Emilio de Justo, ante su encerrona con 'victorinos' en Valladolid
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Emilio de Justo, ante su encerrona con 'victorinos' en Valladolid
«Tengo la corazonada de que va a ser una tarde inolvidable, histórica»El calendario marca unas fechas inusuales para los tentaderos en las ganaderías de lidia. Máxime cuando el verano surfea una de sus olas de calor. Victorino Martín, el ganadero, y Emilio de Justo, el matador de toros, han accedido a celebrar una tienta para El ... Norte de Castilla. Una oportunidad para comprobar claves contemporáneas de la vacada de estirpe Albaserrada y del torero, natural de Torrejoncillo, una población cacereña ubicada a escasos kilómetros de las Tiesas de Santa María. Base logística de un hierro histórico, por antigüedad y relevancia en los ruedos desde que la familia Martín lo adquirió. Esperamos a que los rayos del sol atenúen su intensidad, decadencia flamígera que otorga a los predios circundantes a la plaza un tono rojizo, vinoso. En el horizonte temporal de ambos protagonistas aparece, marcada a fuego, una tarde especial en esta temporada. Sábado, 7 de septiembre. Plaza de toros de Valladolid. Una encerrona sugerente e inquietante.
El coletudo, Emilio de Justo, acaba de llegar a la finca junto con su gente de confianza. Saluda y se excusa para irse a cambiar. El calor es aún sofocante. Pocos minutos después aparece Victorino Martín. Se ha entretenido en una faena campera improrrogable. Se disculpa y abre un diálogo breve. Su mirada, de viveza e intuición definitorias, comparte espíritu con las reses que cría. Para los animales se trata de hacer de la necesidad virtud. Para él, la rica herencia espiritual de criar, y vender, toros de lidia. Ser hijo de quien es. Y todo lo que, superando la genética, ha puesto de su cosecha.
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Regresa Emilio de Justo, cercano en el trato, enjuto en su anatomía. Desprende la energía de quien se encuentra en pleno periodo vital de ebullición. Un valor al alza en el primer escalafón de la tauromaquia. Con suficiente consistencia como para superar las turbulencias propias de toda temporada. Aterrizará en el coso del paseo de Zorrilla con una apuesta rigurosa. 6 victorinos, 6, para él, solo para él. Una encerrona, quizá en todos los sentidos. Un reto, sí, Sobre todo ante sí mismo, algo que puede que aún no sospeche.
Tras apartarlas en los corrales se abre la puerta para que salga a la plaza la primera vaca. La grada dislocada de una portátil que se ubica en la contraquerencia de chiqueros está vacía. Se hace el silencio y la erala, joven, irrumpe en la arena. Hechurada en su estirpe, de marcados perfiles. Hocico fino, y extremidades también finas. Mirada inquieta. De encastada curiosidad. La austeridad de la arquitectura de la plaza potencia el protagonismo de hombre y animal. La tocan en los burladeros para cerrar su singladura inicial sobre la arena, en la que aprovecha para arremeter contra la cabalgadura. La embestida es clara, sin extraños, y Emilio de Justo la embarca con la confianza de una tarea bien aprendida. No mecánica pero sí instalada en su aplicación mental para los tentaderos. En los que se ha de torear bien y, además, se tiene que dejar ver la vaca al ganadero.
Cadencia en los lances. Para que la vaca se desplace con largura, profundidad y rebose. Impecable Emilio de Justo en la distancia, el embroque sincronizado… Y con la muleta, con la complicidad de una nobleza exquisita y humillada en las embestidas, una colocación de GPS natural, el toque leve que anuncia un mando tan castrense como confiado en el viaje de su oponente. Existe, no cabe duda, un conocimiento profundo de esta casa ganadera por el matador. Durante la lidia, tanto el torero como el ganadero se cruzan preguntas y aseveraciones sobre la condición del animal y los argumentos técnicos para dotar de mayor contenido a la faena. Sentado tras una ventana que comunica con el ruedo, Victorino Martín ha ido anotando las notas básicas sobre el comportamiento del animal. Cabe entender que si ha anotado alguna pega habrá sido, paradójicamente frente a otras casas ganaderas, por la indisimulada bondad del animal. Bondad sin tontería, cabe matizar.
Durante la lidia de las dos albaserrada, con la A coronada marcada a fuego, De Justo muestra una solvencia y una comunión íntegra con su oficio, que consuma con la solemnidad de un rito religioso. Los tentaderos siempre han sido un test holístico sobre el estado de los toreros. Y aquí, en Las Tiesas, con el sol reclinándose en la agostada línea del horizonte, el cacereño ha ratificado su irrevocable decisión de seguir escalando posiciones en el selecto club de los matadores 'premium'. Y, al menos de momento, sin padecer mal de altura.
Tras la tienta de la segunda vaca, no menos virtuosa que su hermana anterior, aunque necesitada de algún resorte técnico superior, Emilio de Justo se encamina hacia el búnker del ganadero. En ambos, caras de satisfacción. Y de complicidad. Las dos vacas son hijas de Muralista, un toro indultado en Villanueva del Arzobispo. Parece que va a ligar bien, incluso con el riesgo de que lo haga demasiado bien.
Emilio de Justo, al relance de una pregunta sobre las reses de Victorino Martín, lo tiene claro: «Son animales que no regalan nada, sean mejores unos o no tanto otros, se trata de imponerte, y eso lo valoran los buenos aficionados, porque es un encaste distinto, que eleva todo al máximo, la entrega del propio toro y del torero, y por eso cada faena, y más si hay triunfo, es algo único».
Sobre la encerrona en Valladolid el diestro de Torrejoncillo afirma con gesto en el que la seriedad y la premonición se muestran al alimón, que «Valladolid es una tarde que espero con mucha ilusión, voy a poner todo lo que tengo para que sea una tarde histórica. Es una plaza que siempre me ha recibido con cariño y creo que es una plaza propicia para devolver lo recibido y crear una comunión especial con los tendidos. Quiero que sea una tarde especial, de triunfo y agradecimiento. Tengo la corazonada de que va ser una tarde inolvidable, histórica».
No existen, dice, planteamientos previos ante el gesto de matar los 6 victorinos en régimen de exclusividad: «No me planteo nada previo, tampoco que se produzca un indulto, pues eso es algo impredecible, y quiero que todo sea natural, espontáneo». Ese es el estado anímico de Emilio de Justo, seguro sin bravuconerías que colisionarían con su habitual sencillez. «Lo que sé lo he ido aprendiendo, alimentándome de otros toreros anteriores, con la intención humilde de progresar y crecer», dice. Y ningún indicio apunta a que mienta. Como en los ruedos.
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