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No despegan la vista de la calle Fuentona los vecinos de Santovenia de Pisuerga. Están vigilantes, desplegando «patrullas» constantes, pero saben que esta vez «no pasarán». Que por mucho que lo intenten, en esta ocasión nadie okupará el piso ubicado en el número 2 de ... la citada vía, que ya fue desalojado hace poco más de un año. Lo dicen y lo repiten hasta la saciedad. Lo dejan también por escrito, por si hubiera un nuevo amago: «Santovenia no se okupa. Seguimos vigilando».
La última intentona se produjo hace apenas unos días, el fin de semana del 15 de agosto. Dos jóvenes forzaron la cerradura e intentaron derribar a patadas la puerta de la vivienda. No lo consiguieron. De hecho, pese a todo, es «bastante difícil» que lo hagan. «No han llegado a entrar porque la puerta está reforzada desde que conseguimos que los anteriores inquilinos se marcharan», precisa el portavoz de la plataforma Santovenia Unida, Alberto Chamorro, quien también agradece la «rápida» intervención de la propiedad –una inmobiliaria–, que enseguida desplazó un agente a la casa para comprobarlo 'in situ' y tomar las medidas de seguridad pertinentes. «Les avisamos y vinieron muy rápido a cambiar la cerradura y reforzar la puerta», afirma el representante vecinal. Ya ni rastro queda de aquellas huellas de zapato selladas sobre la puerta, aunque sí del anterior cerrojo, reventado. Los ventanales del adosado están cerrados a cal y canto, con paneles de chapa de grandes dimensiones. También los de la planta superior porque, coinciden los santovenienses, es «mejor prevenir que curar».
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Fueron los propios vecinos los que se percataron de «movimientos extraños» en la zona incluso antes de que se produjera el intento de allanamiento. Fue la presencia de un vehículo «desconocido» lo que activó las alarmas. «Creemos que los que dieron la patada fueron dos chavales jóvenes, pero había un coche con tres personas en la acera de enfrente, como esperándoles para cuando dieran el golpe, meterse todos», asevera Chamorro, quien también destaca que todos los intentos en Fuentona número 2 siguen el mismo 'modus operandi': a mediados de agosto, haciéndolo coincidir con el festivo, al haber «menos» gente en el pueblo.
«Hemos tenido que soportar hasta las llamadas ventas de llave, ver que unos inquilinos se van y, en nuestra cara, les ceden la casa a otros y les dan dinero a cambio», lamenta un grupo de residentes, congregado en torno al chalé en cuestión, pero que prefiere no desvelar su identidad por temor a posibles represalias. Es la calle Fuentona un punto crítico de la okupación en el municipio vallisoletano. Lo saben sus vecinos, que han visto cómo en los últimos años, ese mismo piso ha sido 'asaltado' «cuatro o cinco veces». «Estamos muy atentos para que no se repita lo vivido y perder lo que tanto esfuerzo nos costó conseguir», dice el portavoz, mientras muestra su confianza en que no se produzcan más casos porque «a nadie le interesa entrar en una casa en un pueblo donde está todo el mundo vigilando y saben que van a tener a la Guardia Civil encima».
Uno de los que más de cerca «sufrió» aquellos «duros» meses fue Miguel R., pues su chalé colinda con el número 2, y admite que el confinamiento domiciliario fue «horrible, todo el día con música y ruidos».
«No queremos que vuelvan, hemos estado muy tranquilos este año. Con todo esto hemos revivido fantasmas del pasado, una sensación mala, genera mucha inseguridad saber que puedes volver a pasar por lo mismo, que no descansas porque no te puedes ir ni a gusto de casa», sostiene este vecino, quien también hace hincapié en que «si pasa de nuevo, el problema no está solo en Fuentona, sino que es de todo el pueblo». «Los que estamos pegados pared con pared lo sufrimos a diario, pero si van a una tienda a robar, o tienen problemas los niños en el parque... Al final nos repercute a todos».
Okupas en Valladolid
Otros vecinos, Nati y Enrique, afirman que si bien es cierto que ellos no lo vieron «tan cerca» –pues viven unos bloques más allá, aunque también en Fuentona– tenían la «misma intranquilidad que si les tuviéramos pegando a la pared». El motivo –explican– es porque evitaban realizar viajes de varios días «por miedo a que nos entraran». «Si vienen y no hacen nada, todavía, pero es que estos últimos que estuvieron la preparaban, montaban mucho escándalo y fiestas y no hacían por convivir con el resto, y así no se puede», argumenta el matrimonio, que se enteró por el vecindario del nuevo intento y «bastantes días después».
Es la usurpación de viviendas un fenómeno que en la provincia se mantiene constante, al menos en el último lustro. Se alcanzó el 'pico' en 2015, cuando el Ministerio de Interior contabilizó 130, aunque un año después cayó a prácticamente la mitad: 67. Desde entonces, Valladolid registra una media de 82 allanamientos cada año (83 en 2020; 85 en 2019 y 80, en 2018). Por su parte, este año, hasta el 31 de julio (última fecha de la que se disponen datos) se tiene constancia de que se han producido 59 denuncias por este motivo, una media de ocho mensuales.
Hace poco menos de un año, cinco pueblos vallisoletanos –Renedo, Cabezón, Cigales, Zaratán y la propia Santovenia– crearon un frente común para «luchar juntos» contra estas situaciones, que entonces asolaba algunas de sus casas. Sin embargo, once meses después, esa unión está en pausa y no se volvieron a reunir. Se marcharon los inquilinos y, a priori, se acabó el problema. Sin embargo, mantienen sus alcaldes el contacto por si volviera a ocurrir, tanto allí como en otros municipios de la zona.
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