![Los huérfanos del horror emergen de la fosa siete de El Carmen](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202212/16/media/cortadas/combo-kXMD--984x601@El%20Norte.jpg)
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Su silueta difuminada dibuja aún a dos pequeños, una niña de unos cinco años y un niño que rondará los ocho, cuyos rostros se perdieron en la oscuridad de la fosa común número siete del cementerio de El Carmen. Allí, guardadas en el bolsillo interior ... de una chaqueta, presumiblemente de su padre, permaneció oculta la hoy tétrica fotografía que acaba de emerger de las profundidades de la historia y que muestra a todas luces a los huérfanos, según todos los indicios, de un sindicalista de UGT, Julio López Blanco, que pasó por el cadalso de las graveras de San Isidro el 25 de mayo de 1937 acusado, junto a doce compañeros de infortunio, de un delito de rebelión.
El padre de los niños fue detenido el 16 de octubre de 1936, a los pocos meses de la sublevación del bando franquista, acusado de integrar la denominada 'célula comunista número 10 del barrio de Santa Clara', el lugar en el que vivía Julio López, cuyo domicilio familiar se encontraba en el número 16 de la calle Portillo del Prado, según recoge la causa judicial que desembocaría seis meses después en su condena a muerte, junto a doce reclusos más de la cárcel de Cocheras (situada en un bloque de ladrillo que aún se conserva en el paseo de Filipinos). Todos ellos fueron ejecutados por un hipotético intento de motín, descubierto por una «denuncia» anónima, pero que nunca se llevó a cabo y que, a juicio del tribunal militar que les sentenció, iba a sacar del improvisado centro de reclusión a todos los presos para después «retirarse a los barrios extremos para consumar la fuga o morir matando».
Los únicos que morirían un mes después de su condena, dictada el 21 de abril de 1937, serían los trece reos, que fueron ejecutados por un pelotón de fusilamiento en las graveras de San Isidro entre los días 24 y 25 de mayo de ese mismo año. Entre ellos se encontraba Julio López Blanco, un sindicalista de UGT de 40 años, en cuyo bolsillo interior de la chaqueta pudo llevarse una fotografía grabada sobre cristal con las imágenes -todo apunta a ello- de sus dos hijos menores cogidos de la mano.
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Aquella estampa, aunque desdibujada por el paso del tiempo y por la acción de la acidez de la madera del féretro (el sindicalista pudo ser enterrado, al menos, en una caja), que borró la emulsión de plata y gelatina que componía la imagen, acaba de ser rescatada del olvido durante las exhumaciones de las tres últimas fosas comunes localizadas en el cuadro 63 del cementerio de El Carmen. Sus rostros se perdieron para siempre, pero no sus historias, que emergen ahora para recordar lo ocurrido durante la represión que siguió al 'alzamiento' nacional.
El tribunal que condenó a muerte a los «trece peligrosos elementos» acusados de planificar un motín, que nunca sucedió, en la improvisada cárcel de las antiguas cocheras de los tranvías dictó su fallo el 21 de abril de 1937 y ordenó un mes después la ejecución de todos ellos. Enrique Rodríguez, Antonio Valseca, Leandro Villanueva, Jaime Álvarez, Ángel Pascua, Santiago Vega, Virilio Moro, Julio López Blanco, Nicasio Martín, Ignacio Jiménez, Julián Santamaría, Honorio Reinoso y Benito García fueron pasados por las armas por un pelotón de fusilamiento entre los días 24 y 25 de mayo de 1937 en San Isidro.
«Es evidente que se trata de una imagen de dos niños cogidos de la mano y, aunque por ahora es solo una hipótesis, todo apunta a que se trata de los hijos del sindicalista Julio López», apunta el arqueólogo y presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), Julio del Olmo, quien concreta que el cuerpo número 44 localizado en la fosa número siete se corresponde con el de un varón, cuya edad se correspondería de manera aproximada con la del sindicalista y que presenta fracturas causadas por, al menos, tres impactos de bala que astillaron y rompieron el radio de su brazo izquierdo, el hueso temporal del cráneo y la columna vertebral.
El cuerpo número 44 se encontraba casi en el fondo de la fosa junto a los restos de doce personas más. Trece en total. «Parece claro que podría tratarse de los trece presos de las Cocheras que fueron ejecutados entre los días 24 y 25 de mayo de 1937», incide el arqueólogo antes de relatar que la víctima número 44 conservaba también un anillo, el típico sello con sus iniciales, que resultan ilegibles. «La edad se correspondería con la de Julio López, que tenía 40 años cuando fue ejecutado y que tenía dos hijos entonces», añade Julio del Olmo.
Quizás el ADN y quizás algún pariente vivo permitan ahora poner nombres y apellidos definitivamente al cuerpo número 44 de la fosa siete y recuperar los rostros perdidos en el tiempo de los dos huérfanos que dejó hace 85 años en plena Guerra Civil.
A Julio López Blanco, el más que probable padre de los niños, le encarcelaron por integrar la denominada, por el bando sublevado, célula comunista de Santa Clara. Y fue unos meses después, coincidiendo con un «pico de represión», cuando él y una veintena más de reclusos fueron acusados de un más que supuesto intento de motín en las antiguas cocheras de los tranvías. Todos ellos, a juicio de sus captores, eran «elementos de notoria peligrosidad con antecedentes de actuación societaria más que socialista y comunista». No en vano eran, y eso es indiscutible, afiliados en su mayoría a UGT y CNT.
La sentencia a muerte de trece de ellos, y la condena a cadena perpetua de los otros ocho, consideraba probado que los 21 habían celebrado reuniones clandestinas en la «prisión provisional de Cocheras» para «obtener por la violencia la libertad de numerosos presos gubernativos». Ese motín nunca ocurrió. El fallo, sin embargo, relata con todo lujo de detalles un sinfín de hechos futuribles sobre cómo iba a producirse la revuelta carcelaria.
Los reos esperarían un «bombardeo de aviones rojos o la puesta en libertad de uno de ellos a altas horas de la noche para levantarse como un solo hombre, tomar las armas de los soldados y las ametralladoras (...) para retirarse a los barrios extremos -léase de izquierdas- para consumar la fuga o morir matando». Por estos hechos, que nunca ocurrieron, fueron condenados a muerte por un delito de rebelión, con «la agravante de su notoria perversidad dados sus antecedentes sociales», que no penales, los trece reclusos de las Cocheras. Cinco de sus cuerpos fueron sepultados después en la fosa siete del cementerio de El Carmen. De allí acaban de ser rescatados. Ellos y sus historias.
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