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De Perú a Nueva Zelanda y regreso
Tiempos modernos

De Perú a Nueva Zelanda y regreso

Para no parecer un pobretón, desde que era pequeño me inventaba viajes que nunca hice ni me importaría morirme sin hacerlos, pero que son muy sofisticados y carísimos

Paco Cantalapiedra

Valladolid

Sábado, 17 de junio 2023, 00:12

Actualmente hay muchas personas que viajan o veranean en sitios raros y alejados de los que frecuentamos casi todos los demás. Un par de amigos marcharon a Marruecos a un hotel de muchas estrellas, y aunque ya han pasado cuatro meses desde que volvieron todavía siguen dándonos la chapa sobre la maravillosa sensación de vivir a todo tren, al menos una vez en la vida. En La Mamounia, que así se llama el establecimiento elegido para gastarse los cuartos, «los restaurantes del palacio ofrecen una gama de gastronomías y ambientes sin igual en Marrakech». Así, en los cinco o seis comedores que tiene el complejo hotelero se sirven exquisiteces de varios países que convierten el condumio en una «experiencia acogedora y de altísima calidad», que incluso permite cenar «en la privacidad de las alcobas sobre grandes asientos de terciopelo al resplandor de una iluminación tamizada». Según me confiesa Carlos Sobrino, uno de los viajeros, «en una semana se te va un pastón, pero merece la pena disfrutarlo».

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Para no parecer un pobretón, desde que era pequeño me inventaba viajes que nunca hice ni me importaría morirme sin hacerlos, pero que son muy sofisticados y carísimos. Así, dependiendo del día, miento diciendo que he visitado ¡dos veces! el oasis de Huacachina en Perú o las Cuevas de Waitomo, en Nueva Zelanda (que se dice pronto), famosas en el mundo entero por estar habitadas por una especie de luciérnagas cuyas luces azules y verdes componen «una noche estrellada al aire libre, que no tiene precio». Bueno; precio sí debe tener, pero soñar que visitas aquello es gratis; al menos de momento. Como los amigos de Marrakech no frecuentan el Bar Lorenzo los de la peña nos ahorramos que nos crezcan los dientes de envidia y que Luis El Cagueta les mire de reojo, posición que hace con el codo apoyado en la barra y sin saber que eso se llama mirar de soslayo.

La fuerza del chorro

Y aunque no lo reconozcan, los parroquianos de mi querida taberna viajan menos que el paralítico de Cafarnaúm «porque la vida está muy jodida, Canta, y tampoco es cuestión de dejarse los cuartos en corredurías como las que hacen algunos de tus amiguetes ricachones». No obstante, tanto Luis como Miguel 'el Pichón' o Manolón Fernández juran que ellos también veranean, aunque lo hacen con las ofertas del Imserso que, según el Piti, mueven más gente que la II Guerra Mundial.

Este afán viajero contrasta una barbaridad con las escapadas de hace medio siglo porque como dice mi amigo Maca (Nota del Traductor: Maca es el diminutivo de Macario Sigüenza) «somos multitud los que podemos permitirnos el lujo de darnos un garbeo por la provincia, por España o por el mundo», que según él «es cada día más pequeño». Para demostrarnos su teoría de la miniatura del universo nos jura que «raro es el año» que no se hace «tres o cuatro viajes», aunque la mayoría de ellos son a Madrid a revisarse la próstata en una clínica muy afamada. Cuando El Cagueta le suelta que «ir a que te metan el dedo en el trasero no está considerado como vacaciones propiamente dichas, según la definición de las Naciones de Unidas», el sufridor nos cuenta con pelos y señales cómo se hace la prueba que, ciertamente, poco o nada tiene que ver con el ocio. Para rebajar la tensión que se había adueñado de los varones presentes escuchando los detalles de la exploración cular algunos se pidieron un carajillo y otros nos fuimos al excusado a comprobar la fuerza del chorro que, según dijo el afectado, es la primera pregunta que hace el urólogo antes de iniciar el tocamiento.

Como el tema vacacional da mucho juego, los adoradores de la barra del Lorenzo pasamos las dos primeras rondas evocando cómo eran las vacaciones de nuestra infancia, en caso de que las disfrutáramos. Para abrir fuego, empecé yo mismo contando que algunos veranos viajaba a Barcelona donde la familia de allí tenía más posibles que la de aquí, y el viaje no costaba nada porque mi señor padre trabajaba (es un decir) en la Renfe y teníamos kilométrico para viajar todo el año. Evocando aquellos veraneos confieso que mis primos no me hacían ni puto caso y sólo tiraban de mí para que los defendiera de algún chaval pendenciero porque ellos eran demasiado finolis para pelearse y yo era de Pucela y enseguida cogía un pedrusco del suelo.

Cuando el dueño de la cantina invitó a otra ronda (¡milagro!) nos dedicamos a recordar cómo eran aquellos viajes de mediados de los cincuenta, primero en tren o en autobús y años después en el primer coche que pudimos comprar, que fue un seiscientos con el que nos desplazábamos con la baca cargada hasta los topes y comiendo bocatas de tortilla o filetes empanados, que una cosa era vacacionar y otra muy distinta fundir el patrimonio; en este caso, la nómina de mi progenitor, la única que entraba en casa, y no siempre. Creo que fue el Piti el que confesó que uno de sus mejores viajes «fue de Pucela a Santander, que tardamos cinco horas en llegar porque el seiscientos se calentaba y había que echar agua al radiador un par de veces en cada viaje».

Cuando nos cansamos de añorar el calorazo que hacía en el coche, los toros de Osborne que veíamos cada poco en el altozano o aquel año que se puso de moda que una avioneta tirara balones de Nivea en la playa, fuimos cerrando el tema vacacional, a pesar de que tenemos la temporada a la vuelta de la esquina. Servidor, después de contarles la aventura marroquí de mi otro grupo de amigos, aseguré a la pandilla que este año en vez de ir a Marrakech para que el chef de La Mamounia me impregne «de la dolce vita en un ambiente mágico y cálido», me he apuntado a los viajes del Imserso que, si reservas con tiempo, te lleva diez días a Murcia, Andalucía o Valencia incluyendo viajes, pensión completa y cuidadores por menos de 300 euros. Aunque tenga que renunciar al «besugo confitado en aceite con aroma de cítricos, muselina de hinojo y emulsión de puerros tiernos y mariscos», ahorro un pastón gracias al Imserso y a doña Ione Belarra, ministra de Derechos Sociales que Dios guarde.

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