En la diócesis de Valladolid, hay nombres a los que se guarda una especial admiración. Uno de ellos es el de Patricio Fernández Gaspar, un hombre cuyo compromiso con la fe y la comunidad ha dejado una huella indeleble en la historia de la Iglesia ... local. Tiene 74 años y presume de ser uno de los tres primeros diáconos ordenados en la diócesis en abril de 1991, por el entonces arzobispo José Delicado. Ese título lo lleva portando desde entonces con honor, responsabilidad y entregando su vida a servir a Dios y al prójimo.
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Está felizmente casado y es padre de dos hijas y le llena de orgullo su etapa como abuelo de cinco nietos. 38 años de su vida los ha dedicado también a su trabajo en la oficina técnica de pintura de Fasa Renault. Ya está jubilado. La vocación le llegó tras mantener largas conversaciones con un sacerdote amigo. «Poco a poco lo fui madurando. Sabía que existía esta figura de los diáconos, pero en Valladolid no había ninguno. Fui viendo que podía ser mi camino y se lo planteé al obispo don José Delicado. No tuve que convencerle, él se alegró de que tuviera esa inquietud. Al poco, otros dos compañeros, Carlos Barbaglia, Luis Rodríguez se lo propusieron también y tras un largo proceso de formación de 4 años, nos ordenaron a los tres juntos», relata. «El arzobispo estuvo muy cerca de nosotros, porque al ser los primeros, había que asentar las bases del ministerio diaconal. He de decir que en Valladolid, hasta el momento, hemos sido ordenados 12 diáconos, dos de ellos, Joaquín López y Manuel Villa, han fallecido», añade.
Su familia le apoyó desde el principio en esta decisión. «Si no hubiera sido por mi mujer no hubiera podido ordenarme. No es sencillo compaginarlo todo y he tenido que robar mucho tiempo a los míos, pero siempre lo han entendido. La palabra 'diácono' significa 'servidor' y a mí lo que más me ha llenado siempre es estar al lado de los más humildes y más pobres», apunta. Primero sirvió en la parroquia de Santo Toribio, después en la de Nuestra Sra. del Carmen y ahora sirve en la parroquia de Traspinedo. «Mi primera experiencia en una parroquia rural fue todo un descubrimiento. Me he sentido aceptado, creo que estar casado, ser padre y abuelo me ha favorecido a la hora de integrarme y ser aceptado», opina.
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Ha sido una fuente de inspiración para el resto de diáconos de Valladolid. «Haber sido de los primeros en ordenarme, es también una responsabilidad, porque tuvimos que abrir camino. A otros compañeros siempre les he hecho ver que este servicio al Señor no es fácil de compaginar con la familia. Yo siempre digo que soy diácono permanente pero mi mujer es la sufridora permanente», comenta este hombre de fe recia y profunda que durante años también ha sido secretario personal del arzobispo Ricardo Blázquez.
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