La cooperativa Acor nació en un lejano 25 de enero de 1962, cuando un grupo de agricultores formalizaron la constitución de la sociedad azucarera después numerosas intentonas, reuniones y trámites. Aquellos pioneros alcanzarían dos años después la friolera de dos mil socios y un capital ... de cinco millones de pesetas (30.000 euros), de los 400 (2,4 millones de euros) previstos para abrir su primera planta elaboradora. No llegaba y habría que esperar algunos años más para que el proyecto de su primera azucarera, ya con el visto bueno de la administración franquista, recibiera el visto bueno y viera la luz en forma de contratación de las obras, finalmente por 182 millones de pesetas (1,09 millones de euros), a una empresa polaca, tal y como recoge la reseña sobre la historia de la cooperativa extractada del libro 'Acor, 60 años de historia', escrito por el historiador Enrique Berzal.
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Las obras concluirían a comienzos de 1968 y la azucarera, que incluía un edificio de oficinas de dos plantas, de la carretera de Santovenia, en el término municipal de Valladolid, abriría sus puertas el 27 de febrero de 1968 después de la inauguración oficial con bendición incluida a cargo del arzobispo José García Goldaraz (1893-1979) -hoy titular de una calle en la capital- y la presencia de las autoridades competentes.
Nacía así la primera azucarera de una cooperativa que siete años después abriría en Olmedo su segunda planta de transformación de remolacha. Y todo iría bien, con hasta doce mil socios formando parte de Acor en las siguientes décadas, hasta que la remodelación del sector, tal y como explica la propia cooperativa, condujo a la decisión, aprobada por los socios en asamblea el 5 de diciembre de 2007, de reestructurar su producción y cerrar su planta de Valladolid en 2008. Aquel acuerdo incluía «el desmantelamiento y el achatarramiento de sus instalaciones entre junio de 2008 y mayo de 2009».
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La cooperativa derribó y achatarró, en efecto, la mayoría de sus edificaciones. Pero no todas. Las que sobrevivieron a la piqueta, eso sí, han acabado siendo expoliadas, incendiadas y vandalizadas por ladrones de chatarra y gamberros en los últimos años. Los terrenos, desde el 28 de julio de 2022, pertenecen sobre el papel a la firma india Switch Mobility, cuyos responsables anunciaron el pasado verano su intención de aplazar a 2026 la puesta en marcha de su megaproyecto de factoría de fabricación de autobuses eléctricos.
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La vieja azucarera, o lo que queda de ella, permanece ahora a merced de ladrones, gamberros y grafiteros. Y sus edificios languidecen a la espera de pasar, salvo sorpresa, definitivamente por la piqueta, en principio, de la compañía india si cumple, al final, su enésimo plazo para iniciar su proyecto.
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