El día que Valladolid fue pasto de las llamas

Tras casi cincuenta horas activo, las llamas devoraron, al menos, 440 casas; una décima parte de las viviendas del Valladolid de entonces. La calle Costanilla (Platerías) fue arrasada en tan solo hora y media. El fuerte viento del este, que varió después a suroeste, expandió el fuego en todas las direcciones dificultando su extinción. Los muertos se cifraron entre tres y seis y se calcula que pudieron emplearse para su extinción hasta 3.000 personas, entre lugareños y gentes llegadas apresuradamente de aldeas vecinas, provistos de cubos. Finalmente, dos días después, el martes 23, se dio por controlado en uno de los lados de la calle Empedrada (Correos). Las pérdidas de productos, especialmente vino y productos artesanos, fueron evaluadas por el corregidor Luis de Osorio en 600.000 ducados.

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El origen se achacó a causas accidentales: una hoguera mal apagada por unos muchachos en un corral contiguo a la casa del platero de la ciudad Juan de Granada, en la esquina de las calles Costanilla (Platerías) y Cantarranas (Macías Picavea). Pero no faltaron otras teorías conspiratorias. Los canónigos de la Colegiata pensaron que había sido grupo luteranos para vengarse de los autos de fe celebrados dos años antes; y el Corregidor y el presidente de la Chancillería sospecharon que alguien utilizó pólvora para ayudar a expandir el fuego, motivo por el que llegaron a ser detenidos tres franceses para su interrogatorio.

Se construyeron tiendas y talleres provisionales en la arrasada plaza del Mercado y los vecinos afectados por el incendio tuvieron que ser realojados en viviendas de otros vecinos. Tras el desastre comenzaron las grandes obras de restauración y remodelación de la zona afectada. Los trabajos de reconstrucción se extendieron durante quince años. El Ayuntamiento de Valladolid pidió ayuda al rey Felipe II, quien dictó 63 cédulas y provisiones para reconstruir el centro de la ciudad, entre las que destacan la Plaza Mayor, la primera plaza regular de España; la calle Platerías y toda la zona de soportales del centro, más o menos como se conservan en la actualidad. El monarca controló personalmente todos los detalles del proyecto.

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Francisco de Salamanca, bajo la supervisión de los arquitectos reales, fue el encargado de realizar la nueva y actual distribución de la zona. Calles rectas más anchas trazadas a cordel y casas de la misma altura y de fachadas uniformes. Se incorporaron novedosos recursos arquitectónicos, como los cortafuegos situados cada diez casas con muros de ladrillo o piedra para impedir el paso de las llamas de un grupo de viviendas a otro; o un servicio nocturno de vigilancia para avisar a la población en caso de incendio.

Se consideró también que San Mateo tuvo mucho que ver en que las llamas no llegasen a más. Así el Ayuntamiento decidió que cada 21 de septiembre la ciudad hiciese una procesión general en voto de agradecimiento al santo.