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Arcadio Varona tiene en las manos un cuaderno con los nombres, teléfonos y principales destinos laborales de sus compañeros de promoción. También dos fotos de cada uno de ellos. La primera, de aquel 1974 en el que se graduaron. La segunda, una imagen actual, de ... este 2024 en el que celebran medio siglo de su salto desde el pupitre a la pizarra. Son los maestros que revolucionaron la Educación en Valladolid. Los docentes que llegaron a las aulas en los últimos alientos del franquismo, cuando la sociedad (y la escuela) se asomaban a unos tiempos de esperanza y libertad.
Arcadio revisa el cuaderno y dice en alto los apellidos de sus antiguos compañeros como quien pasa lista antes de impartir lección. Un nombre detrás de otro hasta llegar a 70. «Son los que han podido venir», dice Arcadio, «aunque al final pudimos contactar con 113». No ha sido fácil, reconocen. Terminaron sus estudios en 1974. Celebraron el décimo aniversario de su graduación. Se volvieron a reunir para sus bodas de plata educativa. Este viernes, 25 años después de aquella última reunión, 50 desde que terminaron la carrera, han vuelto a reunirse allí donde completaron su formación: el colegio García Quintana, en la plaza de España.
Son los últimos maestros formados en Valladolid con la ley educativa de 1967, un modelo que se abría a nuevas metodologías pedagógicas antes de la llegada de la EGB. Son los docentes que empezaron a dar clase cuando el país estaba a punto de cambiar.
«Nos tocó vivir un tiempo apasionante. Después de la muerte de Franco, la sociedad deseaba un cambio. Y a nosotros nos tocó llevar eso a las aulas, con muchísima pasión por nuestra parte, con el deseo de que los niños aprendieran, pero también disfrutaran de la escuela», cuenta Emilia Madrigal, a quien seguro que recuerdan muchos de los alumnos que tuvo en Olmedo o en el Gonzalo de Córdoba (La Victoria). Este nuevo modelo comenzaba a prestar más atención a todo aquello que acompaña a lo meramente académico.
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«El mundo emocional no se trabajaba y ahora se ha convertido en algo fundamental», dice Bárbara Sánchez, quien después de décadas en el San Agustín destaca la importancia de que «profesores y familias caminen de la mano». «Los niños al colegio no solo van a aprender contenidos, sino que también aprenden a comportarse, a formar parte de la sociedad», asegura Emilia Gil Martín, quien ha impartido clase para adultos en el centro de la calle Muro y llegó a ser inspectora de Educación.
Los besos, saludos y reencuentros se suceden a lo largo de una jornada que comienza en los pasillos del García Quintana. «Nosotros dábamos clase aquí. Fuimos la última promoción de las escuelas normales, porque luego ya pasaron a la facultad», rememora Arcadio. Eran dos años de formación intensiva («llegamos a tener 14 asignaturas, algunas desdobladas: los miércoles era un infierno»), después reválida y un año entero de prácticas en un colegio. «Nos pagaban 4.500 al mes, que era entonces la mitad del sueldo de un profesor. Pero tardaron en pagarnos, tuvimos que ir a reclamarlo a la dirección general». Además, aquella ley tenía una particularidad. Los mejores expedientes de cada curso («en torno a 18 o 20») pasaban a ser funcionarios directos, sin necesidad de pasar por el trance de una oposición.
Lo recuerda Juan Bautista Pastor Toves, eslabón de una cadena familiar de docentes. «Mi abuelo Leoncio Toves fue el primer director del Ponce de León. Mi madre también fue maestra, como mi hermano el mayor. También mi hija pequeña es profesora en Cabezón de Pisuerga. ¿Y yo? Bueno, yo no he ejercido de maestro. Y aquí, en clase, digamos que era un bandarra. No venía mucho, la verdad. Pero me conocían todos. El del 'Simca 1000', me llamaban, porque aparcaba el coche ahí delante (verde, matrícula VA-50110)». Los recuerdos de aquellos años se reparten entre lo que ocurría en clase y lo que pasaba después, cuando sonaba el timbre. «Nos íbamos a los bares y las cafeterías de la zona a estudiar. Bueno, eso decíamos, porque luego nos poníamos a hablar de nuestras cosas», recuerdan Mari Carmen Olmedo o Mari Cruz Pascual. Por ejemplo, en el Penicilino. O el Cachito. O el Dakota. «O un bar que teníamos aquí, justo al lado, donde servían la cerveza con dos cañitas. Era una bodeguilla, ¿alguien se acuerda de cómo se llamaba?», preguntan, de corrillo en corrillo, mientras recuerdan también las horas de asueto en los billares junto a la catedral. O el viaje de fin de carrera que hicieron a Italia: «Nos lo pasamos fenomenal».
Y luego, claro, está la memoria de los profesores que ellos disfrutaron (o padecieron) durante su formación como futuros maestros. Entre los nombres más escuchados en estas conversaciones del reencuentro está Remigio, cura de las Angustias, quien les impartía las clases de Geografía. «Nos enseñaba los ríos con la raspa de un pescado. Lo cogía y nos preguntaba el primer afluente del Duero por el lado norte, el cuarto del Tajo por el sur», recuerda José María Sanz, profesor durante 38 años en Medina del Campo. O Carlos Abundio Castro, responsable de Lengua y Literatura. «Fumaba mucho en clase. Mucho. Tenía una voz grave. Y luego nos repetía siempre lo del matrimonio pedagógico. Nos decía que lo mejor era que nos casáramos con otro profesor, que era la manera que tendríamos de tener un buen sueldo», rememora Cristina Reyes, maestra en colegios de Medina, Íscar, Villavaquerín.
Y otro profesor muy recordado era Jesús Novo, quien les enseñaba música: «Nos encantaba cuando tocaba el piano», recuerda Valentín Pardo, quien estuvo destinado en San Pedro Regalado, Cuenca de Campos y Villalón. «La mayor parte de las compañeras eran chicas. Los chicos éramos minoría, a lo mejor diez de una clase de cincuenta, y nos solíamos colocar en las filas del final», continúa Valentín, quien empezó el curso «con 17 o 18 años». La mayoría tenían esa edad, pero también los había con vocación docente más tardía. Como Esther Alonso y Florencio Juntas, los veteranos de la promoción, ya que tenían 25 años cuando empezaron la carrera. Ella después hizo su camino docente en Cantabria. Él ya era cura (de los agustinos recoletos) y después de 47 años de maestro es ahora párroco en Santa Mónica (Zaragoza). Ambos subrayan los grandes cambios que detectan en las aulas: «Ahora hay más libertad, en todos los sentidos».
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Los docentes reunidos por los 50 años de su graduación recorrieron las aulas del García Quintana, la escuela normal en la que recibieron clase, y después se acercaron hasta el Palacio de Santa Cruz. A continuación, disfrutaron de una comida de hermandad, baile y una proyección de audiovisuales que despertó nuevos recuerdos entre los maestros que, en los albores de la transición, revolucionaron la educación en Valladolid.
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