Eduardo Ballesteros, voluntario de 16 años
«No he coincidido con ningún voluntario más joven que yo»Eduardo Ballesteros, voluntario de 16 años
«No he coincidido con ningún voluntario más joven que yo»La solidaridad no tiene edad. La prueba de ello la encontramos en Eduardo Ballesteros Renedo, un joven de apenas 16 años y natural de La Cistérniga, que este fin de semana pasado se desplazó hasta Valencia, a la zona cero de la catástrofe, para ayudar ... a aquellos que lo han perdido todo. Una experiencia que compartió con su padre, Óscar Ballesteros, y un grupo de amigos de éste.
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La idea surgió en el bar la Ruta de La Cistérniga. Entre café y café, Óscar y sus amigos comentaron el gran impacto de las noticias que llegaban desde la Comunidad Valenciana y decidieron unir fuerzas organizando todo un convoy humanitario. Cuando Óscar lo comentó en casa, su hijo no dudó en sumarse a la causa. «Es tan grave lo que ha pasado que creo que todo el mundo deberíamos ir a echar una mano. Lo que no me imaginaba era la reacción que tuvo mi hijo», cuenta este operario de fábrica de 50 años. »Estaba totalmente convencido de querer ir. Yo le advertí que lo que se iba a encontrar allí no sería plato de buen gusto, pero insistió. Quería aportar a los demás y a mí me pareció maravilloso«, explica muy orgulloso.
Así, padre e hijo se embarcaron en esta misión humanitaria que tenía como propósito llevar comida y productos de higiene y limpieza y ayudar a retirar los vehículos de los parkings y calles. Una vez en Valencia, Eduardo no se achantó y a pesar de la dureza de la situación, asumió su papel con enorme madurez. «Yo sólo quería ayudar a la gente, aunque al principio no sabía exactamente cómo. Enseguida me ubiqué y supe lo que tenía que hacer», cuenta el joven que estudia 3º de ESO en el IESO La Cistérniga. Allí trabajó como el que más, limpiando el lodo, repartiendo comida y estando atento a las necesidades del resto de miembros del grupo. «En los pueblos en los que he estado no he coincidido con ningún voluntario más joven que yo. La mayoría de los afectados se sorprendían por mi edad y me agradecían mucho lo que estaba haciendo», relata.
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Óscar recuerda cómo su hijo Eduardo entraba en los garajes inundados para enganchar los coches o alumbrar el lugar, siempre dispuesto a lo que hiciera falta. «Ha sido uno más. A mí se me hinchaba el pecho al ver el comportamiento tan maduro de mi hijo. Antes de esto yo pensaba que esta generación de jóvenes estaba muy acomodada y verle tan involucrado, ha sido un descubrimiento total», prosigue este padre, quien también admite que tenía ciertos temores. «Me daba mucho miedo entrar en un garaje y encontrarnos fallecidos. No quería que mi hijo viera esas cosas, así que siempre bajaba yo primero para echar un vistazo y asegurarme de que el lugar era adecuado para él. En todas las labores que hemos hecho, siempre hemos estado juntos», indica el progenitor muy satisfecho del vínculo tan especial que se ha creado ente ambos tras esta experiencia.
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«Esto nos ha unido muchísimo. Allí, en Valencia he podido comprobar que el pueblo está muy por encima de los dirigentes que tenemos. Hemos conocido a voluntarios de todo el país. Daba igual de qué provincia o comunidad fueras, todo el mundo era bien recibido y todos aportábamos», reflexiona Óscar. Al regresar a La Cistérniga, tanto padre como hijo volvieron con una mezcla de sentimientos. «Allí dormimos y hemos vuelto agotados y con la espinita de todo lo que queda por hacer», continúa.
Eduardo, por su parte, asegura que esta experiencia le ha cambiado para siempre. «Me ha servido para valorar todo lo que tengo y saber que lo puedo perder en muy poco tiempo. Si tengo oportunidad volveré sin dudarlo. Mis amigos y mi profesora de Lengua me han dicho que soy muy valiente y alguno de ellos me ha dicho que le gustaría ir a ayudar. Yo les he explicado que estar allí no es lo mismo que verlo por la televisión. Es algo que te cambia como persona. Yo animo a todo el mundo a que vaya a Valencia a echar una mano porque si nos hubiera ocurrido a nosotros, también nos gustaría que nos ayudasen», concluye, con una madurez que ya lo define.
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