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En tiempos de bonanza económica se ocupan de los arrojados a los márgenes de a sociedad, ponen el contrapunto a la euforia de las estadísticas ... oficiales recordando que hay excluidos con la entrada vedada a la fiesta del progreso. Y cuando vienen mal dadas, como es el caso, ONG como Cáritas son uno de los flotadores a los que se aferran los náufragos de la pobreza sobrevenida. En esta batalla lleva curtiéndose desde agosto de 2017 Luis Miguel Rojo (Burgos, 1983) al frente de la delegación diocesana de Cáritas, una entidad con una plantilla de sesenta personas y la gestión de dos residencias de ancianos dependientes de la Fundación Mandamiento Nuevo en Santovenia y la Pedraja de Portillo.
Coronavirus en Valladolid
«A raíz del coronavirus lo que estamos haciendo es reinventarnos. Ese es nuestro desafío en estos tiempos a la hora de hacernos presentes donde las personas están sufriendo», resume este sacerdote con experiencia en las parroquias de La Milagrosa y Dulce Nombre en las Delicias. Cáritas tiene implantados en la provincia y la capital 75 equipos con base en las parroquias. En torno a ellos se aglutinan más de 800 voluntarios que durante el año pasado han realizado más de 45.000 atenciones de las que se han beneficiado casi 17.000 personas.
–¿En qué consiste esa reinvención y cómo se están recolocando ante las situaciones de emergencia agravadas estos días por la pandemia?
–Ahora estamos afrontando una primera etapa donde vivimos en estado de alarma y confinamiento en las casas, y luego vendrá una segunda fase que seguro va a ser muy dura. En estos momentos nos estamos centrando en las necesidades básicas, en atender gastos y necesidades de las familias en coordinación con el Ayuntamiento, Cruz Roja y la Diputación Provincial para que nadie se quede sin el apoyo que necesite. Esto está funcionando especialmente bien en el medio rural, en la capital es más complicado por la amplitud, la gente se conoce menos y las relaciones son menos estrechas que en los pueblos.
–¿En qué nuevos ámbitos se está interviniendo ahora?
–Antes de la crisis del coronavirus Cáritas era la puerta de entrada de personas que acudían a nosotros con algún tipo de problema. Los trabajadores sociales y equipos de las parroquias intervenían ocupándose de programas de juventud con intervenciones en apoyo escolar, tiempo libre y actividades culturales, intentando cortar la transmisión intergeneracional de la pobreza. También nos ocupamos de personas mayores en residencias y de las que viven solas y en exclusión, tenemos casas de acogida a mujeres víctimas de la violencia de género, cuatro centros donde nos ocupábamos de los indigentes, otro piso de acogida para personas con problemas de vivienda, drogodependencias, atención a inmigrantes... Todo ese apoyo seguimos prestándolo telefónicamente y con presencia en muchos casos. Ahora hemos intensificado el soporte psicológico a las personas con las que veníamos trabajando y a muchas más que lo demandan, sobre todo mujeres, niños y ancianos. Hay muchos trabajadores pidiendo asesoramiento en materia de empleo. Una llamada de ayuda telefónica que antes de la crisis se resolvía en cinco minutos, ahora exige no menos de veinte minutos de atención por persona.
–¿Están desbordados?
–Depende de los programas de ayuda. Las llamadas se han incrementado muchísimo, estamos teniendo una carga grande de trabajo en apoyo psicológico.
–¿Qué sociedad espera encontrar tras el confinamiento?
–Va a haber unos colectivos más desfavorecidos con los que tenemos que estar, como el de las empleadas de hogar que están perdiendo su trabajo, o muchos autónomos que no podrán seguir con sus negocios. Esperamos mucha gente con dificultades para pagar el alquiler, estos días se ha incrementado el gasto en luz y calefacción... Y hablamos de la educación 'on line' de los chavales, pero un porcentaje amplio no tiene acceso a las nuevas tecnologías y no pueden seguir las clases desde sus casas. En esta tesitura tenemos que manejar dos claves: cercanía y flexibilidad. Queremos estar al lado de las personas y ahí uno de nuestros grandes valores es la implantación en el territorio. En todos los pueblos hay una parroquia, de modo que podemos adaptar rápidamente nuestros criterios de actuación y ser más ágiles que muchas administraciones.
–¿Habremos aprendido algo como sociedad después de vivir las consecuencias de la pandemia?
–Confío en que todos tengamos claras tres ideas. La primera, construir una sociedad donde se ponga en valor el aspecto comunitario, que nos volvamos a vincular, a establecer relaciones entre personas, a preocuparnos por el otro. Ojalá esto que estamos viviendo nos haga olvidar egoísmos y tender relaciones más personales. Otro de mis deseos es que esa comunidad que surja proponga un modelo distinto al actual, donde nos preocupemos por los más débiles y vulnerables. Ahora parece que estamos redescubriendo a los ancianos solos en residencias y en sus casas cuando hasta hace nada lo asumíamos como aceptable. Y la tercera reflexión es que todo esto nos tiene que enseñar la capacidad de trascender a nosotros mismos, a pensar que hay cosas más allá del trabajo, las comodidades y el dinero.
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