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Viloria recrea una escuela de antaño con pupitres, libros, mapas y juegos donados por los vecinos«Mira qué cara tristes teníamos», dice Dori Pascual, mientras señala una de las fotografías que forman parte de la exposición. Más de cincuenta niñas de rostros serios y sonrisas ausentes miran a cámara. Las niñas, perfectamente ordenadas en filas, subidas en bancos de distintas ... alturas y en el centro, una mujer oronda, vestida de negro, parece controlar al dedillo la situación. Es Benita González, una institución en el pueblo, la maestra que desde 1924 hasta 1958 impartió clases a las chicas de Viloria. A su lado, está la clase los chicos. Otros cincuenta. También muy serios («fíjate, con lo contentos que salen ahora los niños en las fotos del cole») y alrededor de Narciso Matesanz, un tipo con sombrero que dio clases tal vez desde 1912 (es la fecha más antigua que tienen documentada) hasta el año 1940 en la localidad.
Narciso y Benita son dos de los protagonistas de la exposición que hasta este domingo (de 18:00 a 21:00 horas) puede visitarse en Viloria, localidad con 353 habitantes empadronados que recrea en las actuales escuelas cómo era un colegio de antaño. Desde los pupitres de madera hasta la mesa sobre tarima del profesor. Desde los mapas de una España con Castilla La Vieja hasta el rincón donde los más pequeños aprendían la lección. Desde un patio con tabas, aros y peonzas, hasta una vieja estufa de serrín. «Todos los objetos que se ven en la exposición son reales, de la época, cedidos por las nietas de doña Benita y por los propios vecinos de la localidad», explica Rosa María Pascual, integrante de la asociación cultural El Batán. También hay piezas del museo pedagógico de Otones de Benjumea (Segovia).
El colectivo se ha encargado desde principios del verano de implicar a los vecinos de Viloria para que cedan (temporalmente) los objetos que tuvieran por casa vinculados con su antigua etapa escolar. «El resultado ha sido increíble», asegura Toñi Trigueros, quien subraya la participación de casi todo el pueblo. También el Ayuntamiento ha contribuido. «Gracias a esta iniciativa hemos localizado en los archivos municipales muchos documentos relacionados con la historia de las escuelas en Viloria, como cartillas con las notas y registros de escolaridad. Estos nos ha servido para inventariarlo y ordenarlo cronológicamente. Es un material muy interesante para conocer aspectos de nuestro pasado», cuenta Francisco Fernández, alcalde de la localidad.
«Es también una forma de reivindicar la escuela rural», asegura Rosa María Pascual, vecina de Viloria, estudiante de niña en estas aulas ahora recreadas y estudiante luego de Magisterio en la Universidad. Rosa María se doctoró en Educación y ha sido profesora en varios colegios de Alicante y Santo Domingo de Silos, hasta su jubilación en el Giner de los Ríos de Valladolid capital (en Huerta el Rey). Dori estudió Medicina y después ejerció. «Estudiar en un pueblo no tiene por qué ser impedimento para luego seguir formándote. Por eso es tan importante defender e invertir en las escuelas de los pueblos pequeños», cuentan Dori y Rosa María. En la actualidad, aquel colegio que tenía más de cincuenta niños en una clase y otras tantas niñas en la otra recibe apenas a 16 estudiantes, que forman parte de un colegio rural agrupado. Para el instituto, han de ir a Cuéllar.
Desde allí venían algunos de los profesores que durante el siglo XX impartieron la lección en Viloria. Un listado a la entrada de la exposición los recuerda. Después de Benita llegó Teresa Redondo (1958), luego Francisca Barajas (1958-1960). Durante buena parte de esa década de los 60, la maestra fue Teresa Salcedo. Y también estuvieron doña Salvadora, doña Adela, doña Teresa de Jesús. «Siempre con el doña por delante para dirigirnos a ellas», matiza María José Matesanz. Entre los maestros, don Narciso fue el que más tiempo permaneció en el pueblo, pero también estuvieron varios cursos Jesús Jiménez (entre 1944 y 1954), o Ángel Claudio de Frutos (de 1957 a 1965).
