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Doce horas y media de angustia y con el corazón encogido. Así han vivido los vecinos de Santovenia de Pisuerga lo ocurrido desde las 1:45 hasta las 14:15 horas de este viernes. En ese intervalo de tiempo, Pablo A. S., 'El Chiqui', ... de 46 años, con antecedentes por tráfico de drogas, robos y lesiones, ha sido el presunto artífice de la muerte del que fuera su vecino y amigo desde los 16 años, Dionisio Alonso Pardo, y de dejar en «estado muy grave» al guardia civil Pedro Alfonso Casado. Todo ello en el número 8 de la calle Alfredo Martín de Santovenia y con un rifle del calibre 22 mm.
El desenlace fatal arrancó este jueves sobre las 18:00 horas, cuando las dos familias implicadas tuvieron una pelea en la propia localidad vallisoletana. «Había doce implicados», apuntaba la delegada del Gobierno de Castilla y León, Virginia Barcones, en la misma calle del crimen. Hubo enfrentamientos y golpes, que acabaron con Dionisio y su mujer en el Hospital Clínico Universitario a eso de las 23:00 horas.
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Una riña que se divide en dos hipótesis: la de los celos, como señalaban varios vecinos del municipio, o la de represalias, como afirmaba la suegra de la víctima. «Llevaban tiempo con discusiones y habían acabado con las ruedas de los coches pinchadas. Mi yerno ha sido asesinado por pincharles las ruedas», lamentaba la madre de la mujer de Dionisio, a la par que interrumpía la propia rueda de prensa de Barcones para insistir en que en la pelea, su hija y su yerno «recibieron una paliza de otras seis personas».
Tras varios minutos de espera en el Servicio de Urgencias del Clínico, Dionisio, antes de ser atendido según fuentes sanitarias, regresó a Santovenia, permaneciendo su mujer a la espera en el hospital. Fue en su vuelta y tras abrir el portal, cuando «Dionisio fue sorprendido con un disparo a la altura del estómago por parte del Chiqui sobre las 1:30 horas», reflejaban testigos presenciales del presunto disparo.
Acto seguido, según las mismas fuentes, el hijo pequeño de la víctima bajó desde el tercer piso del número 8 para atender a su padre, «al que vio morir». «Menos mal que se le encasquilló el rifle, porque sino mi nieto también estaría muerto», incide la suegra de Dionisio.
A partir de ahí, el sospechoso se atrincheró en la que fue su casa, el bajo A del mismo inmueble (estaba divorciado, aunque la frecuentaba con asiduidad), quedándose con uno de sus yernos de rehén e iniciando las doce horas y media más largas de Santovenia.
Parte del municipio se iba a dormir en vilo, la otra mitad, aún no conocía lo que transcurría en sus vías. Eso sí, la calle Alfredo Martín ya estaba cortada. El Chiqui se había atrincherado y la Guardia Civil esperaba la llegada de la Unidad Especial de Intervención, similar a los GEOs, para iniciar las negociaciones. Se trasladaron desde Madrid y al frente se encontraba el teniente coronel leonés Pedro Alfonso Casado.
Estuvo en la primera línea de las conversaciones que se mantenían con el Chiqui desde el portal, según destacan fuentes presenciales del vecindario, pero «enseguida se escuchó otro disparo». «Vimos cómo le daban en la cabeza (llevaba casco) y cómo sus compañeros le sacaban del portal. Era horrible», añadían al término de su peor pesadilla.
Eso fue a las 8:15 horas del viernes. Y el rumor del disparo se trasladó a toda la localidad. «Ha disparado a un guardia civil, no va a parar», se escuchaba entre los vecinos de Santovenia. Por su parte, el servicio de emergencias trasladado al punto crítico se afanaba por estabilizar a Pedro Alfonso Casado, de 54 años. Media hora más tarde ponía rumbo al Hospital Clínico de Valladolid, donde ingresó en estado «muy grave» para ser intervenido durante dos horas por el Servicio de Neurocirugía.
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Ocho horas después de encerrarse en el bajo A, las novedades no salían de la calle Alfredo Martín. Escasos movimientos de la Unidad Especial de Intervención en los aledaños invitaban a una rápida intervención. Y eso parecía, pero no fue así al intentar una acción de «desgaste» del sospechoso por parte de los agentes.
El nerviosismo se trasladaba a todas las calles. Se acercaba todo el pueblo, a pesar de que el alcalde, Bernardo Canedo, lanzaba un mensaje de tranquilidad, invitando a que todos los vecinos permanecieran en sus hogares. Era inevitable estar inmóvil. «Tengo a mi hija sin poder salir de casa. Estoy muy preocupada y solo quiero que esto termine», señalaba la madre. Al otro lado del móvil, su hija le contaba al minuto lo que ocurría en el número 8. «Estamos muy angustiados. No sabemos qué pasará. Escuchamos los gritos y al parecer hay drones y sensores de movilidad», relataba el familiar de esta mujer, que sobre las 11:00 horas ya escuchaba al Chiqui pedir «un psiquiatra y metadona».
La incertidumbre reinaba por todas las esquinas y sobre las 12:00 horas apareció en escena la delegada del Gobierno, Virginia Barcones, acompañada por el subdelegado, Emilio Álvarez. La gravedad del suceso se reafirmaba en los abrazos que se veían en esos instantes. No había confirmación absolutamente de nada, pero en las miradas y en los gestos estaba el mensaje.
La propia Barcones se acercó a los medios de comunicación para afirmar que había una operación en curso y que no iba a dar ningún detalle que la pusiera en peligro. Ni se aventuraba a dar el pronóstico del guardia civil. Aún faltaba una hora de sufrimiento.
Y a las 14:15 horas se entregó. Los negociadores, según fuentes de la Guardia Civil, accedieron a entregar metadona al Chiqui, lo que propició que se tranquilizara y se pusiera a disposición de los agentes tras disparar presuntamente a su amigo de la infancia y dejar en estado «muy grave» al agente Pedro Alfonso Casado.
Esa noticia corrió entre los vecinos incluso antes de que fuera oficial, lo que destapó la indignación de los familiares y amigos de la víctima. Encabezados por uno de los dos hijos de Dionisio, increparon a los guardias civiles. Reprochaban su «tardanza» en llegar al lugar del disparo, a la par que insinuaban que «esto no había acabado» al asegurar una venganza.
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