahora se está volviendo a lo mismo». Reconoce que el Hospital Clínico no sufrió la falta de personal tanto como la de materiales, «pero se solucionó con la mayor agilidad posible y se incorporaron equipos portátiles y salas de sucio para poder atender la alta demanda de estos, que llevó a multiplicarse por cuatro», destaca. El acopio de material por parte del hospital no solucionó por completo la «fuerte presión asistencial», pero si alivió la situación que se vivía dentro del edificio.
En los momentos iniciales de la pandemia los técnicos de rayos estuvieron «muy expuestos al virus, porque cuando un paciente acudía a urgencias con síntomas compatibles con la covid-19 se le hacía una placa o rayos sin pasar antes por la prueba PCR», asegura Nacho Fernández. «Hemos tenido contacto muy estrecho y no se nos ha reconocido en los grupos de riesgo ni para vacunarnos ni para gratificar nuestro trabajo». En cuanto a las próximas semanas y el avance de la pandemia, vaticina que «la presión asistencial será incluso peor que en marzo». Con la vacuna también tiene esperanza y confía en que «todo se tranquilice para verano», pero manifiesta que «hay que vacunarse porque esto lo tenemos que parar entre todos». Pero lo peor para Nacho es cuando ve reuniones o grupos de gente saltándose las normas. Reconoce que lo que siente es «una mezcla de rabia e indignación a lo que hay que añadir la resignación. Puede que el desconocimiento de la situación haga a la gente actuar de manera errónea, pero me da la sensación de que no se trata de eso».
En el mismo hospital y en la misma especialidad trabaja Ana Alfayate. Esta técnica de rayos lleva un año de contrato continuado en el Clínico y explica que «el inicio de la pandemia fue un 'shock' porque todo se vivió con desconcierto». A los pacientes que acudían a urgencias y había que hacerles placas pasaban directamente por rayos sin tener una PCR hecha. Esta situación llevó a Ana Alfayate a la sorpresa y el enfado porque, además, no se les reconoció como les habría gustado y, según explica, como su profesión merece. «Somos personal de primera línea y no se nos está tratando como tal pese a que tenemos contacto directo con enfermos que son positivo en coronavirus», asegura Ana. «Me sentí indefensa y creo que la gran mayoría de mis compañeros también lo vivieron así, pero hemos sido nuestros propios psicólogos y nos hemos apoyado los unos a los otros en los momentos más complicados».
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Coronavuirus en Valladolid
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Los turnos de trabajo se hacían «durísimos» por la gran cantidad de pacientes a los que debían atender. Además, Ana Alfayate destaca el «factor humano, es decir, cuando al entrar a una habitación había ancianos que no tenían contacto con nadie y deseaban hablar con su familia». Por ello se puso en marcha el «teléfono de la esperanza», como se conoce en el Hospital Clínico, que era utilizado para informar «únicamente de la habitación en la que estaban los pacientes y de si deseaban que les llevásemos algo, pero la gente quería saber cómo estaba su padre, su madre o su hijo y el no poder dar información médica fue complicadísimo. Sentías su temor a través del teléfono y ha sido una experiencia muy dolorosa», asegura. Su ardua labor «apenas se vio recompensada» y esta sanitaria reconoce haberse sentido «menospreciada».
Pero Ana Alfayate tiene una cosa clara: el «gran equipo humano» con el que trabaja. «Mis compañeros son increíbles, siempre le estaré agradecida a todos ellos porque nos hemos cuidado entre nosotros», afirma. Pero cuando Ana es testigo de reuniones ilegales o ve gente saltándose las normas lo único que pasa por su cabeza es un «gran enfado». «Me cabreo muchísimo porque no puedo entender que sea tan urgente, por ejemplo, salvar las navidades. ¿Qué pasaría si los sanitarios dejásemos de trabajar durante un día entero? Que reflexionen todos aquellos que no piensan en que esta pandemia es algo muy grave». Para ella, la vacuna también es la «gran esperanza» para salir de esta situación y ya ha recibido la primera dosis. «He tenido un poco de reacción, como con cualquier vacuna, y dolor de brazo, pero es fundamental que nos vacunemos todos para acabar con esto».
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El contacto directo con los pacientes, casi «cuerpo a cuerpo», es algo que también destaca María Adeva, técnica de rayos que lleva dos años trabajando en el Hospital Clínico. «El inicio fue caótico porque llegó todo de repente, pero la buena organización que hubo permitió que sacáramos el trabajo».
María también destaca la proximidad a los pacientes y la «desprotección» que sintió en algunos momentos, pero reconoce que «se seguían todas las precauciones». De los turnos tiene un recuerdo amargo y explica que «se hacían eternos, parecían no terminar nunca. Pese a la enorme carga de trabajo, finalizaba la jornada con la sensación de no haber hecho nada». Y, al igual que Ana Alfayate aunque en menor medida, María recuerda haber sido «nexo de unión entre enfermos y familiares sobre todo de ancianos que no sabían utilizar su teléfono móvil».
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María asegura que «hay que vacunarse por uno mismo y por los demás». Y de las reuniones ilegales y el salto de normas tiene una opinión muy clara: le duele ver ciertas actitudes. Piensa que «se ha llegado a un punto en el que parece que se ha normalizado esta situación, que la gente ha aprendido a convivir con la enfermedad y a no preocuparse de poder contagiarse, algo que es muy peligroso». Pero esta sanitaria confía en que la vacuna «funcione pronto y salgamos cuanto antes de esta tercera ola;he llegado a ver a compañeros llorar de impotencia por no llegar a todos los pacientes».
También en Valladolid pero en el Río Hortega trabaja Noelia Villacé. Lleva dos años ocupando su puesto de técnico de rayos y reconoce haber «visto de todo desde que el coronavirus apareció». Ella fue la primera sanitaria que atendió a un paciente con covid-19 en la ciudad y recuerda que «no había protocolos; conforme se iba descubriendo la enfermedad se iban incorporando normas y medidas». Desde marzo, el diagnóstico por imagen fue «fundamental» para luchar contra el coronavirus. «Se han hecho placas a personas que se sabía que eran positivas y hemos estado los técnicos de rayos solos con los pacientes», asegura.
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Pero para Noelia lo más duro ha sido «tener que lidiar con compañeros y superiores por las decisiones que había que tomar. Había veces que se generaban discusiones innecesarias». Tras el escaso reconocimiento recibido, Noelia explica que «no es necesario que nos den palmaditas en la espalda, porque estamos haciendo nuestro trabajo y nos ayudamos entre nosotros. Somos un equipo muy unido».
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