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Plaza Mayor en la década de 1920. Archivo Municipal de Valladolid (AMVA)
Los dos alcaldes de Valladolid en 1923

El cronista | Historias de aquí

Los dos alcaldes de Valladolid en 1923

El golpe de Estado de Primo de Rivera obligó a disolver los ayuntamientos de toda España

Jesús Anta

Valladolid

Jueves, 5 de octubre 2023, 00:07

Hace 100 años, Valladolid conoció, como todos los municipios españoles, un cambio radical en el Ayuntamiento: una de las primeras decisiones que tomó Primo de Rivera tras su golpe de estado del 13 de septiembre de 1923, fue disolver la corporación: «Por decreto son disueltos todos los Ayuntamientos de España y destituidos todos los alcaldes», rezaba la cabecera de El Norte de Castilla el día 2 de octubre de aquel año. Una decisión que solo respondió a razones meramente políticas: ninguna culpa tuvo en aquel golpe de autoridad la mejor o peor gestión que estuvieran llevando a cabo los regidores.

Una paradoja, si nos atenemos a evaluar la gestión de aquellos munícipes expulsados de la Casa Consistorial, pues no fueron pocas ni menores las inversiones y reformas que se habían acometido en los nueve meses que transcurrieron en 1923 antes de que el 1 de octubre fueran disueltos y nombrado un nuevo alcalde simpatizante con el ideario del Primo de Rivera.

Servicio de Extinción de Incendios en los años 20. AMVA

Si volvemos a El Norte de Castilla, leeremos una crónica cuanto menos justa y honesta: «Sería injusto no recordar en este momento algo de lo que han hecho en favor de la ciudad y de los intereses generales los regidores ayer destituidos», y destacaba que había sido una administración seria y honrada.

El periódico tenía toda la razón si repasamos las decisiones y acuerdos que el Ayuntamiento fue tomando en los meses anteriores al golpe de Estado, tales como conseguir unas finanzas saneadas, presupuestos municipales equilibrados, pago puntual a los proveedores, aprobar un buen plan de urbanización (por cierto, por unanimidad de todos los partidos y sus concejales), construir escuelas, adoquinar calles, dotar de mayores medios al servicio de limpieza, construyó sin ninguna ayuda del estado la pasarela del Portillo de la Merced y, sobre todo, dotar a la ciudad de un magnífico servicio de extinción de incendios.

Hasta el Golpe de Estado el alcalde de Valladolid era Isidoro de la Villa Sanz, electo desde el 23 de octubre de 1922. Adscrito al partido de Santiago Alba, aquel 23 de octubre obtuvo el respaldo de veintiséis concejales de los treinta tres elegidos.

Doctor Isidoro de la Villa Sanz, alcalde de Valladolid hasta el 1 de octubre de 1923. Universidad de Valladolid

Había nacido en Madrid en 1879, donde realizó sus estudios de Medicina. Era hijo del doctor Idelfonso de la Villa, médico de Su Majestad. Obtuvo la Cátedra de Ginecología y Obstetricia en la Universidad de Valladolid, ciudad donde ya pasó el resto de sus días. Tenía su consulta en la calle Macías Picavea. Falleció en 1944.

Persona de extensa cultura, fue uno de los impulsores del Ateneo de Valladolid, presidente de la Real Academia de Medicina y Cirugía y Rector de la Universidad. Su compromiso social le llevó a ser candidato ya en las elecciones municipales de 1915 y 1920: en ambas ocasiones alcanzó el mayor número de votos de todos los concejales elegidos, aunque no resultó designado alcalde por el Gobierno Civil, hasta que sí fue alcalde, como se ha dicho, en octubre de 1922, cuando se dio a los concejales la potestad de elegir entre ellos a la máxima autoridad municipal.

El historiador Juan Antonio Cano García, indica en el «Diccionario de alcaldes de Valladolid» que a Isidoro de la Villa le tocó enfrentarse a una época muy convulsa marcada por los enfrentamientos entre liberales –albistas incluidos-, y socialistas y republicanos. En un violento episodio de protesta por los estudiantes de la Universidad, incluso fue herido en una carga policial en la Plaza Mayor.

Y tras el fin de la Dictadura, de nuevo se presentó a Elecciones Municipales en 1930, obteniendo su escaño en el Ayuntamiento. Pero en aquella ocasión la mayoría de los concejales eligieron como alcalde a Federico Santander -que ya lo había sido entre 1920 y 1922-. Parece como si tras el paréntesis de las dictaduras de Primo de Rivera y del general Berenguer, la historia hubiera retomado su curso interrumpido en septiembre del 23.

Pero es que Isidoro de la Villa volvió a obtener su acta de concejal en las elecciones del 12 de abril de 1931, que fueron el preludio de la proclamación de la II República.

Mas, volvamos a 1923. Tras la disolución del Ayuntamiento, el primer alcalde designado por el Gobernador el 1 de octubre de 1923 fue José Morales Moreno, otro prestigioso médico que en los apenas cinco meses que estuvo en el cargo se dedicó, sobre todo, a afianzar la implantación de Primo de Rivera y defender los valores regeneracionistas que se suponía traerían las reformas del Dictador. Y poco o nada más hizo pues al mes de ser nombrado alcalde pidió la baja del cargo por motivos de salud. Baja que no aceptaron los concejales y que suplieron con alcaldes accidentales. Fue cesado el 6 de abril de 1924 sin que hubiera llegado a reincorporarse al cargo.

Morales Moreno nació en Madrid en 1850, pero realizó sus estudios universitarios en Valladolid, ciudad a la que quedó ligado de por vida, donde falleció en 1937.

Doctor José Morales Moreno. Alcalde de Valladolid a partir de 1 de octubre de 1923. Universidad de Valladolid

No solo fue un prestigioso médico, sino que ejerció de Jefe Superior de Administración Civil, director del balneario de Medina del Campo, montó una pequeña casa de baños en su propio domicilio de la calle Núñez de Arce, fue presidente de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Valladolid, miembro de la Real Academia de Bellas Artes, cónsul de Portugal en Valladolid y también tuvo presencia en el ámbito empresarial en calidad de vocal de la Colonia Agrícola e Industrial del Duero, y presidente de la Sociedad Anónima Cervecera «Gambrinus».

Obtuvo varias condecoraciones de ámbito nacional: Cruz de Carlos III, de Isabel la Católica y al Mérito Civil. Y su prestigio profesional y sus actividades culturales le brindaron una desahogada posición económica.

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