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Pestes, epidemias y demás familia
Tiempos modernos

Pestes, epidemias y demás familia

«Este panorama epidémico contrasta una barbaridad con los males que asediaban a nuestros antepasados recientes, que cualquier chuminada podía llevarlos al hoyo»

Paco Cantalapiedra

Valladolid

Sábado, 3 de junio 2023, 00:12

Si la memoria no me falla, un día como hoy de hace tres años llevábamos varios meses encerrados en casa por culpa del coronavirus, que poco a poco vamos olvidando a pesar de que los científicos nos recuerdan que sigue entre nosotros. Espero no ser el único al que la presencia del bichito de marras ya no le quita el sueño y el recuerdo vivo que me queda en la obligación de usar mascarilla para entrar en la farmacia. Lo curioso de esta última imposición es que los mostradores de las boticas están protegidos por paneles transparentes y los empleados se cubren boca y nariz con antifaz, lo cual no basta para que los clientes podamos entrar a pelo. Pero, querámoslo o no reconocer, aquella maldición nos ha cambiado la vida y ahora nos pone de mala leche que alguien estornude delante sin taparse la nariz, seguimos apretando el botón del ascensor con el llavero o recurrimos al gel hidroalcohólico cada vez que encontramos uno de esos dispensadores que todavía quedan en montones de sitios, incluyendo las grandes superficies o la Plaza del Val, por decir un lugar concreto.

Comentando estas cosas (que en realidad son miedos) con los colegas de cafés mañaneros, claretes y verdejos a mediodía mi exvecino Manolo Pirriti reconoce que al cabo del día se lava las manos «más que en toda mi vida porque las pasé putas cuando lo pillé», por lo que tuvo que estar ingresado «dos semanas en el hospital y rodeado de sanitarios que no enseñaban un centímetro de piel». Cuando se unió a la tertulia Rafi Martín, que parece la alegría de la huerta, echó leña al fuego recordándonos a los presentes que «a día de hoy sigue habiendo coronavirus, y aunque ya no se habla de ello en el Telediario no debemos confiarnos». No obstante, como presumo de tener amigos en todas partes, en cuanto tenga un rato llamaré a Luisón Ramírez, médico de cabecera de los de antes que la semana pasada me dijo que sí, «que todavía flotan virus pero tampoco conviene obsesionarse porque yo mismo hace por lo menos medio año que no meto el palito por la nariz a nadie». Buen síntoma.

Placeres o penitencia

Este panorama epidémico contrasta una barbaridad con los males que asediaban a nuestros antepasados recientes, que cualquier chuminada podía llevarlos al hoyo porque la Sanidad (sobre todo para los pobres) estaba al alcance de muy pocos hasta que se inventó el Sistema Nacional de Salud, del que podemos sentirnos orgullosos. Es cierto que durante la pandemia estuvo a punto de saturarse del todo, pero los profesionales que forman parte de esa maravilla se dejaron la piel para hacer frente a la catástrofe. Sin embargo, antes de eso, tal y como recuerda la doctora Martínez de la Hoz «solo los poderosos y los muy ricos tenían posibilidad de curarse», lo que contrasta con la actual Sanidad, que tiene carencias, «pero es el sitio donde siempre hay profesionales dispuestos a intervenir sin preguntar ni siquiera si son de esta comunidad, si tienen 'cartilla' o han renovado la tarjeta de la Seguridad Social».

Por si fuera poco, la experta en grandes catástrofes sanitarias de la antigüedad ha dejado escrito que cuando la peste asomaba el hocico los que tenían parné abandonaban la ciudad, incluso «los miembros de la Chancillería, el Concejo y la misma Corte», tras lo cual se cerraban las puertas de las murallas «previa expulsión de mendigos y forasteros pobres», y los que quedaban «hacían penitencia o disfrutaban de todo tipo de placeres mientras permanecían vivos». Como decía mi santa madre «muerta Marta, muera harta». El caso es que, sin pretenderlo, la tertulia ha subido tanto el nivel que Luis El Cagueta nos invita a «cortar el rollo, que os estáis poniendo muy pesaditos para llegar a la conclusión de que en aquel entonces lo único barato era morirse».

Como la edad media de los tertulianos sobrepasa largamente la legal de jubilación, quien más quien menos aprovecha para contar alguna batallita relacionada con sus dolencias; ya saben: artritis, reúmas variados y cataratas, entre otros males tan comunes que da pereza sacarlos a colación porque a nadie sorprenden. Incluso Macario Sigüenza, 'Maca' para los contertulios, confiesa que padece una cardiopatía isquémica, que ni siquiera él es capaz de explicarnos en qué consiste, aunque dice estar «convencido de que ésta me lleva al cementerio». Cuando veo que las cosas se van poniendo cada vez más serias porque todos, absolutamente todos los que chateamos en la barra en ese momento tenemos algún mal que contar, abandono el lugar para no deprimirme del todo.

Camino de casa encuentro cerrada la tienda de comestibles de mi zona por donde paso dos o tres veces al día y en cuya puerta figura un papel con ribete negro anunciando que el dueño y amigo ha fallecido «confortado con los santos sacramentos y la bendición apostólica de Su Santidad», a pesar de lo cual se nos pide que roguemos «a Dios en caridad» por el alma del finado que, según me contó él mismo hace un par de meses, la última vez que entró en una iglesia fue para la comunión de su nieto, que ya está en edad militar. Como todavía estoy relativamente cerca y el fiambre es conocido de todos vuelvo al bar Lorenzo para transmitir la noticia a la peña, que sigue dándole al clarete como si estuviera a punto de acabarse para siempre. Jesús Cañete, que se acaba de incorporar al bebercio, dice que esperaba la noticia porque «el covid le ha pillado muy mayor y sus hijas no esperaban que saliera de esta». El Pirriti, que es probablemente el más generoso de todos, sugiere que compremos una corona a escote, a lo que Luis El Cagueta no parece dispuesto porque a él «ese tipo de cosas» le parecen «una chorrada como la copa de un pino. Si queréis, como mucho, nos acercamos esta tarde al tanatorio y saludamos a la parienta, de la que llevaba separado diez o quince años».

Por si no había quedado clara su postura, remató con una frase que suele repetir siempre que hablamos de condolencias, coronas y funerales: «El muerto ¿va a ir a mi entierro cuando yo la palme?». Irrebatible.

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