Plaza del Val donde instalaba su puesto ambulante Julián Palau. Archivo Municipal
Personajes difuminados de Valladolid

Julián Palau, el charlatán del Val

«El actor colocaba la valija encima de la silla y empezaba a sacar cosas intentando venderlas»

Paco Cantalapiedra

Valladolid

Jueves, 31 de marzo 2022, 00:07

Según el Diccionario de la Academia, la primera acepción de la palabra 'charlatán' es alguien «que habla mucho y sin sustancia», personaje muy común en la España de hoy y de siempre. Menos mal que la cuarta definición del mismo vocablo refleja a un ciudadano bastante más entrañable y divertido: «Vendedor callejero que anuncia a voces su mercancía». Y eso fue, precisamente, el personaje difuminado al que dedico estas líneas: Julián Palau, el charlatán ambulante que primero estuvo en la Plaza Mayor y luego en la del Val. Aunque ambas quedaban muy lejos de mi barrio, me fascinaba escucharle vendiendo hojas de afeitar, peines y hasta relojes en plena calle y durante horas.

Publicidad

Su tinglado era tan sencillo como un maletón y una banqueta, suficientes para tener embobado al personal durante por lo menos media hora. El rito era siempre el mismo: el actor colocaba la valija encima de la silla y empezaba a sacar cosas intentando venderlas. Pero don Julián no estaba solo: siempre iba acompañado de Pedrito, su ayudante, que entregaba el objeto vendido y recogía el dinero. He tardado medio siglo en enterarme de que, además del acólito, entre el público había dos o tres colaboradores más, imprescindibles para que el negocio rulara.

La rutina era idéntica: el parlanchín regalaba un producto de poco valor al que le enseñara «un duro», o cinco pesetas, que es lo mismo. Los compinches 'secretos' que estaban entre el público enseñaban la pasta requerida y se quedaban con el regalo que, supongo, devolverían al acabar el espectáculo. Cuando otros mirones exhibían el dinero, Palau ya sabía quién tenía perras para poderle comprar alguna cosa extraída de su maleta sin fondo. Y así, durante el rato de su estancia, conseguía vender relojes, toallas, peines y unas «maquinilla de afeitar Phillips con una hoja que le dejará la cara como el culo de un niño».

En un delicioso libro titulado «Con flores a María», su autor, Julio Gregorio Pesquera, cuenta que ese gran vendedor hacía como que se calentaba ofreciendo un lote a quien tuviera «veinte duros» (cien pesetas) porque a la maquinilla le añadía «el jabón de afeitar, un segundo paquete de cuchillas y una brocha de pelo natural». Los imberbes sin liquidez pasábamos largos ratos alelados con las idas y vueltas a la maleta para sacar mercancía y meter dinerito. Cuando abandonábamos la escena los que aún no teníamos edad de ser clientes, don Julián Palau ni siquiera nos dedicaba otra de sus frases míticas a los que suponía tenían parné: «no se vaya, que le voy a hacer un regalo».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad