
«Las mascarillas son el último muro que nos aísla»
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Dos hermanas con hipoacusia reivindican que se generalicen los equipos de protección facial transparentes porque «no son para sordos; son para comunicarnos todos»Secciones
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Dos hermanas con hipoacusia reivindican que se generalicen los equipos de protección facial transparentes porque «no son para sordos; son para comunicarnos todos»Son dos hermanas que tienen en común, además de la sordera, el enorme cansancio por tener que explicar todos los días, desde que se desató la pandemia de la covid, que si la enfermedad nos aleja a todos de la deseada socialización por el riesgo de contagio, a las personas con disfunciones auditivas la covid les aísla doblemente. Porque la medida de protección más básica y obligatoria, la mascarilla, «es una barrera». Dice Rebeca Díez García, de 45 años, que les pone «la puntilla» a las personas sordas.
Rebeca, con dos audífonos (que lleva desde 2007, porque hasta entonces no había equipos apropiados para su tipo de sordera) explica que la incomunicación les lleva al aislamiento y se indigna cuando lee en los medios que «ya se fabrican mascarillas transparentes para sordos». Entonces se pone combativa. «La gente tiene que entender que si yo me pongo la mascarilla transparente pero mi interlocutor, oyente o no, lleva una opaca, de nada servirá, no entenderé lo que dice. Las mascarillas transparentes son para poder comunicarnos todos».
La primera dificultad práctica la escenifica Rebeca al inicio de la entrevista, en la plaza de Zorrilla, junto a la fuente y unas ruidosas obras enfrente. «Estamos en un espacio público. Si te pido que te bajes la mascarilla para poder entenderte mejor ¿lo harías?», pregunta. «El primer problema es el miedo. La gente tiene derecho a la salud, pero también a comunicarse. La incomunicación lleva al aislamiento, te aíslas de todo, aunque no de las obligaciones, pero sí de los derechos y de las oportunidades», indica Rebeca, mientras procura estar siempre en el foco de visión de su hermana. De vez en cuando se baja la mascarilla para que pueda leerle los labios. «Tenemos el derecho a comunicarnos y que nos llegue la información en tiempo real». Porque, reconocen, intérpretes y subtítulos, que son muy útiles en momentos de sosiego, quedan devaluados en un mundo vertiginoso en el que prima la inmediatez. «Las personas hemos dejado de escuchar para oír solamente. y si no escuchamos no empatizamos. Y si no empatizamos, la vida no vale la pena», reflexiona Rebeca, que es la que mejor oye de las dos hermanas.
Ambas parten de la base de que para la mayoría de la gente un sordo es alguien que no oye, no sabe que hay muchos tipos de sordera y que se trata de un colectivo muy diverso. «Queremos visibilizar que, igual que hay miopía, astigmatismo o hipermetropía, con la pérdida auditiva pasa lo mismo. Yo me puedo comunicar perfectamente a través del teléfono. Mi hermana, no. Y sin embargo, yo algunos timbres no los oigo, lo que lleva a situaciones surrealistas... Y a que te digan cosas tan fuertes como que oyes lo que quieres. Llevo 44 años completando los huecos de las frases».
Nuria, de 50 años, tiene diagnosticada una hipoacusia neurosensorial bilateral profunda. Ambas coinciden en señalar que muchas veces se sienten «entre dos aguas», «porque para los sordos no somos sordas y para los oyentes sí lo somos. Yo necesito a los dos colectivos, no puedo vivir sin ninguno». Ellas se consideran sordas, aunque no discapacitadas y se alejan lo más posible de una visión ñoña o de culebrón, esa de que «la sordera agudiza otros sentidos, o hace más sensible... Yo soy así, no estoy encantada de tenerla A mí tenerla no me ha dado nada», subraya Rebeca. Nuria advierte que no le gusta nada la palabra «discapacidad» y prefiere el concepto «diferente». Porque con su largo currículo (entre otras titulaciones, es licenciada en Filología Alemana, carrera que se sacó limpiando) –explica su hermana con orgullo–, «está totalmente capacitada para realizar muchos trabajos». A lo que Nuria apostilla: «si digo primero que soy sorda, no me llaman». En estos momentos piensa en preparar oposiciones.
Nuria insiste en que no quiere «dar pena», sino hacer visible una situación de incomunicación agravada por el coronavirus que afrontan muchas personas con problemas auditivos. En su móvil tiene una aplicación que recoge la conversación si su interlocutor está a poca distancia y no hay ruido en el entorno. Se apresura a señalar que no la lleva siempre. La aplicación, desarrollada por la Universidad de Gallaudet es «una gran herramienta» pero todavía «se tiene que perfeccionar mucho». Por eso insiste: «Necesitamos mascarillas transparentes que protejan y permitan que nos comuniquemos todos». Es mprescindible, consideran, que se generalicen en los centros de salud y residencias de ancianos.
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