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Interior del Pasaje Gutiérrez de Valladolid. Rodrigo Jiménez
Callejeando por Valladolid

El Pasaje Gutiérrez, una galería casi única en España y probablemente ilegal

Bien de Interés Cultural desde 1998, su construcción fue orquestada por un empresario santanderino en 1884

Jesús Anta

Valladolid

Viernes, 15 de noviembre 2024, 06:57

Cuando en septiembre de 1886 se inauguró el Pasaje de Gutiérrez, la prensa local lo presentó como «el más grandioso de cuantos conocemos en España».

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Seguramente sería una entusiasta y exagerada afirmación, pero lo cierto es que Valladolid recibió esta nueva calle con gran alegría: ... era una forma de incorporarse a la modernidad de las principales ciudades españolas e incluso europeas: París, Bruselas y otras disponían de esta novedosa arquitectura urbana.

Pero ¿por qué el nombre del pasaje?  Eusebio Gutiérrez Díez era un rico hombre de negocios originario de Santander: tenía industrias en Valladolid y era propietario de diversas casas y solares. Y es precisamente en una de aquellas casas, que daba a dos calles: a la antigua calle del Obispo y a la calle Sierpes (actuales Fray Luis de León, y Castelar –todavía queda una pequeña calle próxima a Castelar llamada Sierpes-), donde Gutiérrez encargó al afamado arquitecto Jerónimo Ortíz de Urbina que hiciera una reforma del edificio. Ortíz de Urbina es, por ejemplo, el director de obras del Teatro Calderón y autor del Colegio de San José.

Aprovechando la reforma de las fachadas y del interior, se llevó a cabo la construcción del pasaje. Curiosamente, ningún documento se conserva en el Archivo Municipal de Valladolid que dé cuenta de la construcción de este pasaje: no hay ni planos, ni  permisos… nada de nada. Esto lleva a la conclusión de que la obra se hizo probablemente saltándose la ordenanza de construcción aprovechando la licencia para la reforma del edificio que se había solicitado en 1884, pero el Ayuntamiento miró para otro lado.

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Es el caso que la ciudad acogió aquella moderna calle con los brazos abiertos. Y en la actualidad es una de las pocas construcciones de estas características que se conservan en España.

El pasaje comienza en la Calle Fray Luis de León, donde la reja de la puerta exhibe la fecha de 1885, año de inicio de las obras; y termina en Castelar con la fecha de 1886, año en el que se inauguró.

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Avanzado el siglo XX el pasaje entró en decadencia, se cerraron comercios, se abandonó el mantenimiento, se convirtió en un lugar solitario e inseguro, e incluso se retiró el emblemático Mercurio (dios del Comercio). Solo la decana Galería Carmen Durango sobrevive desde 1971, y aquí había también un local de billares, hace tiempo ya desaparecido.

El pasaje en los años 60, observese que no tiene el Mercurio que preside el lugar. AMVA

En los 70 retomó el pulso, pero el pasaje recuperó su viejo esplendor sobre todo a raíz de que en 1987 los nueve propietarios cedieron el uso al Ayuntamiento, y este, a cambio, acometió la restauración del mismo, que se dio por concluida en 1996. Se ocuparon todos los locales y la vida volvió palpitar en él.

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No hay que perderse ningún rincón del pasaje, pues está cargado de detalles en paredes, techo y esculturas: el dios Mercurio que preside el pasaje es una copia de la del escultor francés del siglo XVI Juan de Bolonia que se conserva en el museo Bargello de Florencia-, y está fundido en «Val D´Osné», Francia.

Las esculturas de terracota que rodean al Mercurio - que representan las cuatro estaciones-, así como la escultura de los niños sosteniendo el reloj, llevan la firma de M. Gossin, de Visseaux, París, lo que da testimonio del intento de dotar al pasaje del glamour que en aquellos años venía de Francia. Incluso se daban conciertos desde el balconcillo del reloj.

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En plena restauración durante los años 90. AMVA

El historiador vallisoletano Clemente de Pablos, en una reciente publicación sobre el Pasaje (2019), afirma que los niños que sostienen el reloj se llaman Pablo y Virginia, dos personajes literarios protagonistas de la novela «Paul et Virginia» (1787), de Jacques-Henri Bernardin de Saint-Pierre, y que en el taller de donde procede la escultura se hicieron otras obras con estos niños como protagonistas.

La cubierta transparente está construida con tejas de vidrio procedentes de la Real Fábrica de Cristales de la Granja, lo  que demuestra el interés en hacer una construcción cuidada al máximo detalle. Y los techos están decorados con pinturas de Salvador Seijas, en las que se muestran diversas alegorías: la Agricultura, la Primavera, el Comercio, la Industria, y Apolo y las Bellas Artes.   Seijas (1837-1913), profesor de dibujo de la Escuela de Bellas Artes de Valladolid,  fue pintor muy reconocido en  Valladolid en su época y destacó por la pintura decorativa.

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Los espejos que hay sobre las entradas de los establecimientos  se instalaron durante la restauración con el fin de sustituir los antiguos letreros de los numerosos comercios que estaban cerrados.

En definitiva, es un lugar singular, acogedor y de recomendable visita, y desde 1998, el pasaje está declarado Bien de Interés Cultural.

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