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Un mecánico itinerante acaba de okupa en Las Norias: «La calle es muy dura»«Aquí no hago daño a nadie, los policías saben que estoy y aquí seguiré hasta que pueda encontrar algo para irme», suspira Jorge, un « ... mecánico itinerante», tal y como se define él mismo, que a sus cincuenta años se ha visto en la calle con lo puesto y que ocupa desde hace unos días el maltrecho quiosco del parque de Las Norias que hace un año fue pasto de las llamas y que espera desde entonces su anunciada demolición.
Pero la caseta, destinada en su día, en un lejano 2007, a acoger un bar que nunca llegó a este espacio verde nacido junto a los restos de la antigua azucarera Santa Victoria, continúa en pie y por eso el ahora indigente a la fuerza, según explica, ha visto allí la posibilidad de salir del frío de la calle en la que estuvo cinco días desde que se vio obligado a abandonar su vivienda en Santovenia la semana pasada.
«Tuve problemas con mi compañero y el caso es que acabé en la calle», relata el ahora 'inquilino' de este espacio municipal de 122 metros cuadrados formado por dos contenedores. Uno lo destruyeron las llamas y el otro, el que sobrevivió al fuego, de tan solo 42 metros, es en el que ahora vive hacinado entre sus pertenencias Jorge, quien recuerda que vio que se podía abrir la puerta -un listón de madera la cerraba desde que fue tapiado el quiosco en junio del año pasado- de la caseta y optó por meterse dentro con todas las cosas que pudo rescatar de su vivienda en el polígono El Esparragal.
«Me traje lo que pude», suspira mientras señala una lavadora, un lavavajillas, un calentador, algunas puertas y unos colchones. Todo ello está apilado en las paredes de la entrada de la oscura caseta -los operarios municipales tapiaron todas las puertas y ventanas- en la que vive y en la que ha reabierto un muro al final para habilitar allí su habitación.
«He vendido ya algunas cosas y poco a poco iré vendiendo el resto para ir tirando hasta donde me dé», relata antes de lamentar que «nunca, hasta ahora, me había visto así de tirado» y de destacar que «la vida en la calle es mi dura». Y lo dice por experiencia. Cuando dejó su casa, una suerte de vivienda, digamos «alegal», construida sobre una nave del polígono de Santovenia, estuvo los primeros días «durmiendo en cajeros». Hasta que el pasado fin de semana vio en la destartalada caseta de Las Norias una opción para, al menos, dormir a cubierto.
Y allí estableció su hogar. «La verdad es que pensé que estaba peor, pero más o menos se puede estar aquí dentro», asegura para después recalcar que, de momento, descarta mudarse al albergue. «Esto es provisional y espero poder salir de aquí pronto, aunque si me echan antes pues tendrá que volver a buscarme la vida», anticipa el ahora okupa de Las Norias sin demostrar demasiado optimismo en relación a su futuro inmediato y después de confesar que nunca pensó que «acabaría así».
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Jorge explica que las cosas no le han ido especialmente bien en los últimos años. «Soy mecánico y siempre he trabajado haciendo chapucillas por los pueblos, pero acabo de quedarme sin coche y además tengo muchos problemas de espalda que me impiden manejarme bien con los brazos», resume. Y lo del coche, incide, «fue la puntilla y una faena muy grande». No tenía seguro, reconoce, y se lo dejó hace unas semanas a un amigo. «Le pillaron». Desde entonces su vehículo permanece en el depósito municipal. «Ni puedo sacarlo ni puedo pagar el seguro...».
Así que este «mecánico itinerante» se encuentra en la calle, sin trabajo y... sin amigos. «Cuando te ves así te das cuenta de lo difícil es mantener los amigos y que alguien te ayude», lamenta. Y eso que él es de Valladolid. «Pero tampoco me llevo con mis padres....».
Una vida difícil la suya, según su relato, que le mantiene ahora en la calle. De momento, al menos, Jorge duerme a cobijo. Pero a buen seguro su estancia en el refugio tiene las horas contadas. «Nadie me ha echado, pero soy consciente de que no tardarán, aunque de momento he limpiado bien esto y pretendo pintarlo un poco por dentro, quizás abrir alguno de los ventanucos para poder ventilar y tener luz...», anuncia. Son planes, en cualquier caso, a corto plazo. «Y si me echan pues ya veremos...».
Su futuro a corto plazo pinta casi tan negro como el color que tiñen las paredes del habitáculo del viejo quiosquillo del parque de Las Norias, esa suerte de pulmón verde de más de cuatro hectáreas que separa los barrios de la Ciudad de la Comunicación, con la vía de Ariza de por medio -esta en fase de desaparición-, y de La Farola, con la vía de alta velocidad -en su caso sin visos de desaparecer- también entre medias, que fue inaugurada en un lejano 31 de marzo de 2007.
El quiosco, que nunca encontró arrendatario, se salvó de la quema durante los primeros años, más allá de sufrir algunas pintadas y rayones en sus cristales, hasta que a finales del año pasado su interior fue ocupado por un grupo de indigentes. Y allí dormían cuatro personas, dos jóvenes de 22 años y dos varones de 33 y 35, cuando un voraz incendio, presumiblemente fruto de un descuido, destruyó prácticamente este espacio de propiedad municipal. Esto ocurrió en la madrugada del 5 de marzo del año pasado.
El Ayuntamiento anunció entonces su intención de demoler la caseta para mantener solo su estructura metálica para habilitar una pérgola como mero elemento decorativo del parque salvo que, en un giro de última hora, encuentren a un inversor dispuesto a dar vida a este espacio.
El quiosco, o bar, en cuestión estaba formado por dos contenedores adosadas que ocupaban 122 metros cuadrados. El principal, de 80 y completamente acristalado, estaba destinado a los clientes. Y el de detrás, de 42 y cerrado, en el que ahora vive el 'mecánico' de Las Norias, acogía la cocina, la barra y los aseos.
El fuego, en el que no hubo que lamentar heridos, destruyó por completo el contenedor acristalado y el secundario fue tapiado finalmente en junio del año pasado, después de que los indigentes volvieran a ocupar su interior. El perímetro del quiosco permanece desde entonces acordonado tímidamente por vallas y una cinta policial. Hasta el fin de semana pasado nadie había vuelto a pisar su interior. Por ahora, y «hasta que me echen», tiene otra vez inquilino. Su futuro, no obstante, pasa por la piqueta. Y el Jorge es incierto.
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