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Barcas en el río Pisuerga Julio Alonso
Historia de Valladolid: la orilla izquierda del Pisuerga

La orilla izquierda del Pisuerga

«Bajar a las barcas en aquel sitio frente a las Moreras era entrar en el espacio donde reinaba Marcelino»

José Luis Villanueva

Miércoles, 30 de marzo 2022

La noticia de la recuperación de las aceñas del Pisuerga me sirve para evocar algunos recuerdos de mi infancia relacionados con la vida que giraba alrededor de su orilla izquierda en el espacio entre la playa y el Poniente, donde pululaban un grupo de personas que califico de supervivientes. Bajar a las barcas en aquel sitio frente a las Moreras era entrar en el espacio donde reinaba Marcelino, el primer barquero, en cuyo embarcadero no había tertulias y, como mucho, se liaba algún cigarrillo de picadura.

El siguiente espacio era el de Lucio, verdadero centro de todas las 'intrigas', naturalmente menores. Allí bajaba Antonio el Loco, el Marajá, Pepe el Caníbal, El Julito, el Loren y Ángel, rubio, alto, atlético y con éxito en las barras americanas. Lucio, renegrido de manos curtidas, ejercía de patriarca y daba cuartelillo a todo el mundo, incluidos los fugados por alguna pelea. Él siempre estaba dispuesto a atender a todo el mundo, menos durante la hora de la siesta, que practicaba acurrucado sobre una vieja mesa dormitando un rato. Recuerdo que su despertar era cómico: primero se estiraba y luego se rascaba contra el olmo, como los osos en el monte.

Aceñas del rio Pisuerga. J. Sanz

A media tarde empezaba el trajín y hasta había que guardar cola para alquilar las barcas. En las puntas clavadas en la madera de la caseta colgaban los relojes que dejaban en prenda los remeros aficionados. Frente a la playa, en el fondo del río, se acumulaban los metales desechados de la fundición que había arriba. En la tarea de limpiar se afanó el Lolo, hijo de Marcelino, con un ayudante, bajando a pulmón hasta el fondo para extraer varios sacos de metal que después se vendían.

Lucio era más de pescado, y con la ayuda de su pequeña red capturaba barbucones y cachos que Tere, su esposa, vendía en el Portugalete o servía en algunos bares cangrejos recogidos con las nasas. Recuerdo haber merendado pececitos fritos del Pisuerga: los más suculentos de mi vida.

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Otra persona entrañable fue Eusebio, el Nene. Pequeño y renegrido, a pesar de estar muy cascado por el trabajo seguía calafateando las barcas con brea y estopa, y su espacio fue para muchos de nosotros un refugio donde guardar la embarcación. También muy relacionado con el río fue El Pelea, cuyo nombre real nunca conocí, que pescaba y vendía cangrejos hasta que un mal día, faenando se desmayó, dobló sobre la borda de la embarcación y se ahogó. No fue posible auxiliarlo.

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Enfrente de donde se ahogó estaba el embarcadero de la Oliva y su marido Gerardo. Cuando ella falleció el esposo, que parecía muy duro, se fue encogiendo rápidamente hasta que la artrosis le obligó a dejar cualquier trabajo manual.

A mi pesar, dejo un sin mencionar muchos otros personajes que daban vida y ambiente a esa orilla izquierda que hoy me produce una gran nostalgia.

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