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«Me conozco Valladolid mejor que muchas personas que nacieron aquí», dice Samer Laatiri, tunecino, 31 años, cinco idiomas, titulado en Ingeniería de Diseño Industrial ... y Desarrollo de Producto y, durante una larga temporada, repartidor de Glovo. Ha pedaleado tanto por las calles de Pucela, ha llamado a tantísimos portales, que su cabeza es un callejero, una versión actualizada del google maps. Llegó a la ciudad el 23 de febrero de 2020, apenas unos días antes de que estallara la pandemia de la covid, con la intención de estudiar un máster en la UVA.
Aquí, «a tan solo dos horas de avión» de su casa familiar en el norte de África, se topó con una difícil realidad en la que se ven atrapadas muchas personas migrantes. «Pensé que tenía permiso de trabajo. Y no, no podía trabajar». El confinamiento, además, lo complicó todo. Ni siquiera un empleo en b. «Si no tienes comida en el frigorífico, si los ahorros se te acaban, el trabajo es lo más importante. Por eso dejé de lado los estudios», cuenta Samer, quien luego sí, consiguió ese trabajo en Glovo, en el campo después. Hoy es camarero. Hizo un curso de diseño gráfico de producto en la escuela de Arco de Ladrillo. Ahora quiere recuperar su objetivo de matricularse en la UVA y trabajar en aquello para lo que estudió.
Samer es un claro ejemplo del perfil de personas migrantes con el que trabajan en Red Íncola, ONG que este viernes presentó su memoria anual (7.535 personas de 84 países atendidas durante 2023, el 106% más que hace tres años) y que diseña un plan estratégico para los años 2025-2028 con el foco puesto en las renovadas necesidades de este colectivo de nuevos vecinos. La atención ya no implica solo a las ayudas de emergencia, la primera acogida, las dificultades de los tres o cuatro primeros meses (que siguen ahí), sino que cada vez se trabaja más en un «acompañamiento más largo, de dos o tres años, hasta que se consigue la regularización, un proceso estable de integración», cuenta María Miranda, técnica de Red Íncola, quien subraya los nuevos retos a los que se enfrentan.
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«Las personas que llegan lo hacen cada vez con más formación. El 80% tienen al menos la ESO y el Bachillerato. Hay muchísimas personas con grados medios y superiores, licenciaturas y másteres. Son personas muy bien formadas, pero que no pueden ejercer su trabajo por las dificultades de homologación o por las trabas en el proceso de regularización». Por eso, cuenta, el área de formación y empleo tiene cada vez más peso en la entidad. El año pasado, ofrecieron orientación laboral a 1.420 personas en Castilla y León. De ellas, 125 consiguieron un empleo. «Y luego está también la preocupación de la vivienda, con unas tremendas dificultades de acceso». Estas dos materias, formación y vivienda, son los grandes desafíos en una comunidad foránea que no deja de crecer. Entre abril de 2023 y abril de 2024, el padrón provincial creció con 4.688 personas más que habían nacido en el extranjero. Hoy son 52.884. El 10,06%. «Y no llegamos a todos», reconocen.
Ese incremento del 106% en los usuarios ha ido en paralelo a un aumento del 10% en los voluntarios (son 336), del 20% en los trabajadores (en la actualidad, 24), del 30% en el presupuesto. Manejan 776.359,65 euros, de los cuales, el 58% procede de la administración pública, el 14% de la UE, el 27% de fundaciones y obras sociales. Apenas el 1%, de patronos, socios y donaciones particulares. «Nos gustaría llegar a 2.000 socios», dice Chus Landáburu, presidente de Red Íncola, quien calcula que si esos 2.000 socios (hoy son cerca de 200) aportaran 20 euros al mes («que con las bonificaciones les saldría casi gratis») les llegaría para pagar las nóminas de sus trabajadores.
Pero hay otro capítulo importante en el que desde Red Íncola inciden: la sensibilización. «Es importante ahondar en la integración y fomentar la participación en la sociedad». También acabar con prejuicios. Samer cuenta dos episodios desagradables que vivió en Valladolid, cuando un gestor le intentó estafar y cuando se encontró con impedimentos para acompañar a su pareja en un edificio público. «Sentí que me trataban diferente, no como a un español».
«El 20% de la población española ha nacido en el extranjero o forma parte de la segunda generación», dice Maru González, coordinadora de Red Íncola. «Esta es la realidad que tenemos delante y por eso es necesaria la hospitalidad, el principio de humanización», dice, al tiempo que critica los «discursos alarmistas sobre menores y migrantes». «Con palabras de este tipo y poniendo pegas, solo conseguiremos aumentar el sufrimiento de las personas migrantes. La mayoría son víctimas de algún tipo de violencia en sus países de origen. Y por muy duro que sea lo que aquí se encuentran, vienen de una situación mucho más dura y peligrosa», asegura Landáburu. En ese sentido, destacan las jornadas de sensibilización llevadas a cabo en centros educativos, con la visita a 37 colegios (y 4.372 estudiantes participantes). En esta línea con jóvenes, el año pasado atendieron a 809 menores, 180 recibieron apoyo educativo y entregaron 50 becas de apoyo escolar.
«A veces lo que una persona extranjera quiere, como queremos todos, es alguien que le escuche, compartir sentimientos. Cuando explicas tus problemas y escuchas los de los demás, te sientes mejor. Y enseñas que no eres fulano, uno más, sino una persona con nombre y apellido», con sus sueños, su trabajo, su familia, sus ilusiones. «Y mi nombre es Samer», concluye este joven que en su día recibió apoyo de Red Íncola y ahora se abre a un futuro en Valladolid.
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Alberto Echaluce Orozco y Javier Medrano
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