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Lucía Rivas
Historias de la Radio
Tiempos Modernos

Historias de la Radio

«Para la gente de mi generación, la radio siempre fue la fiel compañera con la que aprendimos a reír y a llorar, gracias a la cual entramos por primera vez en un teatro»

Paco Cantalapiedra

Valladolid

Lunes, 5 de febrero 2024, 00:51

Cuando publiqué un artículo comparando el Periodismo de entonces con el de ahora, mi amigo Felisín Cortés me planteó el reto de escribir de la radio de los años cincuenta, que ha cambiado incluso más que la prensa escrita. Actualmente, casi todas las emisoras están abiertas las 24 horas del día y sus programas son más dinámicos y entretenidos que cuando servidor era un chaval. La radio de ahora es alegre y moderna, culta y hecha con rigor, con medios y revestida de una complejidad técnica a años luz de aquélla otra que empezaba a andar a pedalillo. Hablo, fundamentalmente, de eso que llaman radio convencional; o sea: cadenas generalistas que dan noticias, organizan debates y tienen una admirable capacidad para reaccionar ante cualquier imprevisto. Solo a modo de ejemplo, recuerdo la compañía que nos hizo dicho medio aquella tarde-noche del 23 de febrero de 1981 cuando un señor con bigote entró, pistola en mano, en el Congreso de los Diputados al grito de «¡Todo el mundo al suelo»! y la más chachi de todas: «¡se sienten, coño!». Gracias a las ondas los cafres que intentaron pisar el cuello a la Democracia casi recién estrenada fracasaron en su intento, y el medio de comunicación revivió para disfrute y tranquilidad de los fans, entre los cuales me encuentro.

Confieso ser uno de esos tipos que se despiertan con los informativos radiofónicos y se acuestan con la última tertulia del día y, siempre que esté sucediendo algo de especial interés en España o en el resto del mundo, lo sigo a través de los boletines, que son cortos y directos para que no terminemos odiándolos. El problema de la tele, según mi criterio, es que está obligada a ofrecer imágenes que en estos tiempos tan convulsos y sanguinolentos no siempre apetece ver, aunque se produzcan a miles de kilómetros de distancia.

En 2024 muy pobretona tiene que ser una estación de radio para no disponer de una o dos unidades móviles que se desplazan allá donde haya noticia y están dotadas de la tecnología imprescindible para retransmitir al instante cualquier evento pequeño o grande. Por si esto fuera poco, además de esas unidades, todo quisque lleva un teléfono encima, que permite tomar notas de voz o escritas, dictar la crónica y enviarla a la emisora sin pisar el estudio.

Enviado especial

Ni que decir tiene que todas estas modernidades que sabe usar casi cualquiera menos un servidor, nada tienen que ver con la radio que se hacía cincuenta años atrás, y lo digo por experiencia ya que mis primeros pasos fueron en ese medio, que entonces se hacía a pedalillo. Una tarde, con más cara que espalda, me planté en La Voz de Valladolid, que entonces se anunciaba como la «Emisora número uno de la Red de Emisoras del Movimiento». Llegados a este punto aclaro que servidor no quería servir a la Patria a través de las ondas, sino aprender un oficio que me parecía mucho más entretenido que el de chupatintas en un organismo oficial. Y encima, se ligaba.

Fue allí donde me enamoré del medio gracias al actual Cronista Oficial de la Ciudad, mi colega José Delfín Val, que entonces era «El Primer Locutor», título que sonaba de puta madre. Pepe me miró de arriba abajo antes de llevarme al despacho de la directora, la gran Teresa Íñigo de Toro, que tenía en su puerta un semáforo pequeño con dos luces: la verde, significaba que se podía entrar (llamando, claro está), y la roja que, fuese lo que fuese, era mejor volver más tarde. Gracias a la paciencia de Pepe, de Antonio Olivares, de Maruja Cerezo y otros que no recuerdo entré en el mundillo de la información que me ha dado de comer durante décadas. A veces, hasta con vino y chupito.

Dado que para grabar en un teléfono móvil aún faltaban cincuenta años, lo normal era ir a los actos con un magnetofón que pesaba una tonelada, y mi primera salida más allá de la capital fue a Portillo donde se celebró el Día de la Provincia retransmitido por un servidor que siempre se despedía como si tuviera estudios con una frase rimbombante: «Desde el Arrabal de Portillo, Francisco Cantalapiedra, enviado especial. Devolvemos la conexión a nuestros estudios centrales». Ni que decir tiene que la unidad móvil era el coche de línea.

Para la gente de mi generación, la radio siempre fue la fiel compañera con la que aprendimos a reír y a llorar, gracias a la cual entramos por primera vez en un teatro o nos enganchamos a aquellas radionovelas interminables precursoras de las que vendrían, muchos años después, a través de la pequeña pantalla. La radio de entonces era la de 'Matilde, Perico y Periquín', 'Ustedes son Formidables'', el 'Teatro del Aire', 'Ama Rosa' o los discos dedicados y del oyente, programa que obligaba a hacer largas colas para que un locutor dedicara 'Mi jaca' a Fernandito «con todo el cariño de sus padres, por haberle tocado a África». Además, aquella radio patrocinaba concursos como el de 'La Suerte va por barrios', donde una marca de gaseosas regalaba mil pesetazas por responder una chorrada.

Gracias al estudio realizado por un grupo de alumnos de la Universidad vallisoletana he podido saber que la primera emisora que empezó a emitir regularmente en ella fue Radio Castilla-Valladolid, «emisora EAJ-47», que se lanzó a la aventura el 7 de enero de 1934 emitiendo el primer disco de su vida: 'Suspiros de España', «el popular pasodoble del famoso maestro cartagenero Antonio Álvarez Alonso», como recordaría con voz engolada el locutor que tuvo el honor de estrenar el aire todavía virgen de ondas de esta capital.

Hablo de sintonías que solo los mayorones recordarán como aquella de 'Yo soy El Zorro zorrito, para mayores y pequeñitos', seguida de una de sus características melodías silbadas. O publicidad cantada como la de 'Soy La Española la aceituna como ninguna', aunque mi preferida era, y sigue siendo, la de 'Yo soy aquel negrito del África tropical, que cultivando cantaba la canción del Cola Cao', porque si lo tomaba el ciclista se hacía el amo de la pista y si era «el boxeador ¡pum, pum¡ golpea que es un primor». Impagable.

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