Historia de Valladolid a través de El Norte de Castilla ·
A casi 900.000 pesetas de la época ascendieron las pérdidas ocasionadas por la catástrofe ocurrida en la madrugada del 5 de abril de 1939, cuyas causas se desconocen
Un accidente desgraciado ha puesto en trance de ruina material el hogar espiritual de esta nobilísima y austera Castilla, y su sede, Valladolid, ha vibrado con enorme emoción, operándose una admirable reacción favorable a la reconstrucción de esa vieja Escuela». Veinte días habían pasado desde la misteriosa desgracia cuando El Norte de Castilla decidía romper el silencio impuesto y alabar el esfuerzo de todos los implicados, autoridades y ciudadanos de a pie.
Y es que, por sorprendente que parezca, un desastre de la envergadura del ocurrido en la madrugada del 5 de abril de 1939, cuando las llamas devoraron buena parte de las dependencias universitarias, apenas ocupó espacio en la prensa del momento. Tan solo el diario falangista «Libertad» hizo referencia al incendio con una sola línea, señalando que la Universidad había quedado «bastante destruida».
Las oscuras circunstancias de la catástrofe, acontecida días después de producirse el triunfo del bando sublevado en la guerra civil, y la censura impuesta por el Nuevo Estado franquista explican el silencio periodístico. Ya el mismo Claustro Universitario, como ha escrito Raquel García, decidió por unanimidad poner el hecho en conocimiento de la autoridad judicial, a tenor de los indicios que apuntaban a un incendio provocado (de hecho, todavía en los años 60 algún catedrático responsabilizaba del suceso a «una mano criminal»).
Sustentaban esta opinión tres circunstancias principales: el hecho de que el fuego se hubiera producido en dos partes distintas y opuestas, que no obedeciera a un fallo del alumbrado eléctrico y que su origen se localizara claramente en los locales destinados a albergar determinados servicios del Nuevo Estado.
Esto último requiere una explicación: al igual que ocurrió en otros edificios públicos de la capital vallisoletana, gran parte de la Universidad había sido ocupada por los vencedores en la contienda para satisfacer determinadas necesidades de intendencia. Así, en aulas de la Facultad de Derecho se ubicó el llamado Taller del soldado, en el que algunas «damas de la ciudad» confeccionaban trajes para miembros del «Ejército nacional»; en los sótanos se encontraban el Refugio contra los bombardeos y el Comando de Artillería Italiano (subsecretaría de Orden Público), el aula 6 servía de alojamiento a la Farmacia Militar, el salón de conferencias alojaba a la Academia de Estado Mayor, y la antesala y el despacho rectoral fueron empleados como Oficina de Información de Heridos de Guerra.
El incendio se desató durante la madrugada del Miércoles Santo y obligó a trasladar Derecho y Filosofía y Letras a la Escuela Normal de Magisterio (hoy Colegio García Quintana), Ciencias a la parte no siniestrada del edificio y los Seminarios de Arte y Arqueología y de Filosofía e Historia al Colegio de Santa Cruz.
No solo el arquitecto Constantino Candeira y el jefe del Servicio de Incendios fueron incapaces de determinar las causas exactas del siniestro, sino que a conclusiones similares llegaron el juez especial encargado del caso, José Samaniego, y los cuatro peritos designados (Rafael Luna y Martín Santos por Ciencias y Amando Melón y Saturnino Rivera por Letras), no pudiendo afirmar ni negar que se tratara de un incendio provocado.
Lo cierto es que el informe de daños, enviado el 10 de mayo de 1939 por el rector Julián María Rubio al Ministerio de Educación, era impactante: la Facultad de Filosofía y Letras había sido totalmente destruida, Derecho y Ciencias habían sufrido «daños considerables» y todas las pérdidas ocasionadas, sin incluir cuadros, muebles y piezas del Museo, ascendían a 886.050 pesetas; entre el patrimonio perdido, los especialistas han destacado obras como la «Invasión de los Bárbaros», de Ulpiano Checa; «Doña Inés de Castro», de Salvador Martínez Cubells; «Jóvenes cristianas expuestas al populacho», de Félix Resurrección Hidalgo; y los retratos de Felipe V, obra de Antonio Palomino, Carlos IV, de Ramón Canedo, Fernando VII e Isabel II.
El Ministerio facultó al rector para que iniciara inmediatamente las obras con los medios económicos que pudiera arbitrar, «mientras llegue el auxilio del Estado». Fue la Real Academia de Medicina la primera institución en impulsar una suscripción popular, que enseguida encabezaría el Ayuntamiento y a la que se sumarían otros organismos y numerosos particulares.
El Gobierno Civil aportó 5.000 pesetas, Diputación y Corporación municipal hicieron otro tanto con 75.000, y el montante final de los donativos superó las 300.000 pesetas. Con esta cantidad de partida comenzaron las obras de cubrición, las más urgentes en ese momento, dirigidas por el citado Candeira. Al frente del rectorado se encontraba entonces el reputado arqueólogo Cayetano Mergelina.
El Norte de Castilla no pudo por menos que alabar tamaña solidaridad ciudadana, «la delicada sensibilidad, traducida en entusiasta y decidido apoyo de nuestras primeras autoridades, Corporaciones de mayor relieve y entidades de toda clase. El excelentísimo señor gobernador civil, Ayuntamiento y Diputación unánimemente; Cámaras de Comercio y de la Propiedad Urbana, Delegación Sindical y provincial, etc., etc., han puesto ya a contribución con espléndida generosidad medios económicos para que rápidamente se reconstruya la Universidad».
Instaba el decano de la prensa a incrementar el concurso de los vallisoletanos a dicha empresa, pese a los tiempos duros que se vivían: «La Universidad es de todos y para todos. Por ella han pasado generaciones y generaciones de alumnos, que seguramente conservan un grato recuerdo de su paso por las aulas; ella ha venido siendo fuente de vida para la ciudad y para toda la región castellana. Todos, pues, debemos sentirnos obligados hacia la Universidad; todos debemos contribuir a su resurgimiento material aportando elementos económicos para su reconstrucción».
Así se hizo. Con dichas aportaciones más las cantidades del Ministerio se culminaron las obras. Fue así como el 4 de noviembre de 1940, fecha del reinicio del curso académico tras la guerra, la institución vallisoletana no solo estuvo preparada para comenzar las clases, sino también para acoger el acto oficial de apertura del curso 1940-1941 en toda España, con la asistencia de un visitante de excepción: el mismísimo Jefe del Estado, general Franco.
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