El Ayuntamiento de Pucela lleva años apostando por un invento llamado Red de Calor Ciudadano que en una década podría extenderse por toda la capital. Por lo que he podido entender el objetivo es calentar a la vez miles de viviendas utilizando una cosa que ... llaman 'astilla forestal' procedente de los montes regionales. Como no podría ser de otra manera en los tiempos que corren se trata de una «fuente de energía limpia, autóctona y renovable» capaz de reducir la factura de agua caliente y calefacción en «más de un treinta por ciento». Por si fuera poco esa manera de calentar los radiadores y la ducha el sistema servirá para reducir «las emisiones contaminantes» y, ya puestos, «mejorará la limpieza de los bosques y evitará incendios forestales». Vamos, que es un invento del copón de la baraja que espero se extienda cuanto antes por mi barrio para no tener que soltar un pastón mensual por disponer de ambos servicios. La única duda que me corroe es si el actual Equipo de Gobierno municipal seguirá apostando por una idea que no es suya sino de sus antecesores, y ya se sabe la capacidad que los señores políticos tienen para calificar de pésimas las ideas ajenas y de buenorras las suyas.
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Por lo que he podido entender el ambicioso proyecto va mucho más allá del ahorro energético en la factura mensual, puesto que las averías caseras serán inexistentes, sin ruidos, sin necesidad de mantenimiento, y sin tener que estar pendiente de cuánto gasóleo queda en la caldera de la comunidad y cuántas derramas tendremos que hacer de aquí al verano. La mala noticia es que, según dijo en su día alguien del anterior Ayuntamiento, por ahora solo están previstos dos ramales de calor urbano: «uno para el barrio de Parquesol y otro para los barrios de Villa del Prado y Huerta del Rey». El hecho de que este proyecto de ciudad calentita estuviera impulsado en su día por un alcalde del PSOE y un consejero de la Junta del Partido Popular y los dos sustitutos de ahora pertenezcan al mismo partido, puede ser una garantía de que las obras no se detendrán por diferencias ideológicas. Vamos: que no se pondrán tiquismiquis.
Benditos antidisturbios
Todo ello contrasta con las maneras de calentarse en casa, fundamentalmente en la de los menos favorecidos porque los ricachones de verdad siempre tuvieron calefacción con radiadores y todo. Comentando estas moderneces con mis colegas del Lorenzo, Miguelito Campano me reprocha que servidor saque este tema a colación «teniendo en cuenta que tu padre curraba en la Renfe y teníais derecho a carbón», con lo que se supone que podíamos combatir el relente. En mi defensa sale el Maca para recordar que dicho combustible no se utilizaba para disfrutar de los radiadores «sino para encender el fogón porque en la casa del Canta y en la mía, que éramos vecinos, nadie tenía radiadores. Así que no nos vaciles, salao».
Como casi todos los presentes éramos del mismo pelaje en aquella infancia en la que, además de no tener calefacción, helaba de finales de octubre a primeros de mayo, llegamos a la conclusión de que estábamos hablando de un tiempo en el que el confort provocado por el calorcito no era propio ni de nuestras casas ni del colegio al que asistíamos. Así, en las aulas de casi todos los presentes, incluyendo la de servidor, la diferencia entre el verano y el invierno era la estufa que solía ponerse en medio de la clase. Llegados a este punto en el que los contertulios parecíamos estar de acuerdo, fue Luis el Cagueta el que nos recordó que los mejores chicos de la clase «tenían derecho a estudiar cerca de la estufa, mientras que el resto nos jodíamos de frío porque la estufita era pequeña y el aula grandona». Por eso, según su teoría, «los más listos y los más pelotas se libraban de los sabañones; así que no me toquéis la moral que todavía me encabrono cuando lo recuerdo».
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Paco Cantalapiedra
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A partir del tercer clarete salieron a relucir otras maneras de combatir el biruji cuando arreciaba el invierno. Así, Rafita Pastrana recordó que en su casa utilizaban brasero con picón, que había que encender en la calle «para evitar el tufo y que calentaba los pies y poco más». Cuando interviene Nacho de la Cal, compañero de correrías y baños en el Canal, lo hace para recordar que le gustaba ir a casa de su tía Patro en Aldeamayor donde tenían «gloria, que calentaba el suelo a base de quemar troncos bajo las baldosas». El único inconveniente del sistema eran «las cabrillas que salían en los piernas y el rasca que hacía en las habitaciones de arriba donde no había gloria ni nada parecido». Con cierta timidez para que no se cachondearan de mí, confesé que nuestra vida cambió el día que pudimos comprar una estufa de butano, que colocada en medio de la cocina se convirtió en la reina de la casa. Y por si esto fuera poco, el citado electrodoméstico podía trasladarse de un sitio a otro (de la cocina al dormitorio, por ejemplo), lo que alivió incomodidades y evitó sabañones, una especie de úlcera que salía en manos y pies por el frío y picaban como un chupete bañado en guindilla cayena. Y aunque me he enterado ahora de que el sabañón también podía presentarse por estar muy cerca del fuego, puedo asegurar y aseguro que es la primera noticia que tengo, aunque de haberlo sabido no sé adónde debería haber arrimado los muslos para que se calentaran tanto.
Doy la bienvenida a esa red de calor comunitario que se está construyendo bajo la calzada y de la que también podrán beneficiarse los indigentes que duermen (es un decir) acurrucados en las afueras de cualquier portal, bajo los puentes del Pisuerga o a la vuelta del cine Cervantes con una manta de borra y malamente protegidos con cartones. Además de agradecer este sistema de luchar contra el duro invierno, cuando se extienda por la ciudad no descarto salir a dar un voltio por la calle Santiago en pleno enero con calcetines y sin zapatos aunque haga cuatro grados bajo cero. Por cosas así aplaudo esta manera tan civilizada de mantenernos calentitos sin esperar a que vengan los antidisturbios.
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