Una aleación casi mágica de estaño y cobre dio lugar al bronce hace más de 5.000 años. El de fundidor de bronce es, por tanto, uno de los oficios más antiguos, pero también uno de los más desconocidos. Resulta espectacular visualizar el proceso ... de fundición, que es arte puro con fuego, y cuyas señas de identidad se han mantenido intactas, generación tras generación. Luis Ángel Lorenzo es el protagonista de esta historia sobre un oficio en vías de extinción. Que requiere tres elementos fundamentales: la tierra, el fuego y el tiempo. Pero también necesita de una mano firme y una mente clara para conseguir las creaciones más bellas. A pesar de su juventud, este profesional cuenta con décadas de experiencia dedicadas al noble oficio de la fundición artística en bronce en su pueblo, Medina de Rioseco. Su mote, Perero, es su mejor patrimonio. Es parte de su historia familiar y lo luce con orgullo en su empresa, Bronces Perero.
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Su taller está repleto de encantos, de un sinfín de herramientas propias de este oficio artesano y milenario. Su historia se remonta a hace más de cuarenta años. Luis, su padre, comenzó a trabajar en una fundición de hierro allá por los años 60, donde aprendió el duro oficio de moldeador y fundidor. Su pasión por este arte le caló tan hondo, que creó un pequeño taller en el que pasaba sus ratos libres elaborando y fundiendo por el simple placer de hacerlo. Su hijo Luis Ángel heredó su amor por el fuego y el bronce, y con solo 15 años decidió que dedicaría su vida a este trabajo. Juntos, padre e hijo, con mucho esfuerzo y más cariño, mantienen viva esta profesión, que durante siglos sirvió de sustento a muchas familias pero que, en la actualidad, está cayendo en el olvido.
Pese a la gran presencia del bronce en la vida cotidiana y sus múltiples aplicaciones, son pocos los fundidores de este metal que quedan en activo. El bronce artesanal compite contra el industrial y, según Luis Ángel, los pequeños talleres lo tienen complicado. «Quedan pocos como yo. Este oficio está destinado a desaparecer. Es muy duro y poco rentable, ya que es difícil competir contra los mercados asiáticos, que tiran los precios y la calidad del producto final. La materia prima que yo uso es de alta calidad, y cada vez más cara. Todo apunta a que solo quedarán las fundiciones grandes con producción en cadena. Los talleres como el mío, con producciones pequeñas, artísticas y a medida, desaparecerán», augura apenado. Pero él no se rinde. Se levanta cada día con la ilusión de trabajar en aquello que su padre le enseñó siendo niño y que ama profundamente. «Es un proceso largo, que requiere mucha paciencia», anticipa. Siempre se parte de un modelo, que puede ser de barro, cerámica, metal, plástico o cualquier otro material.
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Este patrón se coloca sobre un sistema de cajas que se rellena de fina arena arcillosa y se compacta de tal forma que es capaz de registrar todos los relieves de la pieza original. Una pequeña figura de la Virgen de Castilviejo, patrona de su pueblo, le sirve para mostrar cómo lleva a cabo su faena. «La arena es primordial y requiere de un grado de humedad exacto. Si está muy seca, la humedezco y la dejo orear. Es una arena muy fina, que puedo reutilizar una y otra vez», cuenta mientras rellena las dos cajas que servirán de molde.
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En una de ellas inserta la pieza original y encima espolvorea grafito para más tarde poder separar ambas partes de la caja. Luego, más arena, que se prensa sobre la pieza. Es entonces cuando las dos partes del molde se cierran y se compactan. Tras colocar la caja sobre una superficie plana, la abre con extremada precaución y saca el original. «Hay que ser preciso y limpio. Un grano de arena puede suponer un fallo en la obra final», dice.
Es un espectáculo verle trabajar, tanto por el proceso en sí como por el resultado final. Unos días los dedica a preparar moldes y otros, a fundir el metal. En el crisol de grafito este riosecano funde los lingotes de bronce. Conoce bien el punto justo de ebullición, es un virtuoso del fuego que conjuga con maestría la técnica y la sensibilidad artística. El momento más crítico llega con la extracción del bronce líquido. Todo un ritual, tan delicado como peligroso, durante el cual se vierte el metal fundido, en los moldes ya preparados. De su delicadeza dependerá el resultado final. Tras el enfriamiento, se abren los moldes y se aparta la arena para dar luz a las obras de arte de su interior. La parte final del proceso consiste en pulir la pieza y darle la pátina, que es la firma personal del taller. «La aleación marcará el color. Cuanto más cobre tenga, más roja será la pieza y mejor cogerá la pátina».
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Agapito Ojosnegros Lázaro
La época del año de más intensidad en su taller son los meses previos a Semana Santa. Ha realizado infinidad de medallas, varas procesionales, faroles, manillas, horquillas, hachones y todo tipo de figuras religiosas para las cofradías más importantes de Valladolid, Zamora, Medina de Rioseco, Medina del Campo, Peñafiel, Mayorga y Benavente, entre otras. Pero, además, Perero es especialista en la realización de escudos heráldicos, balaustres, balcones, cabeceros, esculturas de pequeño formato, relieves, llamadores y letreros. En la planta superior del taller, padre e hijo tienen una exposición donde lucen parte de sus creaciones.
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