El majestuoso ábside del templo con la la escultura del icono de la Orden, Santo Domingo de Guzmán. Foto Daniel Villalobos Alonso. Vídeo: Rodrigo Ucero

Colegio Dominicos, una joya arquitectónica del Movimiento Moderno que seduce y emociona

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Si añadimos el diseño de todos sus muebles realizado por Fisac, convierten esta visita propuesta, no únicamente a uno de los mejores edificios de Valladolid, sino a una arquitectura convertida por el arquitecto manchego en pequeño museo de arte moderno

Viernes, 16 de septiembre 2022, 00:05

A escasos 400 metros del comienzo de las Arcas Reales, camino del Pinar de Antequera, se levanta el imponente Colegio y Convento que Miguel Fisac ... construyó para los Padres Dominicos en la década de los años cincuenta del siglo pasado. Un complejo arquitectónico de ladrillo rojo organizado entorno a un patio con un bellísimo jardín donde en el lado Sur se levanta su iglesia, auténtico centro y organizador arquitectónico del resto de los edificios ordenados simétricamente a cada lado del eje de la nave. Ya al acercarse desde el Pinar, a distancia y sobre el terreno horizontal, destaca majestuoso el ábside del templo, una pared curva de piedra blanca extraída de las canteras de Campaspero, en la cual su longitud de 25 metros se repite en altura. Hacia lo alto de esa gran proa, aún con el edificio en obras, Miguel Fisac mandó colgar la escultura del icono de la Orden, su fundador Santo Domingo de Guzmán que había encargado al artista Jorge Oteiza, era la primera de las nueve obras del escultor vasco actualmente en la ciudad de Valladolid. La modernidad y el atrevimiento del escultor coincidieron con los de su, entonces, joven arquitecto. Miguel, pocos años antes de su muerte, recordaba como una anécdota el día que se colgó la escultura de Oteiza: «fue de madrugada, con la grúa ya preparada para que estuviera arriba antes de las ocho, hora de la cita con el Padre Dominico encargado de las visitas a las obras del colegio», el arquitecto se anticipó porque temía que, de cerca, al dominico no le gustara la figura del Santo con la cara sintetizada y dura, tallada por Oteiza. Un trabajo de abstracción de la figura y rostro humano que el artista en esos años también estaba experimentando con sus apóstoles para la portada del Santuario de Aránzazu.

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Colegio de los Padres Dominicos diseñado por Miguel Fisac.

Pero lo principal de nuestra iglesia de los Dominicos está en el interior, un espacio arquitectónico lleno de luz, color y fascinación, uno de los mejores de Valladolid junto y comparable con el que proyectara Juan de Herrera en el renacimiento para la Cuarta Colegiata, la que sería la Catedral inacabada de la ciudad. Se reconoció internacionalmente su calidad en 1954, obteniendo la Medalla de Oro de la Exposición Internacional del Arte Sacro en Viena y en 2011 con su declaración edificio BIC –Bien de Interés Cultural– como Monumento por El Consejo de Gobierno de Castilla y León destacando sus «valores simbólicos y de innovación espacial», primer y por ahora único edificio de arquitectura del Movimiento Moderno –Mo.Mo.– en Valladolid en ostentar y ser reconocido oficialmente su valor patrimonial. Pero… ¿qué es lo que seduce de este espacio y cómo lo hizo posible el moderno arquitecto manchego desbordante de ideas?

Para ello vamos a proponerles una visita. Junto a la entrada al patio se acceder al interior de la iglesia por una de las dos pequeñas puertas colocadas a ambos lados del sotocoro –espacio debajo del coro de la iglesia–, ya que no se concibió con una entrada solemne central. Una vez adentro, lo primero que sorprende es la grandiosidad del espacio, sus dimensiones, la luz y el aire coloreado que allí se contiene, «un trozo de aire humanizado» como le gustaba definir Miguel Fisac a la arquitectura. Dos desnudos muros de ladrillo convergentes hacia el altar –bajo la escultura de la Virgen el Niño y Stº Domingo, de piedra tallada obra de José Capuz–, concentran la atención del visitante que contempla un espacio oscuro y ascendente hacia el presbiterio; allí la pared cóncava de piedra blanca de más de 20 metros de altura aparece intensamente iluminada desde arriba y a sus dos lados. «Es la iglesia más bella que he visto de Fisac, está llena de color», confesó cuando la vio por primera vez el artista y unos de los mejores arquitectos de la actualidad, Juan Navarro Baldeweg. Desde la entrada, las fuentes de luz permanecen ocultas, sus dos vidrieras horizontales y escalonadas diseñadas por el artista José María Labra –moderno precursor de una pintura abstracta geométrica– tiñen de azul el espacio central, mientras que el ábside blanquecino toma el color anaranjado en uno de sus lados por la también vidriera oculta hacia el poniente.

