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No era un capricho del alcalde ni un gesto frívolo o intolerante, como se lee en algunas publicaciones. Aquella llamada de atención a los ciudadanos de Valladolid prohibiéndoles llevar bigote tenía una finalidad relevante, vinculada prioritariamente a la preservación del orden público. El bando en cuestión, firmado por el alcalde Pelayo Cabeza de Vaca Gómez el 10 de enero de 1842, puede consultarse en el Archivo Municipal y refleja el sentir de una época histórica, la del combate político por afianzar el liberalismo en España.
De hecho, su artífice, un leonés nacido en Valverde-Enríquez el 15 de noviembre de 1798, era un exponente claro del liberalismo progresista identificado con la figura del célebre Espartero. Es más, su breve mandato (de enero de 1842 a enero de 1843), magníficamente estudiado por historiadores como Juan Antonio Cano y Jorge Luengo, se desarrolló durante la regencia del famoso general, aclamado en ese momento por haber doblegado a la reacción carlista.
Pelayo Cabeza de Vaca Gómez había estudiado jurisprudencia en la Facultad de Derecho de Valladolid, donde obtuvo el título de doctor y ejerció como catedrático entre 1826 y 1858. Fue asimismo decano, vicerrector y rector interino. Su compromiso liberal le llevó a optar por diversos puestos políticos: diputado provincial (1838), diputado en Cortes (legislaturas de 1840 y 1843) y alcalde. Durante su etapa en la Cámara Baja se distinguió por defender la autonomía de diputaciones y ayuntamientos frente a las tendencias moderadas que optaban por un mayor centralismo, arremeter contra los carlistas y demandar ayuda económica para el clero afectado por la desamortización y la abolición del diezmo.
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Más ventajas para Valladolid trajo su etapa al frente del Consistorio, entre enero de 1842 y enero de 1843. Autores como Casimiro González García-Valladolid resaltó, entre otras actuaciones, el empedrado y rotulación de nuevas calles, la decoración de la antigua fuente que había en la Plaza de la Rinconada, y la construcción de un gran lavadero en la zona de las Moreras. Obra suya fue también la creación del cuerpo de bomberos de la ciudad. Pero, curiosamente, su fama se la dio el llamado «bando de los bigotes».
Como señala un diccionario del siglo XIX, el bigote en España, abandonado a finales del siglo XIV, se puso de moda con fuerza a partir del reinado de Carlos I. Al igual que en otros países como Francia e Italia, se trataba de un bigote grande, «delgado y retorcido hasta arriba», acompañado a menudo de «una especie de escobilla en la barba, a que se dio el nombre de 'perilla'». A mediados del XVIII, sin embargo, pasó la moda y el bigote quedó reservado a los cuerpos de oficiales del Ejército para distinguirlos de las demás tropas. Posteriormente, diversas reales órdenes determinaron qué bigote debían llevar las diferentes clases de tropa, hasta que a mediados del XIX, se generalizó a todos los cuerpos militares.
Es en este contexto en el que debe entenderse el llamado «bando de los bigotes». Después de la primera guerra carlista y en medio de un panorama político marcado por las resistencias del clero y de los moderados al avance del liberalismo progresista, la cuestión del bigote, reservado a las clases militares, pasó a ser un asunto de orden público. De hecho, ante los disturbios ocurridos en Madrid a finales de 1838, que fueron achacados a los carlistas, las autoridades establecieron la prohibición de llevar bigote salvo a los militares y a miembros de las milicias nacionales, entendiendo que con esta medida contenían a los perturbadores del orden.
A esta misma filosofía obedecía el bando del alcalde de Valladolid, pues buscaba evitar los recelos que pudieran darse entre los militares y las alteraciones del orden público: «Habiéndose observado que varios vecinos y habitantes de esta Ciudad usan de Bigotes y otros distintivos militares sin pertenecer al Ejército ni a la Milicia Nacional, y convencido el Ayuntamiento Constitucional de los perjuicios que pueden originarse de tolerar estos abusos, ha acordado, en observancia de los reglamentos vigentes: que todo el que sin pertenecer al Ejército ni a la Milicia Nacional, llevase Bigote, o usase de prendas de uniforme, sea detenido y presentado a la Autoridad para que haga desaparecer el disfraz, y averiguando la causa que pueda motivarle, le imponga las penas a que se haya hecho acreedor».
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