En la residencia de las Angélicas, en la calle Cerrada, poco ha trascendido estos días sobre la situación que allí se está viviendo por la pandemia. Solo los testimonios contrapuestos de los familiares de las residentes: unos alabando la actuación de las religiosas y culpando ... a la Junta y al Gobierno de la falta de ayuda, y los otros criticando la falta de información y el «hermetismo» de la dirección de un centro con más de cien mujeres residentes.
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Ricardo Sánchez Rico
Mar Miguel
Mar Miguel, sobrina de Pilar Escribano, que cumplió 90 años el 14 de febrero y que vivía desde hacía siete en la residencia de las Angélicas, relató a este periódico, en un reportaje publicado el 18 de abril, los últimos días de su tía en el centro hasta que falleció el día 9 víctima de la covid-19. Mar considera que las religiosas son víctimas de la situación que se está viviendo en la residencia. «No así la Junta y el Gobierno, que son los que tenían que haber puesto medios. Las residencias han hecho de hospitales sin recibir nada», asegura Mar Miguel, que defiende el trabajo de la dirección del centro.
«Las Angélicas es una comunidad donde hay mucho cariño, eso fue lo que recibió mi tía durante esos siete años. Han hecho lo que han podido con los medios que han tenido», hace hincapié Mar Miguel, que incide en que «en los hospitales tenemos héroes y en las residencias, villanos. No me parece justo», asegura.
«Atendieron a mi tía lo mejor que pudieron y estuvieron con ella en los últimos momentos. Si el personal y la mayor parte de las residentes han dado positivo, no es su culpa. Qué tenían que haber gritado por las ventanas ¡necesitamos ayuda!, pues quizá sí», subraya Mar Miguel, que afirma que las residentes «ahora están mejor atendidas, después de unos días de caos».
Marta Rodríguez
Marta Rodríguez Durántez es otra familiar que defiende la gestión en las Angélicas durante la crisis sanitaria. Es hija de Carmen Durántez Hermoso, residente en las Angélicas desde 2011. Su madre murió el pasado 11 de abril, a los 85 años. Tenía un deteriorado estado de salud que se complicó por el contagio con la covid-19.
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«Mi madre vivía tan a gusto en la residencia desde hace años, y el trato que ha tenido su último mes de vida fue con el mayor cariño, atención y respeto. Yo no la hubiera podido ayudar en sus últimos momentos como lo han hecho las profesionales y las religiosas que han estado a su lado hasta el final y para lo que han puesto en riesgo su vida, perdiendo muchas la salud», afirma Marta Rodríguez, que recalca que sí que hay dirección por parte de las religiosas.
«La madre superiora sigue atendiendo todos los problemas que surgen, pese a que ha caído enferma, contagiada precisamente por cuidar de mi madre y de otras señoras. Y las religiosas no han tapado nada, su gestión ha sido de total implicación hacia las residentes enfermas, y clara y transparente hacia los familiares, sin asustarnos gratuitamente», afirma Marta Rodríguez.
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«Yo he tenido que ir a llevar a la residencia material de protección porque las religiosas no lo recibían de quien se lo tenía que enviar. Ha habido muchas donaciones privadas para suplir las carencias de lo no proporcionado por los cauces oficiales», enfatiza Marta Rodríguez, que se pregunta cómo, «si los donantes podían obtener los productos, ¿por qué no les fueron proporcionados a tiempo a la residencia por las autoridades competentes?».
Recuerda además que los test «no les fueron realizados hasta el 7 de abril, pese a que se había constatado ante los servicios públicos sanitarios, el jueves anterior, el contagio de una residente». «Fuimos y les dijimos que si no llegaban los test, les íbamos a denunciar. A las dos horas ya los mandaron», agrega Marta Rodríguez, que asegura que las religiosas «han estado muy solas en esta batalla, y mientras han enfermado los sanitarios, los empleados, las residentes y ellas mismas».
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«La superiora y otras religiosas están muy enfermas, y no las hospitalizan, no se les consiente el ingreso sanitario. También enfermó el médico y tres enfermeras de la residencia, han tenido que ir un médico y enfermeras del Sacyl, y no tienen ni equipos de protección ni test», explica Marta Rodríguez, cuya opinión comparten también familiares de residentes como María Trigueros, Pilar Sanz o Adela Martínez.
«El día en que murió mi madre me llamó la superiora para que fuera porque estaba ya muy mal.Me dieron un EPI, cuando allí casi ni había, y me llevaron a una sala limpia donde estaba mi madre con su mejor camisón, las uñas cortadas, limpia e hidratada, con su oxígeno, y me dejaron estar 40 minutos con ella», añade Marta Rodríguez, que reconoce que en el pasillo de la planta de su madre han muerto cinco mujeres.
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José González
Muy contrario a las opiniones de Mar Miguel y Marta Rodríguez se muestra José González, cuya abuela, de 89 años, reside en las Angélicas (evita dar su nombre, por temor a las «represalias»).
«Nunca hemos tenido ninguna queja de la atención que ha recibido, ha estado bien siempre, pero en este caso concreto, en su afán de tapar las cosas, las religiosas han provocado un caos absoluto. Si aquello se descontroló, tenían que haber pedido auxilio» señala José González, que desde el 13 de marzo no ha podido acceder a la residencia, «y a partir de ahí, no nos han informado de nada, solo una persona de recepción que nos decía que estaban bien».
«Si no tenían medios, que hubiesen pedido auxilio. Se piensan que el prestigio de ellas está por encima de la salud de los residentes, no pueden ocultar información a las familias», comenta José, que incide en cómo, solo después de que enviase unos correos «muy duros» al centro, ha tenido algo de información, «por ejemplo que el día 17 han llevado a cabo una desinfección en el centro, pero han bajado al menos a la mitad de las residentes al comedor, todas juntas, mientras lo hacían».
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«La gestión está siendo pésima, y esa falta de información puede acarrear graves consecuencias. Han debido coger ya abogados, será para ponerse la venda después de la herida. En los test, el 50% del personal de la residencia ha dado positivo, y al irse para su casa, ya no se lo han hecho al otro 50%. Una auxiliar me ha dicho que el 80% de las residentes están contagiadas. No dudo de la buena voluntad de las religiosas, pero lo están haciendo fatal», agrega.
Carmen Pérez
Igual que José González piensa Carmen Pérez, que tenía desde hace seis años en las Angélicas a su tía, Elisa Pérez Corral, de 87 años, que falleció el pasado día 8 víctima también del virus.
«Los últimos días ha habido una falta de atención y un hermetismo terribles. Mi tía tenía su móvil y hablábamos, pero en la última semana balbuceaba y tres días antes de morir ya no lo cogía, se ponía una enfermera y decía que estaba ya acostada. Yo creo que la tenían sujeta. Llamábamos todos los días y nada, hasta que el día 8, a las 9:45 horas, me llamó la superiora para decirme que había muerto a las 7:00 horas. ¡Tres horas tardó en avisarme! Tiene la carga moral de cómo han actuado, porque han metido la pata, les ha venido muy grande», señala Carmen Pérez.
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«La última semana ha sido una tragedia, pedíamos información y no nos la daban. Eso sí, bien que nos llamaban para decirnos que habían subido las cuotas, que mi tía pagaba ya más de 1.900 euros al mes», asegura.
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