Borrar
Consulta la portada del periódico en papel
Los calzones de San José
Tiempos modernos

Los calzones de San José

«Hay costumbres que se han perdido, como las felicitaciones navideñas entregadas en mano por el cartero»

Paco Cantalapiedra

Valladolid

Sábado, 16 de diciembre 2023, 00:19

Dentro de una semana estaremos metidos de lleno en la Navidad, la fiesta más esperada (para bien y para mal) por todo quisque: para bien, porque llega el momento de reuniones familiares, y para mal por el mismo motivo. En mi casa, como somos tres contando al gato (que hace años que se piró) celebraremos el festejo haciendo lo que mejor se nos da: comer y beber, a pesar de que lo primero se ha puesto por las nubes y lo segundo tiene sus peligros. Actualmente, las fechas que se avecinan se parecen bastante a las anteriores porque, en la mayor parte de los domicilios que conozco, el misterio consiste en comer a saco aunque haya que pagarlo a huevo de obispo. Aunque dicen que los niños son los que de verdad disfrutan de lo que se nos viene encima, los adultos pudientes como servidor no comemos nada que no podamos permitirnos a lo largo del año, salvo las angulas y los percebes, que no entran en casa desde hace medio siglo, cuando todavía se pagaban en pesetas.

Pero, además de esos estipendios, la Navidad consiste en jugar a la lotería, desearnos felicidad con vecinos a los que apenas frecuentamos salvo para pedir prestado un alicate, y comer las uvas al son de las campanadas del reloj de la madrileña Puerta del Sol. Dado que en mi familia no tenemos costumbre de ir a la Misa del Gallo, la cena del próximo domingo acabará pronto y los amargados como servidor estaremos deseosos de irnos a la piltra, que es donde mejor se está. Y a esperar que lleguen (y pasen pronto) las siguientes celebraciones; ya saben: Nochevieja con uvas y cava, ver en la tele la Cabalgata de los Magos de Oriente y darle un bocado al roscón de Reyes, procurando acabarlo cuanto antes porque al cabo de dos o tres días se pone duro como un bordillo.

El antes y el después con los móviles

Y aunque el festejo que se avecina pueda parecer el mismo de hace dos o tres décadas, las cosas han cambiado una enormidad, tal y como nos recuerda doña Aránzazu Díaz, experta en decoración, según la cual todo es muy distinto desde la llegada de los teléfonos inteligentes, que han supuesto «un antes y un después en nuestra forma de comunicarnos y, por desgracia, de prestar atención al entorno, algo que cobra especial importancia cuando hablamos de reuniones familiares». No es por hacerme el mártir o quejarme sin ton ni son, pero el día que nos juntamos en casa, si somos cinco humanos hay siete móviles, y todos activos no sea que se hunda el mundo y no nos enteremos antes de que lo dé la tele.

Lo primero que notamos cuando llegan estas fiestas es que las cosas de comer estaban caras y ahora están prohibitivas. Pero, en fin, un día es un día y no pasa nada si tiramos la casa por la ventana comprando unas cigalitas, cuatro percebes y ¡un besugo! Todo esto contrasta con los festejos de hace medio siglo cuando en las inmediaciones de los mercados de la ciudad había turroneras vendiendo tabletas de marca blanca; vamos, que ni eran conocidas ni venían de Jijona. Doña Julia Romero, una bloguera muy activa que parece conocer bastante bien Valladolid, recuerda que «siempre hubo diferencias notables entre los barrios ricos y los barrios pobres, y el hecho diferenciador fue, sin duda, la comida».

Noticias relacionadas

En las semanas previas a la fiesta propiamente dicha aparecían en las cercanías del Mercado del Val (igual estoy equivocado y era El Portugalete) los paveros con sus manadas de aves, manjar típico de la Nochebuena reservado a los más pudientes porque los mocosos como servidor tardamos casi un siglo en catarlos. Bueno; de hecho puedo asegurar que solamente he comido tal animal una vez en mi vida (quizá como rechazo a aquella época), porque lo más parecido con alas era un pollo o una gallina, a veces más tiesa que la mojama. No obstante, entre la infancia de la señora Romero y la de un servidor hay distancias insalvables porque mientras los desarrapados nos conformábamos con ver el turrón en los puestos callejeros, ella asegura que cuando las mujeres de los pobres cocinaban sus propios mantecados, los pudientes compraban manjares navideños «a las monjitas y adicionaban las bandeja de las Pascuas con escarchados y mazapanes».

Según mis recuerdos la bebida tradicional de aquella época en la que servidor tenía más mocos que dinero era el anís Castellana, La Asturiana o El Mono, aunque los pudientes solían beber Marie Brizard y brindar con champagne o cava, mientras que los pobres lo hacíamos con Sidra El Gaitero, famosa en el mundo entero.

Sin embargo, hay costumbres que se han perdido con los años como las felicitaciones navideñas entregadas en mano por el cartero, o las cestas que algunos policías municipales ponían a sus pies dirigiendo el tráfico y en las que los conductores iban dejando cosas; ya saben: unos mantecados de Portillo, una bolsa de higos o incluso un pollo atado de patas para que no huyera. En mi memoria quedan las visiones de los guripas ordenando el tráfico rodado en las inmediaciones del Hostal Florido o en la calle de Santiago esquina a Plaza Mayor, rodeados de cosas de comer y beber donadas por felices conductores a los que seguramente nunca habían puesto una multa.

En fin, para que la nostalgia navideña no me gane la partida termino recordando que en medio siglo han cambiado muchas costumbres navideñas pero hay una indeleble: la absurdez de las letras de los villancicos. Ahora que los guardias no necesitan regalos, la venta de pavos está regulada por Sanidad y el móvil nos permite felicitar a cualquiera esté donde esté, esos villancicos que aún suenan en algunas emisoras y en la Cabalgata siguen siendo un enigma para servidor. «Pero mira cómo beben los peces en el río, pero mira cómo beben por ver a Dios nacido». Me pregunto cuál es la relación entre Jesucristo y los barbos del Pisuerga. O este otro: «En el portal de Belén han entrado los ratones / y al bueno de San José le han robado los calzones…». Era lo último que le faltaba a ese humilde carpintero casado con una virgen que tuvo un hijo con una paloma «por obra y gracia del Espíritu Santo». Anda que…

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elnortedecastilla Los calzones de San José