Luces encendidas en bloques de viviendas, durante el toque de queda. RAMÓN GÓMEZ

El impacto de la crisis en la arquitectura: ideas para viviendas «inmunes» y adaptadas a la covid

Cinco expertos insisten en las carencias de las viviendas para soportar un nuevo confinamiento y abogan por «medidas creativas» para el diseño futuro de los pisos

Víctor Vela

Valladolid

Domingo, 22 de noviembre 2020, 08:11

En realidad, nuestra casa, esa colección de paredes, huecos para puertas y ventanas, muebles y felpudo en el acceso no es solo nuestra casa. «Lo que nosotros creíamos que era vivienda se ha convertido –lo vimos durante el confinamiento de la primavera– en oficina, ... en gimnasio, en escuela, escenario para otras muchas actividades», explica Gloria Hernández Berciano, arquitecta urbanista. Lo que parecía pensado para comer, dormir, descansar se ha transformado con la pandemia en un espacios multiusos donde además había que trabajar, que mantener reuniones, que seguir clases a distancia o que caminar (pasillo arriba y abajo) para hacer algo de ejercicio.

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El largo confinamiento de marzo y abril destapó las carencias de nuestras viviendas cuando hay que estar durante semanas encerrados en ellas. Ya entonces, los arquitectos alertaron de que habría que caminar hacia soluciones creativas que hagan las casas más habitables. Y ahora que se avecina la amenaza de un nuevo confinamiento, el Colegio de Arquitectos vuelve a reflexionar sobre la situación. El Patio Herreriano acogió una mesa redonda en la que cinco expertos abordaron cómo desde la arquitectura se puede contribuir a crear «espacios inmunes» y si lo vivido en este año 2020 tendrá consecuencias en la forma en la que se diseñan y construyen viviendas. Incluso ciudades.

«La arquitectura no es solo hacer fachadas bonitas», asegura Eduardo Carazo, catedrático de expresión gráfica y arquitectónica, quien evoca cómo la gran pandemia del siglo XIX, la tuberculosis, generó un nuevo urbanismo que transformó de lleno las ciudades. «Fue el momento en el que se proyectaron las grandes avenidas para resolver los problemas de aireación y saneamiento», indica. «Y fue el modo en el que se acabó con aquellos viejos cascos antiguos que eran importante foco de infecciones», añade Darío Álvarez, director de la Escuela de Arquitectura, convencido de que de esta crisis del coronavirus «saldrá una nueva visión de la ciudad». Y de nuestras casas.

«Desde el siglo pasado, la arquitectura se preocupa por los ambientes limpios, puros:las ventanas, la ventilación», defiende Carmen Rosa Lancharro, arquitecta de la consejería de Educación. «La arquitectura del movimiento moderno, con sus superficies tersas, con su mobiliario liso, se convirtió en la antítesis de lo que existía hasta el momento. Porque la decoración moderna también buscaba amientes sanos, por ejemplo, al eliminar el terciopelo de los sillones, donde se acumulaba el polvo».

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El coronavirus ha subrayado los problemas de salubridad de importantes nichos del parque residencial y ha alertado de cómo la infravivienda (casas pequeñas, con escasa ventilación)contribuye a la propagación del virus. En Valladolid, el 42,4% de las viviendas no llegan a los 75 metros cuadrados. Una de cada tres si sitúan entre 75 y 90 metros. Y seis de cada diez tienen más de cuarenta años de antigüedad.

«La covid durará lo que dure, pero es evidente que la huella que va a dejar es importante. Nosotros no somos médicos, pero la arquitectura sí que puede dar algunas respuestas», indica Carazo. Algunas apuntan al bienestar. «Nos hemos dado cuenta de que necesitamos una relación con el exterior en nuestras casas. A veces son pequeñas, con ventanas minúsculas, sin terrazas. El concepto de terraza en Valladolid parecía banal. Las cerrábamos porque hacía frío. Ahora resulta que las echamos de menos».

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Y apunta Carazo algunas soluciones imaginativas ya planteadas por arquitectos de otros países, como esas terrazas que, «al modo de estructura metalica, se pueden adosar a las fachadas». La normativa actual encorseta muchas de estas posibles soluciones, pero «habría que habilitar grupos de trabajo para ver, desde ya, ideas constructivas ante la covid, o las pandemias que puedan venir en el futuro». «No basta solo con reflexionar desde el punto personal, tenemos que empezar a recoger ideas, por ejemplo en la facultad», propone Álvarez, quien lanza una pregunta: «¿Podemos pensar que las casas del futuro permitirán abrir una de las fachadas para convertirla en terraza, por ejemplo?».

