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'Lo que ha unido Galerías, que no lo separe El Corte Inglés', debió oírse aquel lejano 1974. Y así se cumplió. Cuarenta y ocho ... años después, Arturo Ballestero y Conchi Ventosa miran con nostalgia la fachada de hexágonos de los grandes almacenes de la calle Constitución, la 'capilla' donde se fraguó un amor entre escaparates, perchas y mostradores. Él tenía 18 añitos y ella 16 cuando pasaron a formar parte de la plantilla del primer gran centro comercial de Valladolid. Lo más de lo más. «Fue un 'boom'. Aunque ya había unas escaleras mecánicas en el Simago de Santiago, lo de Galerías supuso una revolución: seis plantas llenas de productos de todo tipo, que se podían ver de cerca y tocar, no hacía falta que nadie te los enseñara como pasaba en las tiendas de toda la vida», rememora Conchi. Ella era entonces una adolescente a la que contrataron como dependienta de apoyo para las primeras rebajas de verano que lanzaba en la ciudad la cadena de «don Pepín Fernández».
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Arturo ya llevaba en el edificio desde febrero. Acababa de concluir el Bachillerato cuando vio aquella oferta de trabajo. «Hice la entrevista y me cogieron; mi primer destino fue el almacén de materiales; estaba encantado porque trabajar en Galerías era importante, tuvo un impacto muy grande en el centro y cambió el modelo comercial», explica este exempleado, jubilado en 2013.
Él formó parte del equipo que abrió por primera vez las puertas del céntrico bazar. «La expectación era máxima, tanto que durante los primeros meses había que cerrar en algunos momentos del día porque no cabía más gente dentro», apunta. «Entonces se cosía mucho en las casas y solo en la sección de tejidos había veinte vendedores, ¡veinte!», comentan.
El trabajo ingente de ese arranque les impidió echarse el ojo. Demasiada tarea. Mareas incesantes de clientes, entusiasmados con la dimensión de aquella inédita oferta para las compras. Fue en 1975 cuando Arturo fijó su mirada en esa chavala tan guapa. «Bajaron ella y una compañera al almacén a coger género para una campaña de productos de Canadá y ahí la vi», apunta él como si fuese ayer. Primeros acercamientos tímidos, salidas conjuntas con los compañeros a tomar algo después de la jornada, luego ya en pareja... hasta hoy. «Éramos como una gran familia y estábamos muy orgullosos de pertenecer a una empresa que era un referente en la ciudad», comentan al unísono. Ejemplo de ello era el trato, más bien el mimo, que se les dispensaba a los empleados. «Cuando me fui a la mili, Galerías me reservó la plaza y no solo eso: me pagaron las extras de verano y Navidad», relata Arturo.
Eran nada menos que quinientos empleados con una máxima: «el cliente es lo más importante». En una ciudad donde el raspe castellano tras la caja registradora era más común de lo deseable, aquellos jovenzuelos de Galerías eran todo lo contrario: amabilidad y disposición a raudales. Conchi se centró en la sección de moda femenina (años después pasó a Librería) y Arturo cambió su puesto como responsable de la intendencia de los grandes almacenes para alcanzar más tarde el cargo de jefe de planta, ya en la zona de ventas.
Todo rodaba bien: el negocio y la relación. Hasta que comenzó la marejada. «Cuando falleció don Pepín Fernández, empezaron los problemas; sus hijos ya no lo gestionaban igual... luego lo cogió el Banco Urquijo...». Hasta la llegada de Ruiz Mateos. «Entonces florecieron, fue cuando más mercancía recibíamos, hubo un impulso», afirma Conchi. Pero la expropiación de Rumasa tardó poco en producirse y regresó la incertidumbre. Primero, con la compra de Galerías por parte del multimillonario venezolano Gustavo Cisneros. Más tarde, con la venta a la sociedad Abatank. Hasta que en mayo de 1995, cuando se ratificó la suspensión de pagos de la compañía, llegó el mazazo.
«Lo pasamos mal. En nuestro caso los dos sueldos que entraban en casa dependían de Galerías», precisan. Ambos ingresaban entonces en la tenebrosa lista del paro. Pero como siempre que llueve escampa, El Corte Inglés llegó al rescate. «Para nosotros fue una gran noticia, recuperó al 80% de la plantilla de Galerías y pocos meses después volvimos los dos», relatan. La cadena fundada por Ramón Areces dio un nuevo aire a los grandes almacenes. «Sobre todo en la informatización, pero, en general, con todo: había más medios, nuevas ofertas, se construyó el supermercado...». La marca del triángulo verde devolvía la tranquilidad al matrimonio. «Aunque era una empresa más grande, la verdad es que siempre la hemos sentido muy cercana y familiar, ha sido un orgullo para nosotros haber trabajado en ella», subrayan. Antes de despedirse de El Norte miran de nuevo a la fachada de la que fue su casa durante muchos años. «La verdad es que nos da pena, porque son muchos recuerdos y un Corte Inglés para el centro de una ciudad es importante», recalcan Conchi y Arturo, que, como el resto de los vallisoletanos, están expectantes ante el futuro del que, durante cinco décadas, ha sido un emblema de las compras en el corazón de la ciudad.
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