No fue tirarse a una piscina para buscar en sus aguas. Fue más complejo, por mucho que los todos los presentes en ambas orillas presenciaran atónitos cómo un buzo del Grupo de Especialistas en Actividades Subacuáticas (GEAS) permanecía varios minutos en la gélidas aguas del ... Duero para dar con el ultraligero siniestrado en el que se pensaba que podrían estar los dos tripulantes.
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Fue una inmersión a ciegas. La visibilidad, con las aguas turbias, era inexistente. Como si se llevara una venda en los ojos al no ver más allá de un palmo en el interior del agua. Es ahí cuando se activa aún más el sentido del tacto. Todo lo que se tocaba era fundamental para conocer más de cómo se encontraba la aeronave en el fondo del Duero, a unos tres metros de profundidad. Por eso, el mismo día del hallazgo del aparato se conocía que estaba con las ruedas hacía arriba al palpar una de las mismas.
Era lo único que se conocía antes de averiguar si Beatriz Cantos, gerente del aeródromo de Matilla de los Caños, y Guillermo Álvarez, teniente de alcalde de Geria, se encontraban en el interior.
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Por eso, antes de acudir hasta el ultraligero, los especialistas de la Guardia Civil visionaron vídeos de rescates similares. Todos conocen los habitáculos de un coche, pero no de un ultraligero. Y todo esto sin saber con exactitud cómo se comporta el Duero en la zona del hallazgo del avión, entre los términos municipales de Villamarciel y San Miguel del Pino.
Y eso lo comprobaron dirección a la avioneta. A las gélidas aguas, rondarían los 5 grados, se sumaban unas corrientes internas que dificultaron el rescate, al superar en determinados momentos un nudo de velocidad. De hecho, toda inmersión que supera el nudo se desaconseja por peligrosidad.
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Con estos antecedentes, el primer buzo que se decidió a seguir inspeccionando la zona, en la mañana del lunes, desaconsejó las labores de rescate por la peligrosidad que conllevaba. Era sumergirse y lo que parecía un río tranquilo en su superficie se convertía en corrientes muy fuertes, lo que conllevaba una peligrosidad extrema para aquel que lo intentara.
Tras él, lo intentó otro compañero, que, consciente del riesgo y con la pizca de miedo ante el temor de que un fallo podría ser un nuevo problema para los GEAS, accedió a sumergirse en busca de los dos cuerpos.
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Desde el exterior parecía sencillo, más aún cuando en el primer intento de este especialista halló el cuerpo de Beatriz Cantos. Fueron varios minutos en el interior del agua, con su correspondiente tensión. En el habitáculo, que en ese momento no estaba fijado, el buzo cortó el cinto de Beatriz y la sacó a flote con el sistema de inflado de sus equipos de buceo. Parecía sencillo, pero no lo fue.
Y no lo era porque cuando emergían, la voz lo plasmaba todo. Jadeando por el gran esfuerzo, se apresuraba a recuperar el pulso normal de la respiración a la par que detallaba a sus compañeros de lancha lo que había palpado. Las inmersiones conllevaban unos continuos ejercicios de compensación con la presión, al bajar en muchas ocasiones hasta el fondo y alcanzar los tres metros.
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Las inmersiones en la búsqueda de Guillermo se complicaron más al no hallar ningún indicio de que se encontrara en el interior. A partir de ahí, se estudió la posibilidad de fijar el ultraligero y acercarlo a la orilla más cercana. Y así fue, el propio buzo ató el cabo en el tren de aterrizaje, la parte más fuerte del aparato al estar preparado para soportar pesos de 1.800 kilos en los aterrizajes, y se consiguió reflotar.
A pesar de todo, la visibilidad no mejoraba. Era meter ligeramente la cabeza en el agua y no ver nada, por mucho que se precisaran de las mejores linternas (los sedimentos más revueltos por las lluvias convierten en el agua en opaca). Las inmersiones continuaron en varias ocasiones en las que finalmente, tras palpar todos los recovecos del fuselaje, concluyeron sin encontrar a Guillermo.
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Unas labores que lucharon con los elementos traicioneros del Duero en este tramo. Esos que conocen en perfectas condiciones, sin ser especialistas de buceo, los vecinos de la zona. «Tiene muchas corrientes. Hay mucha maleza y ahora viene muy fuerte. Todo esta canalizado para que el agua acabe en la central hidroeléctrica de San Miguel del Pino y una canalización de riego. No tuvo que se fácil», apuntan varios voluntarios que este martes se acercaron al Duero para otear en las orillas.
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