«Las viviendas actuales serían distintas si hubiéramos sabido que nos íbamos a ver obligados a trabajar en ellas», apunta Manuel Vecino, presidente del Colegio de Arquitectos. «Más del 70% de las viviendas no estaban preparadas para esa actividad sobrevenida», defiende Carazo. «Los portales inmobiliarios constataron que durante el confinamiento se había pasado de una demanda de vivienda tipo loft a una más compartimentada. Se defienden las viviendas abiertas, los espacios flexibles... y luego resulta que necesitábamos un cuartito para trabajar, para impartir una clase o asistir a una videoconferencia», añade Óscar Miguel Ares, doctor arquitecto. Y en la mayoría de los casos, esa labor se ha tenido que hacer en dormitorios, en la mesa del salón, en la cocina...

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«Las mayores transformaciones urbanísticas, en las ciudades, siempre han estado vinculadas a sucesos trágicos (guerras, pandemias), de evolución tecnológica, industrialización o desarrollo del comercio. Pero el cambio se ha efectuado después de esos fenómenos. Ahora hay que adelantarse, convertir esta situación en una oportunidad», defiende Hernández Berciano, quien reivindica los espacios públicos «que se puedan utilizar».

«En muchas ciudades se han puesto en cuarentena los parques y jardines, cuando deberían ser los espacios saludables. El problema es que están llenos de artefactos extraños que antes no existían y en los que la gente se sube, se sienta...Los parques entran en la ciudad en el siglo XIX con un concepto de higiene. Es el lugar de paseo, movimiento. Pero los hemos llenado de cosas», lamenta Álvarez. «Y llenado de prohibiciones. Deben ser mucho más abiertos para que puedan ser disfrutados como espacios abiertos de paseo o de estancia. En España parece un crimen pisar el césped, echarme en él en primavera al leer un libro. Cuando mis hijos eran pequeños, veía con pena que ellos no pudieran pisar el césped, pero los animales sí que podían corretear por él», añade Hernández Berciano.

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Ese diálogo entre espacios públicos y privados se puede extender a los centros educativos, que se han tenido que readaptar con patios parcelados, nuevos usos para las aulas por el desdoble de cursos. «Hemos tenido que adoptar soluciones rápidas e ingeniosas para el nuevo curso. No se pueden hacer grandes inversiones en reformas para algo que, de momento, es temporal», apunta Lancharro, quien subraya un hecho:«Los mismos niños que se marcharon con el confinameinto en primavera han vuelto ahora a clase y no han podido crecer los colegios de la noche a la mañana».

«La arquitectura es lenta dando ese tipo de respuestas», añade. Pero sí que hay soluciones que se pueden plantear de cara al futuro. «Quizá cada unidad que se construya ahora en un colegio debería venir asociada con un espacio propio de patio, algo que ya tenían las escuelas nórdicas desde mediados del siglo XX», apunta Darío Álvarez. «En la arquitectura educativa los patios son importantes y se cuidan especialmente. Sobre todo en los útlimos años, donde se busca que se puedan utilizar de forma confortable, con diferentes usos. Siempre están previstos unos porches, para los días de lluvia, pero nunca se había planteado una situación de este tipo», reconoce Lancharro.

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«Es difícil saber qué va a pasar, si de verdad ha cambiado nuestra mentalidad o al final volveremos a los hábitos anteriores. Parece que se va hacia una arquitectura más humanizada, de espacios agradables, de luz, en contacto con el espacio abierto. Pero vivimos en un sistema en el que todo tiene un precio y eso no parece que vaya a cambiar», dice Ares.

Seis vallisoletanos relatan su experiencia

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«Mi mujer y yo dividimos nuestro piso, de 90 metros, para poder pasear cada uno en una zona»

Eduardo Regidor, 70 años

Vive con su mujer en un piso de 90 metros y ambos están jubilados. «Con la edad que tenemos vivimos esta situación con mucha prevención y miedo. Hemos cumplido las normas y el confinamiento lo pasamos sin salir de casa, solo para lo básico». Decidieron dividir la casa en dos partes para realizar sus paseos diarios durante los más de dos meses que el país permaneció confinado. «Ahora salimos poco, pero nos gusta pasear por el parque de las Norias al aire libre», explica.

