Nieves Caballero
Valladolid
Domingo, 8 de noviembre 2020, 08:17
La hostelería intenta resistir el temporal pero los embates de las olas son demasiado fuertes. Establecimientos que no han llegado a abrir después del confinamiento del mes de marzo, cerrojazos definitivos ante un futuro incierto y cierres temporales hasta ver si amaina la ... tormenta. Ya antes de que la Junta de Castilla y León decretara el cierre total de la hostelería y la restauración a partir de las 00.00 horas del pasado viernes, 6 de noviembre, durante 14 días naturales, algunos empresarios vallisoletanos habían optado por detener su actividad de forma definitiva.
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Valladolid ha asistido a la desaparición de muchos de sus restaurantes más clásicos a la largo de las últimas décadas. Establecimientos como La Fragua, Mesón Panero y La Tahona. En la mayoría de los casos los motivos fueron un cambio de negocio o la jubilación de sus propietarios. Sin embargo, la crisis sanitaria por el coronavirus ha dado la puntilla a otro clásico que no ha podido sobrevivir después del confinamiento y un importante descenso de la actividad con la reducción de aforos, la prohibición del uso de la barra y la desconfianza de los propios comensales porque la pandemia sigue haciendo estragos. En este contexto, el restaurante María Gastronomía devolvió las llaves del local de la calle Rastro a su dueño por cese de la actividad, el pasado 22 de octubre, 22 años después de su apertura, el 14 de febrero de 1998..
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Ángel Cuadrado se jubiló hace dos años y medio. El 13 de abril de 2018 se hacía cargo del negocio su hija, Alejandra, quien trabajaba junto a su padre desde 2012 y había logrado renovar un negocio que ha dado muchas alegrías a la familia, entre otras los premios en los concursos provincial y nacional de pinchos.
Padre e hija han decidido no mirar atrás mientras Alejandra prepara las oposiciones a la Policía Municipal de Valladolid. «Estoy muy feliz con la decisión de mi hija pues en estos tiempos tan duros que nos toca vivir lo mejor es buscar otro futuro», asegura este restaurador de 71 años. Se muestra «orgulloso de todo lo que hemos conseguido, primero juntos y, desde que Alejandra afrontó el camino ella sola, tras mi jubilación, porque fácil no ha sido».
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Este conocido cocinero nacido en Simancas trabajó desde los 13 hasta los 69 años en un sector que conoce como la palma de su mano. Durante todo este tiempo, Ángel Cuadrado, fue quemando etapas en locales con nombre propio muy reconocidos para los más veteranos, como el Parador de Simancas, el antiguo hotel Conde Ansúrez de la calle Doctrinos, La Fragua y Mesón Panero (del que era socio).
Otro clásico de la restauración vallisoletana que no ha resistido la crisis es Casa Antonio, en la esquina de las calles Alemania y Puente Colgante, en este caso 27 años después de su apertura por Antonio de la Calle y Pilar Bezos. Cuando ellos se jubilaron hace ocho años, su hijo Rafael 'Rafita' tomó el relevo del negocio familiar con intención de mantener el legado de sus padres durante mucho tiempo.
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Antonio G. Encinas
Sin embargo, después de los tres meses de confinamiento obligado, Rafa tiró la toalla, entre otras razones, porque el 1 de abril finalizó el contrato de arrendamiento y «me querían subir la renta». Además, el local no contaba con terraza por lo que la reapertura del sector, el 25 de mayo, no lo situaba en la mejor posición. Todo estaba en su contra porque la gran barra con la que contaba este negocio hubiera quedado anulada con las restricciones. «El tiempo me ha dado la razón por desgracia», apunta. Eso no significa que Rafael de la Calle vaya a abandonar el sector.
