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En la mente de Jesusa Sánchez Moya hay un sinfín de «hubieras». Su hermana María Dolores desapareció hace 32 años en Medina del Campo, cuando tenía tan solo 21. Aquel 23 de julio de 1990 debía Mary, como se refieren de un modo cariñoso, coger ... un tren hacia Valladolid, donde trabajaba como asistenta del hogar en una casa. Pero nunca llegó a subirse a aquel ferrocarril. Hasta hoy. Nadie volvió a ver a la joven medinense. Ni rastro. «Si se hubieran hecho las cosas bien a lo mejor sabríamos dónde está mi hermana», lamenta.
Han pasado 32 años desde la última vez que vieron a su «pequeña», pero la herida aún supura. Duele «igual o más» que el primer día. «Para nosotros es como si fuese el primer día; hay mucha gente que se piensa que como han pasado tantos años ya lo hemos olvidado, pero no. Es un capítulo que no podemos cerrar porque no sabemos dónde está», insiste Jesusa.
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No dejarán de difundir su fotografía por redes sociales. Solo quieren saber de ella. Si está «bien», dice, que decida libremente lo que hacer, pero que sepa que tiene una familia que la busca y nunca dejará de hacerlo. Si la ocurrió algo, solo piden despedirse de ella. «Si está por ahí y lo ve, que sepa que seguimos buscándola», cuenta esta medinense, justo antes de reconocer que piensan que «le pasó algo». «En todo este tiempo no ha renovado el DNI, no ha movido nada de nada. Conociéndola, jamás nos hubiese hecho esto, se hubiese puesto en contacto con nosotros, estoy convencida», suelta a bocajarro, en medio de un intento –en vano– de mantener la entereza.
No hay una sola mañana que no se despierte con la esperanza de que ese día será el definitivo, que por fin podrá saber algo de su hermana. «Te levantas con la imagen de tu hermana. Es muy penoso no poder ver una imagen de ella», apostilla.
No la han olvidado ni lo harán jamás. Saben que han hecho «todo lo que hemos podido, pero nos falta nuestra hermana pequeña y queremos saber de ella». «No está olvidada ni lo haremos nunca. La estamos buscando desde el primer momento; mucha gente está conociendo ahora que desapareció, porque había quien pensaba que se había ido por su cuenta o se había muerto», añade Jesusa.
Después de 32 años sin noticias de Mary, su mayor temor es envejecer sin saber qué la ocurrió. «Mis padres se fueron con la pena de no saber qué le pasó a su hija; cada vez te va doliendo más porque te vas haciendo mayor y piensas que te vas a ir como se fueron ellos: sin saber nada de ella. Hasta que mi madre murió, la última semana que la pobrecilla ya no podía ni andar, estuvo todos los días yendo a la Policía. No pedimos tanto, solo saber si la ocurrió algo», sentencia.
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