Altar de la iglesia con la escultura de la Virgen y el Niño y Santo Domingo, de piedra tallada obra de José Capuz.

El interior es asimismo simbólico, de un simbolismo religioso con el cual Miguel Fisac colmó este espacio, un aire más que «humanizado» donde el arquitecto centró todas sus intensas creencias religiosas. Como me explicaba el propio arquitecto, este espacio se diseñó para el ritual preconciliar, con el sacerdote de espaldas a los feligreses, concebido para concentrar la atención en el momento de la consagración, creando un continuo ascendente visual desde la nave con el suelo ascendente, las escaleras hacia el altar, y el sacerdote de espaldas elevando la eucaristía. Es un encanto del espacio arquitectónico que atrapa al creyente que lo contempla, pero más, me atrevo a decir, al agnóstico que se ve seducido principalmente por el atractivo de un bellísimo y prodigioso espacio arquitectónico.

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Vidrieras horizontales y escalonadas diseñadas por el artista José María Labra.

Aún más, la importancia de esta obra está en sus valores como precursora de un nuevo y moderno espacio religioso que Fisac estaba indagando con sus proyectos en esa década de los cincuenta. Su inspiración hay que buscarla varios años antes, en 1950 donde sus planos no construidos de la iglesia para el Instituto Laboral de Daimiel contemplaban un espacio de condiciones similares, aunque más pequeño; como también lo era su Iglesia proyectada en 1951, la parroquial en Andorra para Ntra. Sª de la Asunción en Escaldes. Las tres tienen la misma condición espacial, se cierran y a la vez se elevan hacia el altar intensamente iluminado. Disponiendo sus muros laterales de modo convergentes hacia el altar, no paralelos, con lo cual la percepción del espacio desde la entrada se alarga agrandándose como en algunas obras de los arquitectos del barroco siglo XVII, Francesco Borromini o Gian Lorenzo Bernini.

También con influencias más modernas como la de un proyecto en 1929 para la Iglesia de Vallila, en Helsinki, del arquitecto finlandés Alvar Aalto que había conocido en 1951 en su visita al Madrid, acompañándolo al Escorial junto a otros arquitectos jóvenes y modernos como Alejandro de la Sota o Gutiérrez Soto. Allí solían llevar a los afamados arquitectos de esta llamada arquitectura del Movimiento Moderno; como hizo García Mercadal con Le Corbusier en 1928 o la visita en 1930 del maestro holandés precursor de De Stijl, Theo van Doesburg. En este otro viaje, Fisac acompañaba a Alvar Aalto disfrutando del afamado arquitecto que iba sentado en uno de los coches detrás, entre él y el arquitecto vasco Rafael Aburto. Fisac recordaba de ese viaje su sorpresa cuando al llegar, Alvar Aalto se negó a ver El Escorial, «Yo, El Escorial, no. Yo, El Escorial, no», exclamó el nórdico cuando se enteró de dónde estaba. Y es que Aalto temía afectarse si veía este ejemplo de arquitectura clasicista.

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Plano de las instalaciones.

En dirección contraria, sí le ocurrió a Fisac, el cual se había formado en la Escuela de Madrid con una rígida y encorsetada formación clasicista, durante un período en que España estaba cerrada política y culturalmente al exterior. De mente abierta, fue gracias a sus viajes al extranjero que se influenció de la exquisita arquitectura que entonces se estaba haciendo en el centro y norte de Europa; en1949 viaja a Suiza, Francia, Suecia, Dinamarca y Holanda, y en 1951 a Alemania, donde aprendió de obras de arquitectos como Asplund, Mies van del Rohe o Jacobsen, entre los más reconocidos. De esta sensibilidad está impregnada la Iglesia y el resto del Complejo de Dominicos de Arca Real.

Después de estos recuerdos que conservaba Fisac, podemos contemplar con más claridad y admirar con mejor certeza esta arquitectura acompañada con obras de artistas modernos. También en espacios más pequeños como las seis capillas a ambos lados de la nave, tras los muros con relieves de bronce de Viacrucis, de Cristino Mallo, y las esculturas de Lapayese, Penella, Ferreira, Frutos. En el patio exterior con dos galerías claustrales de la misma estética nórdica, entre los conjuntos escultóricos en el pórtico de la entrada de Susana Polac, o el de los frailes de Oteiza, e incluso la escultura-campanario del propio Fisac. Los refectorios azulejados de los alumnos con pinturas de Valdivieso, o el mural de Polac en el privado de la Comunidad y las obras de Álvaro Deldado para la entrada y capilla privada.

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Si añadimos el diseño de todos sus muebles realizado por Fisac, convierten esta visita propuesta, no únicamente a uno de los mejores edificios de Valladolid, sino a una arquitectura convertida por el arquitecto manchego en pequeño museo de arte moderno.

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