El cronista | Callejeando por Valladolid
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La plaza del Ochavo, un espacio vallisoletano de leyendasRoldán le dice a Sarmiento: «En Valladolid hay una placetilla que llaman el Ochavo; un ochavo es la mitad de un cuarto, un cuarto se compone de cuatro maravedís…» y así sigue haciendo divagaciones a partir del ochavo. Sarmiento, atribulado por la palabrería que continuamente salía de la boca de Roldán, le dijo: «Dios me la dé (la paciencia) para sufrirle». El pasaje es de la novela Los habladores, de Miguel de Cervantes. Un entremés sobre el que algunos críticos comentan que acaso la autoría fuera de Lope, o simplemente anónimo.
La plaza se hizo deliberadamente ochavada cuando la reconstrucción de todo el entorno de la Plaza Mayor tras el pavoroso incendio de 1561 (que se llevó por delante una fuente ochavada que desde 1520 había bajo el arco de entrada a la calle de la Platería (Costanilla entonces) que se alimentaba con la traía de las aguas de Argales), y que según una crónica de la época se trataba de una «linda fuente».
Cuatro calles y cuatro chaflanes la dan forma la forma de ochavo, y los nombres de las calles son muy reveladores de qué actividades había en este espacio: la calle de la Lonja, la calle Especería, la calle de la Platería, y una cuarta que hasta 1962 se llamaba de Guarnicioneros, y que conduce hacia la plaza de Fuente Dorada.
En 1962 Guardicioneros pasó llamarse Vicente Moliner, un comerciante que entre otros importantes negocios en los que participó, creó junto con un hermano la sociedad «Hijos de Moliner», un bazar de gran tamaño que ofrecía toda clase de artículos para el hogar y juguetes. Fue alcalde de Valladolid entre 1924 y 1926.
Y también en 1962, el Ayuntamiento inició el expediente de declaración de Conjunto Histórico Artístico de la zona de calle Platería, plaza del Ochavo e Iglesia de la Santa Vera Cruz. Sin duda, la calle de la Platería ofrece una de las más bellas perspectivas que se pueden ver en Valladolid, tanto por su estructura renacentista como por la fachada, al fondo, de la iglesia de la Vera Cruz.
La plaza arrastra algunas leyendas, de entre las que sobresale la que relata que en ella estuvo el cadalso en el que ajusticiaron en 1453 a Álvaro de Luna y luego colgaron su cabeza de la argolla que pende del edificio que hace esquina con Platería. Nada más lejos de la realidad, pues demostrado está que se le cortó la cabeza en la actual Plaza Mayor, cerca del antiguo convento de San Francisco, y que su cabeza no fue expuesta al público.
Queda esta argolla, así como la cadena que cuelga de la fachada de enfrente, y la que hay en el edificio de Platería con Especiería, como recuerdo de los varios lugares en los que se ataban los toldos de daban sombra a la solemne procesión del Corpus. Mas, alguna otra reseña histórica nos deja el Ochavo: una placa en la embocadura de Vicente Moliner que dice, «El Ayuntamiento de Valladolid dedica este recuerdo al P. Alonso Rodríguez S.J. Hijo Ilustre de esta ciudad en el III centenario de su muerte. Febrero 1916.».
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Se trata de un padre jesuita de segundo apellido Gayo que nació en una casa de este enclave en 1538 y falleció en Sevilla en 1616. Por tanto, contemporáneo de Cervantes. Destacó como escritor y por su defensa de la concepción virginal de María.
Un asunto que tenía más miga que la mera discusión teológica, pues el asunto trascendió a la política (un curioso proceso que salpicó incluso a los debates en los ayuntamientos). Formador de novicios, era reconocido por sus escritos sobre Teología Moral, es decir, como enfrentarse a los casos contradictorios de conciencia. Podemos añadir como curiosidad que en aquellos mismos años vivieron otros dos jesuitas en España que también respondían al nombre de Alonso Rodríguez.
Jesús Anta recorrerá la calle Santuario, llamada del Salvador hasta 1970. Estamos en una calle que ofrecía un porte noble que ha desaparecido por el afán especulativo de la piqueta de los años setenta. Esta y otras curiosidades sobre esta calle de Valladolid te las contamos el viernes día 17.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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