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La tarde, en la que se despedía de la afición vallisoletana Pablo Hermoso de Mendoza, transcurrió como un plácido homenaje al navarro, que abandona los ruedos tras una trayectoria en la que no solo ejerció el liderazgo del escalafón del toreo a caballo durante un ... puñado de temporadas, sino que, y esto es lo más relevante, aportó un carácter nuevo al modo de lidiar desde la montura. E incluso impuso sus condiciones en toros y compañeros de terna del mismo modo en el que los espadas a pie muestran su poder. El caballo pasó a ser una muleta simbólica, y los terrenos se convirtieron en un inverosímil trazado por el que las cabalgaduras podían librarse de las embestidas de los bureles del mismo modo que los matadores en enciman con sus oponentes. Hermoso de Mendoza, padre, tiene un lugar reseñable en la historia del toreo a la jineta. Es, ha sido, uno de los grandes.
Entrada: Primera corrida del abono de Nuestra Señora de San Lorenzo. Menos de media plaza, en tarde con lluvia.
Rejoneadores: Pablo Hermoso de Mendoza, que se despedía de la afición local (oreja y oreja), Lea Vicens (oreja y oreja) y Sergio Pérez de Gregorio (oreja y dos orejas).
Ganadería: San Pelayo (1º, 4º, 5º y 6º) y Carmen Lorenzo (2º y 3º), ambos hierros del criador Pedro Gutiérrez Moya. Encierro de notable juego, nobles y encastados, extraordinario el 2º y el sexto dio la vuelta al ruedo.
Permítanme un inciso para indicar, pues es de justicia, que los toros, de dos de hierros de El Capea, dieron un juego tan extraordinario como prácticamente uniforme. No fue el mejor, siendo notable, pero se le dio la vuelta al ruedo al sexto (quizá desde el palco se hizo una media aritmética y se entendió que era el momento oportuno, por ser el último, de mostrar el reconocimiento a un gran encierro).
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César Mata
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En el húmedo ruedo del coso del paseo de Zorrilla, cuyos tendidos apenas se poblaron con una tímida entrada que no llegaba a la mitad de su aforo, Hermoso de Mendoza ofreció un nivel medio, sin la exigencia de imponerse ni demostrar nada. Incluso, en algún momento de su primera faena, su hijo Guillermo le recomendaba tranquilidad desde el callejón.
Un dato aclara como su planteó su batalla al primer toro de la corrida, excelente como el resto de sus hermanos: le clavó tres rejones de castigo, tres, y el animal no se comía a nadie. Marcado con el hierro de San Pelayo, una de las divisas de Pedro Gutiérrez 'El Capea', presente en el callejón, el astado dio un juego encastado, manteniendo ese ritmo tan constante como pausado en sus embestidas que tanto se valora en su encaste murubeño. Tras un primer rejón de castigo que cayó bajo, los otros dos los clavó arriba. Las banderillas colocadas a pitón contrario tuvieron brillantez, aunque la faena careció de equilibrio. Intermitenjte. Mató de rejón caído y trasero. Desde los tendidos hubo una petición dudosamente mayoritaria, lo que fue interpretado con flexibilidad desde el palco. In dubio pro rejoneador. Oreja.
Ante el cuarto, con la lluvia arreciando sobre la arena, logró Pablo Hermoso una faena más armónica ante otro astado del hierro de San Pelayo. Clavó 'solo' dos rejones de castigo y demostró su excelente y magistral monta. Hubo embroques más comprometidos que en su primera faena y finiquitó a su noble oponente con un certero rejón letal. Petición, ahora sí, mayoritaria, y otro apéndice para el navarro, que vio cómo se arrastraba al último toro que mata en Valladolid.
Si hablamos, o mejor escribimos, en términos numéricos, el joven salmantino Sergio Pérez de Gregorio fue el triunfador de la tarde. Aunque, tal y como están los tiempos, los tendidos y los palcos, cabe efectuar, al relance, o si prefieren, a toro pasado, algunas precisiones. Estamos ante un rejoneador en construcción. Seguramente con buenos mimbres y con proyección, pero aún en fase de mejora. Lo que no impide que muestre secuencias de buen toreo a caballo, sobre todo cuando rebaja sus pulsaciones. El temple es también fundamental desde la montura. Se torea a lomos del temple, cabría decir.
Si Pablo Hermoso clavó tres rejones de castigo a su primero, Pérez de Gregorio se conformó con uno. No le dejó crudo, pero sí con brío. Y así se pudo atisbar esa conjugación de pasión con imprecisión que muestra su juvenil monta y lidia. En una mixtura entre quiebro y pitón contrario, debió el jinete mover la cabalgadura una tercera vez de costado, pues había iniciado excesivamente pronto la suerte, y el embroque podría haber tenido un alcance como fatal resultado. El caso es que improvisó con acierto, y fue la banderilla, curiosamente, que mejor colocó. Antes de enterrar el rejón toricida pinchó. Y tuvo que descabellar. Lo que no impidió que cortara una oreja.
En el segundo de su lote, el sexto, el premio fue de dos apéndices. Faena de intensidad, ora con precisión, ora arrebatada. Nadie puede negar la entrega al charro, que cuenta con cuadra para galopar hacia un rejoneo de calidad y ajuste. Acertó en las banderillas, con embroques ajustados, quizá con exceso de estribo. El rejonazo postrero, y la muerte rodada del astado, sirvieron de inercia para que se pidieran, y se concedieran, ambos apéndices.
También asomó, como se ha dicho, el pañuelo azul en el antepecho del palco. Vuelta al ruedo para Valenciano, del hierro de San Pelayo, más que en nombre propio, que también, en representación de todo el encierro llegado desde Espino Rapado.
Acompañó en la salida triunfal Lea Vicens a sus compañeros de cartel. Pero la rejoneadora gala requiere una ITV urgente de monta y lidia. Su rejoneo, digo. Centrífugos sus embroques, sin ajuste. Es decir, con un dominio tan solo relativo de sus monturas y, por ende, sin suficiente confianza en la ejecución de las suertes.
Que cortara una oreja en cada uno de sus oponentes no debe llevarnos a equivocadas conclusiones. Los tiempos casi ofrecen la apariencia de que ese trofeo ya se ofrece desde el paseíllo, y tan solo si yerran con los yerros, se les quita. Dada la esperpéntica modificación del reglamento que se está cociendo, todo es posible.
El inicio del abono dejó como mejor imagen de la de la vuelta al ruedo del último toro, en comandita con el paseo en circunvalación del joven Pérez de Gregorio con el criador de bravo Pedro Moya `Niño de la Capea', como acreditación del excelente juego de sus reses.
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