Era un punto de encuentro para los amantes del teatro y del cine. En las jornadas de la Seminci no era raro cruzarse con directores, actores y actrices. Hace tres años, el hostelero Daniel Pardo abrió Ambigú Café y Copas frente al Teatro Calderón después de tomar el relevo a la Cafetería Magnolia. Después del confinamiento de marzo, Pardo no volvió a abrir sus negocio. El 5 de junio devolvió las llaves al propietario del local. No así con su bar La Bamba, en la calle Librería, que ha mantenido su actividad durante todo el verano hasta que el 30 de septiembre lo traspasó. Desanimado porque no veía que mejoraran las cosas y con ganas de recuperar su vida privada, a la que deja poco tiempo y espacio la hostelería, Daniel Pardo decidió cambiar la vajillas por los apuntes para preparar unas oposiciones a funcionario. «Esta crisis ha sido el detonante para cambiar de vida, tengo una hija de seis años a la que no veía» señala. De esa manera, a sus 45 años, ha dicho adiós a un sector en el al que ha dedicado su vida desde los 18, en locales tan conocidos como Café España, Velay, El Intermedio, Atlas, o Valtierra, algunos de ellos cerrados hace muchos años.
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También los propietarios de El Portalón de O'Donnell, en la calle Manzana, cerraron el pasado 9 de agosto, hicieron las maletas y abandonaron Valladolid para buscar mejor suerte en Gandía (Alicante). Sonsoles Becares y Rubén Martín trabajaron durante 14 años en el antiguo Fortuna y, en junio de 2019, emprendieron para regentar su propio negocio, sin saber lo que se les venían encima. Una pandemia que les ha llevado primero a la desesperación y después al cerrojazo y el desencanto. «No nos salían las cuentas, así que nos hemos venido a vivir a Gandía para buscar trabajo», afirmó Sonsoles por teléfono.
Desde los 13 años hasta los 69 en el sector de la restauración. Estos 56 años han dado para mucho en la vida profesional de un restaurador como Ángel Cuadrado. Tuvo su primer empleo en el desaparecido Parador de Simancas, perteneciente al Hotel Conde Ansúrez, un establecimiento mítico situado entonces en la calle Doctrinos esquina con María de Molina, del que eran socios los exitosos empresarios Santiago López (Fasa Renault) e Isidro Rincón (Europac), que para Cuadrado fue su «escuela de hostelería». No solo para él, para muchos otros hosteleros de la ciudad que formaron parte de sus grandes brigadas de camareros y cocineros. Después pasó al restaurante La Barra, lo que hoy es la Cafetería Oxford de la calle Claudio Moyano. Tras unos meses en Mallorca y Madrid, regresó a la capital vallisoletana para trabajar los veranos en Los Cedros, en la Carretera de Madrid.
En 1970, comenzó una de las etapas más prometedoras de su vida profesional en La Fragua, un restaurante emblemático situado en el Paseo de Zorrilla, que fue montado por el zamorano José Antonio Garrote (su legado continúa con sus hijos) y donde Cuadrado estuvo una década junto a muchos otros cocineros, como Jesús Ramiro. Pero ya antes, el 14 de febrero de 1977, abría junto a Terenciano Panero otro de los mesones vallisoletanos sobre los que se han escrito muchas líneas, el Mesón Panero. Ambos establecimientos lograron las primeras estrellas Michelin para Valladolid: La Fragua en 1978 y Mesón Panero en 1979.
El Mesón Panero de la calle Marina Escobar también fue un referente nacional hasta que cerró sus puertas el 1 de marzo de 2012. Sus Jornadas de la Cocina Castellano-Leonesa ponían en valor los mejores guisos tradicionales elaborados con los productos de la comunidad autónoma durante 34 años y lograron congregar a los más granado de la sociedad. Ángel Cuadrado explica que «las jornadas fueron evolucionando con el tiempo a platos más modernos sin perder la esencia castellana y leonesa», incluso un año coquetearon con la entonces admirada cocina francesa pero los gustos de sus clintes no caminaban por esos derroteros.