«La exposición es un recuerdo de esa educación que hubo durante gran parte del siglo XX, hasta que la ley educativa de 1970 implantó la EGB», explican las integrantes de El Batán. El aula recrea el ambiente de aquellos años, con objetos de la época. Están los pupitres («los más mayores se sentaban en los de atrás»), con pizarrines, tinteros, el cabás. Está la mesa del profesor, sobre una tarima, con el timbre y el secante. Está la pizarra, con el compás gigante de madera y la fecha escrita en tiza esa misma mañana. «Hemos querido recrearlo todo, por eso también hemos puesto lo que veíamos siempre en la pared, el crucifijo y el retrato de Azaña en la República o Franco durante la dictadura».
En una de las esquinas, hay una lechera enorme. «Este es el rincón de la leche en polvo», cuenta Dori. «Veníamos de casa con un vaso, con azúcar y cola cao, para recibir la leche (también queso o mantequilla) que envió Estados Unidos (desde 1953) como contrapartida a la instalación de las bases militares. Dos niñas nos encargábamos (cada semana unas) de ir a las casas a por agua para calentar la leche», rememora. «O a la Fuente Vieja, con el perol», agrega Andrés Gómez. Otro encargo era el de alimentar la estufa de serrín. «Una hora antes de que empezaran las clases, dos de nosotras, por turnos, teníamos que venir para encender la estufa. Teníamos que coger serrín del almacén en cubos, llenar la estufa, aplastarlo bien… Fíjate, que éramos unas niñas y teníamos que hacer eso sin ninguna supervisión. A veces, cuando llegaba la maestra, estaba la clase llena de humo y había que abrir las ventanas», recuerda Araceli entre risas.
La recreación de esta aula histórica incluye también los pesos y medidas, maquetas del cuerpo humano, enciclopedias escolares, cuentos infantiles, el altar que cada mes de mayo se montaba con flores para la Virgen. Y está la talla original de la Inmaculada que se encontraba entonces en la escuela y ahora se guarda en la iglesia de la localidad. Hay también dos diplomas que en 1925 se entregó a los mejores alumnos de la localidad. Fueron Jonás González Martín y Crispina Pascual Gómez.
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Después llegarían muchos más. Todos los niños del pueblo pasaron por aquí. Como Andrés Gómez, quien recuerda cómo los jueves por la tarde solían salir de excursión al pinar. «A recoger piñones muchas veces, y luego a jugar y merendar», añade Glice de Pablos. «Yo recuerdo que cuando los mayores terminábamos la tarea, nos encargábamos de enseñar la lección a los más pequeños, que se sentaban en un banco que había contra la pared, con la cartilla», recuerda José Velasco. «Todavía hay gente más joven que tú que te ve por el pueblo y te dice: 'Tú a mí me enseñaste las letras'», aporta Rosa María. «Además de a leer, a sumar, restar, dividir y multiplicar, nos enseñaron las faenas de la casa y a coser», indica Felisa Sanz. Y como recuerdo de aquellas tardes de costura, hay un pequeño rincón en la exposición con labores de aquellos años. «Yo recuerdo cómo en los recreos me iba a ver a mi abuela, que me tenía preparada siempre una patata asada con sal. Llegaba allí, me la comía, estaba con ella un rato y luego me iba a jugar con los amigos», indica Jesús González en un vídeo con testimonio de vecinos y antiguos alumnos, elaborado Chema Montero. «Al final, la escuela es parte de la memoria del pueblo. Todos hemos pasado por ellas y tenemos recuerdos de aquellos años. Por eso ha sido tan importante esta exposición, porque ha servido para que muchos vecinos recuerden sus años de colegio», resumen las organizadoras de la muestra.
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