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Félix Pérez es un hombre de fe, un educador apasionado y un servidor incansable. A sus 54 años, conjuga a la perfección sus roles de esposo, padre de dos hijos de 25 y 19 años y profesor, con una vocación que poco a poco le ... fue guiando hasta dar un paso más allá en su compromiso con la Iglesia. Él fue ordenado diácono en mayo de 2022. Ha sido el último en incorporarse a este ministerio en la Diócesis de Valladolid. Es precisamente en su familia donde él encuentra el pilar fundamental para su crecimiento espiritual.
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Da clases de religión en los institutos de Boecillo y Tudela. Siempre fue un hombre de fe y durante años, fue catequista, pero nunca se imaginó acabar sirviendo a Dios y a la comunidad como diácono. Estuvo viviendo durante 6 años en Estados Unidos, donde esta figura eclesiástica está adquiriendo cada vez más peso. Allí conoció su importante labor y fue donde sintió la vocación. Años después, ya de vuelta en España, se encontró en situación de desempleo. Fue entonces, cuando movido por un anhelo profundo de conocimiento teológico, se sumergió en los estudios en los Padres Agustinos. «Estudiar Teología me gustó mucho. Siempre había tenido interés en ello y aunque fue duro, también fue muy gratificante Lo vi como un encuentro del Señor conmigo», señala.
Tras ordenarse, los primeros meses de servicio, los desarrolló en la parroquia de San Pedro Apóstol de Zaratán. Actualmente tiene su destino en Torrelobatón y otros pequeños municipios de Torozos, donde extiende su mano a aquellos que buscan consuelo espiritual y orientación. Su labor deja una huella profunda en la comunidad, donde ya es considerado un pilar fundamental de las parroquias a las que presta servicio. «Voy a estos pueblos todos los fines de semana y cuando puedo, también entresemana. Estoy encantando. Al principio me costó compaginar trabajo, familia y mi labor en la iglesia. Tengo que corregir exámenes, preparar mis clases y por supuesto, cuidar de mi matrimonio pero si se quiere, se puede cumplir con todo. Mi familia lo vive y me apoya muchísimo. A mis hijos al principio les costó hacerse a la idea. Sus amigos les decían que si su padre era cura. Ahora están más que acostumbrados. En casa tengo las albas, las estolas…y ellos me ayudan mucho», señala.
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De su año y medio de diaconado se queda con todo el cariño que le da la gente. «Siento cómo el Señor me va guiando. Con el tiempo he visto que mi traslado a Torrelobatón, era lo mejor que me podía pasar. Los que tenemos fe sabemos que la mano del señor es una mano de amor», concluye.
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