Toreros, actores y artistas del momento se contaban entre su clientela. Toreros como Palomo Linares o Paco Camino, que se hospedaban en el mencionado hotel Conde Ansúrez, eran habituales en los comedores de Panero. Los diestros comían a media mañana a puerta cerrada para tener tiempo suficiente para descansar, concentrarse y vestirse de luces antes de acudir al coso del Paseo Zorrila a hacer el paseíllo. El chef recuerda que aquella época, para dar ambiente durante las cenas, «todas las noches venía a cantar Rafael El Gitano y su hijo», en una ciudad siempre seducida por el flamenco y el arte jondo. Un año recibieron a la mismísima Lola Flores, a la que tuvieron que dar de cenar a las tantas de la madrugada.
Pero ahí no queda la carrera profesional de Ángel Cuadrado. También junto a Terenciano, en 1981, pusieron en marcha El Figón de Recoletos, antes de traspasarlo en 1984, y el Stelton, un bar de copa con sesiones de piano en directo.
Por todo ello, la desaparición del restaurante María Gastronomía, o María a secas, simboliza mucho más para Valladolid que el cierre de un negocio. Supone casi el aldabonazo definitivo a un tipo de restauradores con mayúsculas que se encuentran al borde de la extinción. Sin pretender ser pesimistas, a estas alturas pocos quedan en pie, entre ellos el más longevo de la ciudad, La Goya en la avenida de Salamanca, y La Criolla en los aledaños de la Plaza Mayor, mientras la hostelería busca nuevas fórmulas para sobrevivir con muchas dificultades en tiempos de pandemia.
En Madrid, no van mejor las cosas para el sector. Esta misma semana se ha conocido el cierre definitivo del mítico restaurante Zalacaín, el primero que tuvo en España tres estrellas en la Guía Michelin en 1987. Este templo de la gastronomía se ha despedido también a consecuencia de la crisis económica provocada por la pandemia.
Alejandra Cuadrado había estudiado Turismo y quiso unirse a su padre, pero antes este envió a su hija a las cocinas de los restaurantes Martín Berasategui (San Sebastián) y Casa Gerardo (Prendes, Asturias) con la esperanza de que abandonara una profesión «tan bonita y a la vez tan esclava». También estudió en el Basque Culinary Center, antes de decidirse a trabajar en el restaurante María, donde logró mantener la base de una cocina tradicional preparada con productos de la tierra y toques de vanguardia para atraer a las generaciones más jóvenes.
De hecho, era habitual encontrar en este establecimiento de la calle Rastro a familias enteras que han sido clientes de Ángel durante décadas para comer sus propuestas más clásicas, como las patatas a la importancia, y gente más joven a degustar sus tapas y sus cócteles en la barra renovada. Los confirma el hostelero, «Ha conseguido junto a Cristina acercar la gastronomía a la gente más joven, conservando a las antiguas generaciones de mi época».
Otro de los aspecto que destaca el cocinero es que, desde su punto de vista, «ha sabido formar a la perfección a un equipo de personas que la han seguido, respetado y protegido hasta el final». En efecto, Alejandra confirma que la formación de su plantilla siempre ha sido prioritaria, tanto en cocinas como en sala. Considera que el servicio es clave en los negocios de restauración de manera que recuperó una forma de atender casi perdida. Se refiere al servicio a la francesa con mesas auxiliares como en los grandes restaurantes con o sin estrella. «He invertido mucho tiempo y dinero en preparar al personal que ha trabajado conmigo. Les he dado formación hasta el último día», asegura.
Pero la pandemia ha terminado con todo ello. «Si pones todo en una balanza no es la vida que quieres, trabajas un montón de horas y tienes problemas para encontrar personal. Con la pandemia era imposible. No estoy dispuesta a pasar otra crisis». Había sacado a todos los empleados del ERTE y la única solución era pedir un crédito del ICO o cerrar. Al final, ha decidido echar el cerrojo y retomar una idea que había abandonado hace años: pertenecer a las Cuerpos y Fuerzas del Estado. Y en ello está. Quizás dentro de un año se la encuentren por la calle con el uniforme de la Policía Municipal de Valladolid ejerciendo unas nuevas funciones.
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