La construcción de los mercados de hierro municipales muestra uno de los episodios más interesantes del Valladolid contemporáneo, aunque no fue tarea fácil tanto por la técnica constructiva y la ubicación más acertada como por los condicionantes no siempre previstos. En cualquier caso, lo cierto ... es que aportaron modernidad a un Valladolid que venía lamentándose de su decadencia tras la marcha de la Corte a Madrid.
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Y, sin duda, iban a suponer un cambio radical en el comercio de la ciudad.
De la conveniencia de su construcción se venía hablando desde hacía lustros y el Ayuntamiento estudió varios proyectos y emplazamientos. Desde el principio se pensó en el hierro como un material moderno y resistente.
Tras varios intentos, en sesión de 14 de mayo de 1877, el Ayuntamiento acordó la realización de tres mercados y que el arquitecto municipal Joaquín Ruiz Sierra presentara un proyecto según considerara más conveniente: reformando los planos ya existentes o realizando otros nuevos, así como indicando los lugares más adecuados para su construcción.
El proyecto de Ruiz Sierra se aprobó en sesión del Ayuntamiento del 18 de enero de 1878, siendo alcalde Miguel íscar, y se decidió que se levantaran en la plaza del Campillo, la explanada de Portugalete y la plaza del Val (antes se había previsto en la plaza de la Red: más o menos la ahora llamada Rinconada).
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El arquitecto se inspiró en los mercados parisinos de Les Halles. Posteriormente se encargó también de la dirección de obra de las tres obras, aunque el de la plaza de Val sufrió importantes retrasos para su terminación. Para hacernos una idea de este arquitecto, fue el autor del Teatro Zorrilla y en 1885 se marchó a Santander para ocupar el puesto de arquitecto municipal, cargo que ocupó hasta su fallecimiento en 1893.
La explanada de Portugalete fue uno de los espacios elegidos, pero una parte del terreno era de propiedad del Cabildo de la Catedral. Requerido en 1863 el Cabildo por el Ayuntamiento para que se aviniera a cederlos, los clérigos dijeron que solo lo harían si se desmontaba la fuente y el abrevadero que había al pie de la torre de la Catedral, conocida popularmente como la Buena Moza y que se había derrumbado el 31 de mayo de 1841. Los clérigos de la Catedral estaban quejosos de que en la citada fuente eran frecuente los escándalos, las peleas y las palabras irreverentes para con la religión. Como mucho, aceptarían que donde manaba, el Ayuntamiento habilitara un arca de donde tomar el agua para atender el regadío de la plaza y para que los Bomberos cargaran sus bombas en caso de incendio.
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La petición fue aceptada por el Ayuntamiento, pero los caños no se desmontaron hasta noviembre de 1881, una vez que ya estuvo construido el mercado.
Los mercados sin duda iban a mejorar las condiciones de venta e higiene: los comerciantes y el público contarían con un espacio cerrado, protegido de las inclemencias del tiempo, con agua corriente, retrete e iluminación (de gas, en un principio, hasta que llegó la luz eléctrica). Los alimentos se venderían con aceptables condiciones de higiene y los comerciantes verían un gran alivio al no estar expuestos a la lluvia, el frío o el sol abrasador. Del de Portugalete sabemos que tenía mostradores de mármol y las paredes cubiertas de azulejos. Además, el entorno de los tres mercados se terminó empedrando y enlosando para evitar los barros en invierno y el polvo de la tierra, propios de la mayoría de las calles.
Aunque la verdad es que el del Campillo, el primero, contó con cierta resistencia para que en él se instalaran (pagando el correspondiente alquiler) los comerciantes, pues consideraban que al apartarse de la calle, perderían clientela en competición con los tenderos que aún seguirían vendiendo en la vía pública hasta que se terminaran los otros dos mercados.
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Es más, una vez que estuvieron concluidos los tres mercados, en febrero de 1883 Miguel Díez y Díez, un destacado comerciante (se desconoce si en nombre propio o como portavoz de otros comerciantes), presentó un recurso de alzada contra el bando municipal en el que se había establecido que a partir de la construcción de los tres mercados municipales, estos serían los únicos habilitados para la venta de los artículos de primera necesidad.
Como se ha dicho, se construyeron con estructura de hierro, una demostración de modernidad y progreso de la ciudad. Ninguno llegó a verlos funcionando el alcalde Miguel Íscar, pues falleció el 8 de noviembre de 1880, un mes antes de que abriera sus puertas el de la plaza del Campillo de San Andrés (actual plaza de España), el 5 de diciembre. El contratista de su construcción fue el popular promotor Jacinto Peña, que lo celebró dando una comida a los pobres de la Beneficencia. El mercado se demolió en mayo de 1957.
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Luego vendrían el del Val (1882), que aún se conserva y que en un principio estaba pensado para que se construyera en la plaza de la Rinconada, y el ya comentado de Portugalete (1884), que fue demolido en 1974 en medio de una gran polémica, pues el mundo de la arquitectura y el de las artes se oponía a su derribo alegando que debía conservarse, pues era una muestra de la arquitectura industrial en hierro característica del siglo XIX. Después de algunas dudas por parte del Ayuntamiento, que reclamó a la Dirección Provincial de Bellas Artes que contribuyera económicamente a su conservación, finalmente, alegando la falta de dinero para su rehabilitación (estimada en unos ocho millones de pesetas), terminó por derribarse, con la desgracia añadida que en las obras cediera parte de la estructura matando a un joven obrero.
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