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El miércoles de la semana que viene se celebra en Valladolid Unitour, la feria que orienta a los estudiantes para que elijan su grado universitario. El evento en cuestión es, desde casi veinte años, el punto de encuentro en España, Italia, Portugal y Andorra para que los alumnos de Bachillerato puedan conocer de primera mano «toda la oferta universitaria que existe a su disposición» y diseñen su futuro profesional del que, con suerte, tendrán que vivir hasta que se jubilen. Según reza la propaganda que manejo, este evento «se ha convertido en el principal Salón de Orientación Universitaria europeo, recibiendo la visita cada año de más 700 Colegios y 30.000 alumnos, padres y orientadores». Confieso la envidia que me corroe leer este tipo de noticias, impensables en la época en la que servidor estudiaba poco, vagueaba mucho y encontró su primer trabajo recién cumplidos los catorce tacos, que hoy sería delictivo para el empleador.
Por pura curiosidad he estado echando un vistazo a las carreras más demandadas, que son bioquímica, ingenierías, ciencias biomédicas, parecidas a las que se llevaban hace medio siglo y que resultaban igual de inalcanzables para los que éramos unos mocosos que lo único que queríamos era currar para dejar atrás el 'cole', que entonces nos parecía un coñazo de no te menees. Aún así, confieso que siendo un adulto casado y padre de familia aprobé el examen destinado a los mayores de 25 años, y gracias a la benevolencia del hoy amigo y catedrático Celso Almuiña me matriculé en Derecho, dispuesto a defender a los menesterosos de los abusos del Capitalismo. No me importa confesar que ni siquiera aprobé el primer curso porque currar de día y estudiar de noche no era nada fácil; bueno, de hecho, a un servidor le pareció imposible meterse en la mollera las bases del Derecho Romano o Mercantil y otras similares. Por si fuera poco, mi oreja musical (no tengo oído) era claramente insuficiente para formar parte de la tuna y dar serenatas a las damas, entre otras razones de peso porque me hubiera ganado la bronca de mi santa esposa.
Y aunque ahora siento un pelín de envidia cuando veo a los estudiantes de esa u otra carrera entrar y salir del aula, limpitos, bien abrigados y lustrosos, me conformo con lo que tengo y que me ha permitido vivir sin apreturas y con dinero suficiente para pagar la consulta de un abogado, si es necesario. Y quien dice jurista dice médico, fisioterapeuta o cualquier disciplina de las muchas que se imparten en el campus pucelano.
Pero, a pesar de la multitud de cosas que se pueden estudiar hoy y que los aspirantes podrán descubrir a partir del miércoles en Unitour, confieso que no me arrepiento de haber abandonado la carrera en el primer curso porque, con más suerte que otra cosa, nunca me ha faltado tarea en el mundo laboral, donde he dejado casi sesenta años de mi vida. Dicho lo cual, de la misma manera que muchas universidades se las verán y desearán para dar cabida a todos los alumnos que quieran hacer carrera primero y montar despacho o consulta después, lo que se lleva ahora son los llamados 'Servicios de Manitas', que muchas compañías de seguros ofrecen a sus clientes. Porque, seamos sinceros: ¿con qué frecuencia usted, desocupado lector, necesita los servicios de un ingeniero de caminos, un arquitecto o un licenciado en telecomunicaciones? En mi casa, sin ir más lejos, los pocos licenciados que entran lo hacen porque son amigos y vienen a cenar o a tomarse una copa. Y, por pura casualidad, el día que le pregunté un remedio a Félix Alcalde, amiguete de siempre y hoy técnico de carrera superior para arreglar no recuerdo qué, me dijo sin despeinarse que «para esas cosas lo mejor es tener contratado un servicio de chapuzas a domicilio», que muchas compañías de seguros ofrecen a sus clientes sin sobrecoste.
Y pensándolo bien, en una sociedad donde los padres quieren que sus hijos se licencien y doctoren en carreras de cuatro, cinco o más años, cuando se les atasca la persiana acaban recurriendo a ese señor apañadito que tiene remedios para todo. En situaciones así no buscamos a alguien que haya hecho un Máster en Investigación e Innovación en Arquitectura. Intervención en el Patrimonio, Rehabilitación y Regeneración, que ofrece ahora mismo la Universidad de Valladolid. O un grado en Antropología Social y Cultural, cuyo objetivo es «proporcionar la metodología y los instrumentos que le permitan analizar e intervenir en contextos complejos con las herramientas adecuadas». Más claro, agua.
Servidor, a fuerza de repetirse a sí mismo que soy un asno con suerte, me pregunto qué salidas profesionales tendrán carreras como las dos citadas más arriba o ese Grado en Lenguas modernas y su literatura que ¡durante cuatro años! permite «desarrollar un alto grado de autonomía en el aprendizaje y competencias que, por su transversalidad, capacitan profesionalmente a los Graduados a acceder y adaptarse a distintos entornos laborales propios». Si es una adivinanza, la única respuesta que se me ocurre es: la gallina.
Que nuestra casa resulte arrasada por un tifón es dificilillo, pero que se estropee el grifo de la cocina o el enchufe de la tele es de lo más común. A servidor, sin ir más lejos, se le escoñó el mecanismo de la cisterna del retrete, que no paraba de echar agua. Como buen ecologista (y ahorrador) decidí que el minichorrito permanente que soltaba tendría que resolverlo un experto. Así que al día siguiente llamé a mi seguro de hogar y veinticuatro horas después se presentó en casa un operario más limpio que la patena que levantó la tapa de la cisterna, echó una ojeada y dijo (hace un mes) que volvería en un par de días. Y se marchó, a pesar de que incluso me comprometí a cambiar mi testamento para hacer partícipes de mis bienes a él y a su familia. Así que como a los que saben arreglar estas cosas les sale el curre por las orejas, por ahora no nos queda más remedio que hacer nuestras necesidades en la Facultad de Medicina, que nos cae enfrente.
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Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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