![La hija mexicana de la Biblioteca Histórica de Valladolid](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/09/15/1726394853433.jpg)
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La primera impresión de Antonio Largo, rector de la UVA, al entrar en la Biblioteca Palafoxiana de Puebla, en México, a 8.886 kilómetros de Valladolid, fue la de «estar en casa». Ante él se desplegaba una biblioteca histórica, alargada, que semejaba un calco de ... la Biblioteca Histórica de la Universidad. «Luego, una vez que analizas, tiene algunas pequeñas diferencias», explica. Y el director de ese tesoro vallisoletano, Ernesto Vázquez, las apunta someramente. «El suelo es diferente, es el típizo zócalo con unos azulejos más de barro y el de aquí es más como un templo salomónico, de iglesia, ajedrezado. Que también es simbólico». Representa el bien y el mal y el camino complejo que deben recorrer los seres humanos a lo largo de su vida. «El mobiliario es un poco diferente, el de aquí tiene una calidad excepcional, es toda una masa entera, ensamblada y con una ligereza extraordinaria, porque no está encajonadas en el suelo, sino sobre unos pies, que la lanza hacia arriba y hacia la figura del cardenal Mendoza». La madera es también diferente. En Valladolid manda el nogal. En Puebla «el ayacahuite, el coloyote y el cedro», como describe la propia sede mexicana en su web. Allí no es el cardenal quien preside, sino la Virgen de Trapani.
Matices inevitables. Pero en una primera impresión lo que queda claro es que «se da un aire», dice gráficamente Ernesto Vázquez.
Tiene un porqué.
Biblioteca Palafoxiana de Puebla, en México.
Biblioteca Histórica de la Universidad de Valladolid
La Biblioteca Palafoxiana la funda el obispo Juan de Palafox y Mendoza cuando decide donar su fondo bibliográfico a la Biblioteca del Colegio de San Pedro y San Juan. «5.000 volúmenes», dice el comentario oficial. Una riqueza excepcional si se tiene en cuenta la época, año 1646. Fue el primer intento de crear en México una biblioteca pública, en el sentido de que cualquiera que supiera leer podría tener acceso a ese conocimiento almacenado en sus anaqueles.
«Probablemente ya la funda siguiendo el modelo de la biblioteca renacentista, la de aquí o la de Salamanca o la de los otros colegios mayores, porque es una típica biblioteca colegial, de planta alargada», explica Ernesto Vázquez. «Probablemente el modelo de la palafoxiana se basa en los modelos castellanos de colegio mayor, que a su vez imitan a los de Bolonia o los ingleses, con claustro, habitaciones y una gran biblioteca».
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Pero esa primera semejanza se acentúa cuando se reforma, más de cien años después, en 1773. A los mandos de aquel cambio se sitúa el obispo de Puebla, Francisco Fabián y Fuero, que fue colegial de Santa Cruz. «Probablemente tiene la imagen de la biblioteca» de Valladolid, donde él se formó, «que es una biblioteca espectacular». Fue él quien, según la propia Biblioteca Palafoxiana, «estableció la nave principal de 43 metros de longitud para que la población pudiera disponer de la colección del obispo Palafox, así como de la propia; y edificó dos pisos de estanterías».
«En la reforma de la Palafoxiana es el momento de las grandes bibliotecas inglesas, universitarias, casi iluministas, pensadas para una cantidad de volúmenes enorme. Y la secuencia parece lógica, sobre todo habiendo sido colegial durante largos años en Santa Cruz», contextualiza Ernesto Vázquez.
El rector Antonio Largo, que pudo examinar los fondos bibliográficos de la Palafoxiana durante una visita organizada por el periodista vallisoletano Francisco Suárez, muy relacionado con México, refrenda esa impresión tras recibir las explicaciones de los rectores de Puebla. «Fabián y Fuero influyó para hacerla a semejanza de la última biblioteca donde había estado, que era la del Colegio Mayor Santa Cruz».
El orgullo por lo propio se exacerba en ese momento. «Son cosas bonitas que pasan a lo largo de los siglos, y que te dan una idea del peso histórico y de la potencia y la fuerza que tiene la Universidad de Valladolid, capaz de dejar esa huella».
Un orgullo que a Ernesto Vázquez se le desborda cuando empieza a describir el tesoro patrimonial que supone la Biblioteca Histórica de la Universidad de Valladolid. «Conservamos un patrimonio no solo arquitectónico, sino documental, impresionante. Porque se conserva parte de la donación original del Cardenal Mendoza. Hay libros que alguno está firmado y otros que son de los primeros tiempos, de los encadenados, de la primera serie de encuadernación de los libros renacentistas. Habrá unos ciento y pico. Y luego hay una colección muy importante de incunables. Hay muchos libros de derecho. Porque es la especialidad del Colegio de Santa Cruz».
Hasta las puertas de la capilla que alberga al Cristo de la Luz y de la propia Biblioteca son una joya. «Las puertas de la capilla y de la biblioteca son originales, de 1490 más o menos. Se atribuyen a Alejo de Vahía, un retablista».
Y luego están los significados. El simbolismo que encierra cada detalle. Si la fachada de la Universidad está coronada por la efigie de la sabiduría aplastando a la ignorancia,la Biblioteca Histórica, en sí, también busca mostrar la importancia del saber. «Aquí todas las columnas son salomónicas, lanzan la bóveda hacia arriba, la elevación por el conocimiento».
Antonio Largo desvela que se están produciendo conversaciones entre ambas instituciones para poder colaborar en algunos proyectos. «A ver si se articulan proyectos con los de la Biblioteca Histórica nuestra. Ellos también tienen interés, y que la madre y la hija se encuentren después de siglos, y colaboren es algo muy positivo».
Hay cosas en marcha. «Con la palafoxiana y otras bibliotecas mexicanas hay proyectos, sobre todo, de digitalización. A veces nos solicitan algún tipo de ejemplar impreso en América que ellos no tienen y sí tenemos nosotros», explica Vázquez. Y eso demuestra otra realidad: «El fondo de la Universidad de Valladolid es muy grande y muy rico, muy variado». Aunque con un matiz lógico. «Es un fondo universitario. Científico, técnico. No tiene literatura, salvo clásicos griegos, latinos, italianos, un original de Góngora, algún Lope... Pero no hay un Quijote, solo uno del XVIII, cuando ya está canonizado».
La Biblioteca Histórica de Santa Cruz es casi un secreto a la vista. Porque visitarla es complejo por la necesidad de conservar los volúmenes en perfecto estado. De hecho, una de las diferencias entre la de Puebla y la de Valladolid es que la primera se ubica en una planta baja y la de aquí, en la primera. «Valladolid tiene una cosa muy importante, el clima. El edificio no tiene un sistema artificial ni de ventilación ni de control de temperatura. Hasta ahora, y durante casi cinco siglos, se consideraba que con el clima habitual y abriendo y cerrando las ventanas se podía mantener todo el año con una mínima oscilación y es un clima ideal porque es seco. Tanto Chancillería como Simancas tienen eso también», advierte Vázquez.
Durante las obras de la fachada las escasas visitas, con cita previa y restringidas, se han paralizado. «En noviembre esperamos poder retomarlas», indica Antonio Largo. Quizá algún visitante mexicano sienta el mismo dejá vu que el rector vallisoletano al pisar la palafoxiana: «Estoy en casa».
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