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La idea de volver a un confinamiento domiciliario está en su cabeza, pero reconoce que lo viviría con resignación y cumpliendo las normas. Igual que la Navidad, cuando no cree que puedan reunirse con sus familiares. «Al menos no como lo hemos hecho otros años. Creo que nos tocará comer las uvas a los dos solos», apunta Eduardo.

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«Volvería a pasar el confinamiento sola, pero no me preocupa»

Norberta Cuñado, 84 años

La mayor parte del día lo pasa en su casa y sola, ya que perdió a su marido hace 3 años. Durante el confinamiento, Norberta apenas salía de su domicilio por miedo al virus. «Mi hijo me traía lo más pesado de la compra, pero yo iba al supermercado una vez al mes para salir de casa, aunque solo para lo imprescindible». Las horas que pasaba sola tenía como principal entretenimiento la televisión, pero cuando la programación no le convencía echaba mano de sus libros de sopas de letras. «Es algo que me ha mantenido muy entretenida y que a día de hoy sigo haciendo», apunta.

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De cara a las navidades tiene una postura compleja. «Estoy pensando en no ir donde mis hijos, porque nos juntamos muchos otros años». Pese a que se dividirían para cumplir los aforos y mantener la distancia, Norberta señala con casi total seguridad que pasará las navidades en su casa. «No creo que mis hijos me dejen estar sola, tengo que hablar con ellos», apunta.

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«Si nos confinan de nuevo me veo en la calle porque no puedo pagar el piso»

Maite Ramos, 58 años

Reconoce que el primer confinamiento lo vivió «más o menos bien» porque tuvo el apoyo de su hermano y su cuñada, con quien se fue a vivir cuando decretaron el estado de alarma. «Nos hemos apoyado mucho entre nosotros y menos mal que pude irme con ellos», apunta. Maite vive sola y no tiene cargas, pero tampoco ingresos. Ahora mismo, su situación es crítica porque «las ayudas no llegan, y pretenden que viva con 114 euros al mes». Algo que se presenta complicado teniendo que pagar un piso y los gastos derivados. Además, su hermano tuvo que cerrar el negocio y eso supuso que se quedara sin trabajo. «Sin ingresos no puedo subsistir, es imposible llevar una vida digna», manifiesta.

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«Estaba en mi casa sola hasta que uno de mis hijos me vio la cara triste y me llevó con él durante el confinamiento»

Patro García, 77 años

Tiene cuatro hijos y reconoce que se sintió muy acompañada por ellos los largos meses del primer y, hasta ahora, único encierro domiciliario. «Tengo mucho miedo al virus, lo temo porque tengo ya una edad», asegura.

Patro reconoce que afrontaría un nuevo confinamiento de la misma manera que el primero, pero le daría «mucha pena» volver a tener que estar en casa. Ahora, de cara a las fiestas navideñas teme que le tocará ir rotando por las casas de sus hijos «para poder estar repartidos y no ser muchos, así podremos mantener la distancia».

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«En casa buscábamos cómo entretener a la niña»

Elisabeth Benito, 37 años

Su hija y su marido fueron los acompañantes que tuvo durante el confinamiento y reconoce que «los días se hacían largos porque había que entretener a una niña». La televisión, las series y los juegos infantiles hacían que se hiciera más llevadero el encierro, pero apunta que «si nos vuelven a meter en casa sería muy duro, tanto por el trabajo como psicológicamente, porque no podremos salir a despejarnos o a que nos dé el aire». Lo aceptaría con resignación pero no le agradaría tener que volver a vivir la misma situación que en marzo.

Con las Navidades a la vuelta de la esquina, Elisabeth plantea que serán «muy tristes porque no podremos juntarnos con los familiares».

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«Me llegaba a hacer hasta seis kilómetros al día caminando por casa»

Dori San José, 69 años

El confinamiento no fue un problema para ella y su marido, quienes llegaban a hacerse hasta seis kilómetros andando por su casa. Aunque sí reconoce que «lo peor fue no poder ver a los nietos, se ha hecho muy duro». Un nuevo confinamiento sería «horrible», pero lo aceptaría porque «si así se soluciona todo esto, que nos encierren», apunta Dori.

Ni siquiera se ha planteado lo que ocurrirá en las fiestas navideñas ni si se reunirá con sus familiares, pero sí manifiesta que «hay que tener el máximo cuidado posible y procurar no juntarse mucho por el bien de todos».

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