Secciones
Servicios
Destacamos
El primer homenaje de Valladolid a Leopoldo Cano fue unánime en todos los sentidos. Ayuntamiento, Gobernación, Diputación, Universidad y Ateneo festejaron su nombramiento como Hijo Adoptivo de la ciudad y la inauguración de una lápida en la fachada del Teatro Calderón, lugar donde estuvo el Palacio del Almirante y donde el escritor vino al mundo en 1844. Aquello sucedió en octubre de 1924, en vísperas del 80 cumpleaños del vallisoletano, al que también se le entregó una corona de laurel, palmas y rosas, con lo que se quería simbolizar su entrada en el Olimpo de la Poesía. No ocurrirá lo mismo, ni mucho menos, con su muerte, diez años después, pues será objeto de un fallido homenaje que levantará una polvareda de desencuentros entre las autoridades municipales y el escultor Emiliano Barral.
La noticia del fallecimiento la dio a conocer el concejal socialista Remigio Cabello en plena sesión edilicia. Era el 13 de abril de 1934, cuatro días después del suceso. Cabello propuso dedicarle un monumento y el entonces alcalde, el también socialista Antonio García Quintana, recogiendo el sentir unánime de los concejales -incluidos los conservadores-, abrió el pertinente concurso. El ganador se hizo público en agosto: el segoviano Emiliano Barral era un escultor famoso y muy reputado en la época, autor, entre otras muchas obras, de la dedicada a Gaspar Núñez de Arce en el Campo Grande. La obra se adjudicó por 24.000 pesetas. Para el emplazamiento se eligieron los jardines de la Plaza de la Libertad, frente a la casa natal del poeta.
Noticias relacionadas
Enrique Berzal
Enrique Berzal
A propuesta de los ediles, el monumento habría de expresar alegóricamente el contenido de su poema 'La Frontera', decisión que no tardó en ser contestada en determinados ambientes por considerar que aquel no era, ni mucho menos, una composición referencial de la vasta obra del vallisoletano. Pero lo peor llegó a partir de octubre de 1934, después de que el gobernador civil decidiera cesar al alcalde García Quintana, al que se acusó de apoyar la huelga revolucionaria de ese mes, y sustituirlo por el miembro del Partido Republicano Radical Mariano Escribano Álvarez. Como señala Ana María Pérez en un artículo publicado en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, la nueva Corporación comenzó cuestionando el cumplimiento del contrato por parte de Barral, incluso varios ediles se desplazaron a Madrid para comprobarlo.
Barral, de conocida filiación socialista, había interpretado la poesía de Leopoldo Cano como una oda a la fraternidad universal, por lo que optó por una composición alegórica un tanto singular: una gran figura femenina, hierática, mirando al frente, con la pierna derecha y el brazo derecho levantados, mientras sujetaba un manto que le caía al lado del cuerpo. Tres niños desnudos, situados a la izquierda, con los brazos levantados, le agarraban la ropa. La hojita de olivo que portaba en su mano era el símbolo de la paz. La obra se inauguró el 9 de abril de 1935, en un acto multitudinario que contó con la asistencia de un hijo del escritor. Luego, en el Consistorio, hablaron sobre su obra Narciso Alonso Cortés y Emilio Alarcos. Parecía que todo iba bien hasta que, quince días después, la comisión de Gobierno del Ayuntamiento cuestionaba la idoneidad de la obra aduciendo informes negativos emitidos por la Comisión Provincial de Monumentos.
La tensión con Barral no se hizo esperar. El artista se negó a trasladar el monumento al Campo Grande, como le pedía el nuevo regidor, Ángel Chamorro, por lo que en septiembre de 1935 se procedió a rescindir el contrato. 'La Frontera' fue desmontada y trasladada a un lugar apartado de la vista de los ciudadanos. En su lugar se colocó un busto de Leopoldo Cano realizado por José Moreno 'Cheché'. Cuando en febrero de 1936 Antonio García Quintana fue repuesto en la alcaldía, mandó colocar la obra de Barral en los jardines de la Plaza de la Trinidad, donde, sin embargo, terminaría siendo atacada por los grupos reaccionarios que apoyaron la sublevación contra la República. Nada se volvió a saber de la escultura hasta que, a principios de los 80, el catedrático de Arte Juan José Martín González descubrió el torso de la matrona en el Santuario de Nuestra Señora del Carmen Extramuros, junto al Cementerio municipal. Finalmente, en el año 2000 se trasladó al jardín del Colegio de San Gregorio, sede del Museo Nacional de Escultura.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.