
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Sobre la corrida celebrada en honor de San Pedro Regalado, fraile pionero en la suerte del tancredismo, si bien con la ventaja de la intermediación divina, se pueden decir muchas cosas. Algunas buenas, muchas otras no. Incluso algunas de carácter ambivalente, como es la calificación (provisional y definitiva) sobre lo que es la bravura del toro. Que, sin duda, no es cuestión de tracto único, sino de tracto sucesivo. Es decir, no puede deducirse de una foto, sino de un vídeo. En el que, además, la parte final ostenta el voto definitivo.
La tarde, es inevitable, quedó marcada por el juego y la presencia, tan pobre, de los Garcigrande que fueron muy garcis (de película), pero de grandes nada. Menos el sexto, con presencia y romana, pero que fue devuelto por una dudosa invalidez. La falta de trapío igualó al desigual encierro del hierro salmantino. Terciados en su mayoría, con diversidad de hechuras. Homogéneos en la suave terminación de sus astas.
Qué duda cabe que la tarde, que comenzó con un Morante (y mejorable) de la Puebla que práctico el arte dermatológico de las suertes, en combinación con el retraso justificado en la colocación de la muleta, tuvo en Emilio de Justo a su actor principal, aunque su actuación se vio favorecida por el guion que propusieron sus dos oponentes. Dos toros con motor, con cilindros de potencia contrastada, una propuesta de máximo interés para un torero con hambre de triunfo. A veces excesivo.
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Aunque el animal era poca cosa, lo cierto es que su eléctrica acometividad permitió que De Justo ya con el capote le recetara unas vibrantes y decididas verónicas. El astado, en todo caso, mostró más casta que bravura. Arrebatado en ocasiones, en otras más templado, Emilio de Justo diseñó una faena explosiva, sin un mando absoluto, pero con una decisión irrefutable. Logró conectar con los tendidos en las secuencias de mayor emotividad de la corrida. La estocada, atravesada y caída, impidió que cortara las dos orejas, premio que los espectadores pidieron con vehemencia pero que el palco, con acierto, dejó en una justa y legítima oreja.
No estaba dispuesto el cacereño a salir por su propio pie de la plaza, así que su estrategia de impacto emocional lo situó a portagayola para recibir al quinto toro, también de tímida cornamenta. Tras el doble paso por el varilarguero, en el que no recibió un castigo proporcional a esa duplicidad, comenzó genuflexo De Justo su labor con la muleta, para poder ahormar y atemperar el carácter combativo del toro. Una ejecución de gran perfección ante un animal más iracundo que bravo. Las tandas no alcanzaron un grado de compenetración relevante, mientras el toro, perfilaba su tentativa de rajarse. Antes de que sucediera, el diestro lo finiquitó con una gran estocada. Los tendidos se acordaron de su petición no concedida y forzaron al palco a asomar el pañuelo en dos ocasiones. Excesivas, en una valoración desapasionada.
El paso de Morante de la Puebla por Valladolid mostró una versión más práctica de lo habitual en este diestro insondable e impredecible. En ninguna de sus faenas mostró el nudo medular de su tauromaquia. Ninguno fue un gran toro, blando y descastado el primero, indolente y escurrido de culata el segundo. Quienes aman el toreo del sevillano están dispuestos a aguantarle algún petardo, incluso de gran potencia. Las medias tintas de ayer fueron descorazonadoras para sus seguidores, que saben que sus contrastes son fruto del arrebato y la huida, dos actitudes de directa conexión telúrica.
Al primero lo pinchó, y ante el cuarto, con el que desgranó un muestrario de muletazos de medio trazo, retrasado, sin bajar la mano (tampoco la permitía el toro), su labor se vio generosamente premiada con una oreja tras una estocada desprendida.
Si la plaza ofreció el aspecto de un lleno aparente no puede dudarse que la causa fue la presencia del peruano Roca Rey. Intrascendente su primera faena, ante un tercero de nulo poder y condición. Un animal que, al igual que el que abrió plaza, fue pitado en el arrastre. Tras una estocada eficaz, fue aplaudido.
En el que cerraba plaza, tras ser devuelto el castaño titular, el astado de más trapío de la tarde, lidió un sobrero sin fijeza al que logró meter en la muleta, convencer al animal de seguir los vuelos, pero sin conseguir la comunión que persigue el toreo. Incierto como una hipoteca multidivisa, tuvo que corregir la colocación en algún cite. Acabó encimado, y convocando al impacto emocional con algún pase por la espalda. Culminó su tarea con un estoconazo brutal, hasta los gavilanes. Tal y como había discurrido la tarde, bien pudo merecer una oreja.
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