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Maripaz Prieto Martín (Cigales, 1932) comenzó a vender con un carro por las calles de Cigales a finales de los años cuarenta del siglo XX. «Maruja comenzó vendiendo comestibles con un carro y un burro dando vueltas por Cigales. Vendía de todo», recuerda su sobrino Florencio Caballero Prieto. El padre de Maripaz vendía vino a granel con una burra -«llegaba hasta Burgos», apostilla Florencio- y su madre regentaba en la plaza Lagunajo de este municipio vallisoletano una cantina -luego Mesón Cigales-. Maripaz, a la que todo el mundo conocía como Maruja, decidió abrir a principios de los años cincuenta una tienda de ultramarinos en otro local de la misma plaza. «El mismo sitio en el que seguimos hoy», recalca orgulloso Florencio, sucesor de su tía en el negocio familiar, Carnicería Maruja, en el número 2 de la plaza Lagunajo, esquina con la calle Sacramento.
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«Al principio mi tía traía a diario las salchichas de Pantaleón Muñoz en el coche de línea de Valladolid para venderlas aquí. Luego se compró una moto con sidecar e iba ella a Valladolid a comprar los productos que luego vendía en Cigales. En los años sesenta empezó a trabajar con Maruja una vecina del pueblo que hacía matanzas y le propuso hacer morcillas. Mi madre y mi tía empezaron a hacerlas en horno de leña. Tardaron cinco horas en elaborar dos kilos y medio. Hoy hacemos, aproximadamente, unos 1.300 kilos de media a la semana, y somos nosotros los que vendemos nuestras morcillas a Pantaleón Muñoz. Maruja vendía todo tipo de carne, pero se especializó en este producto porque, al ser más barato, se mataba mucho cerdo», explica Florencio, 'Floren', Caballero Prieto (Cigales, 1967), al frente de Carnicería Maruja desde 1995, año en que falleció su fundadora.
Con el tiempo la tienda de comestibles se convirtió en carnicería y hace más de medio siglo Maruja montó también una fábrica de embutidos. «Maruja era una persona muy emprendedora y muy valiente. Al principio se mataba a los cerdos en la calle, frente a lo que hoy es la fábrica; después eso se prohibió y ahora compramos la carne en los mataderos». Arroz y especias de Valencia, cebolla de Palenzuela, sangre de cerdo de primera calidad certificada y manteca. ¿La receta? Siempre la misma. «Las hacemos con la misma pasión y filosofía que antes. Producto de primera calidad, tenacidad y mucho entusiasmo. Jugosas, sabrosas y con ese picorcito que tanto gusta», apostilla Floren. «Aunque las morcillas es lo que nos ha dado la fama, también hacemos salchichas y chorizos».
Florencio ya tiene a quien dar el relevo. Su hijo Enrique Caballero Gómez (Cigales, 1997) lleva ya un lustro trabajando junto a su padre, quien comenzó a trabajar con su tía a los 15 años. «Es ya la tercera generación del negocio». «Vendemos 70.000 kilos de morcilla al año. Llegan a todos los puntos de España. Estamos en restaurantes con estrella Michelin, hemos estado en unos Juegos Olímpicos y hasta en la Antártida«. Concretamente hasta la Base Gabriel de Castilla en la que el Ejército de Tierra presta cobertura a los investigadores y científicos que hasta allí viajan para llevar a cabo sus investigaciones.
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