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La directora, Lourdes Castro, toma la temperatura a los alumnos antes de entrar al colegio. Rodrigo Jiménez
Coronavirus en Valladolid: Así es un día de clase en plena segunda ola

Así es un día de clase en plena segunda ola

El colegio Rafaela María de Valladolid, con unos 200 alumnos, abre sus puertas a El Norte para conocer qué medidas adoptan para esquivar el virus

Eva Esteban

Valladolid

Domingo, 20 de septiembre 2020, 07:39

Son las nueve menos veinte de la mañana y varios profesores del colegio Rafaela María de la capital vallisoletana ultiman instrucciones frente a la secretaría del centro. Intercambian opiniones sobre cómo prevén una nueva jornada lectiva, la sexta de este curso marcado por la implementación de estrictas medidas de seguridad y un sinfín de protocolos para esquivar a la covid-19. Sus miradas revelan complicidad. Son una «piña». «Vamos, a por otro día más», alienta la directora, Lourdes Castro. Se dirigen hacia una de las puertas de la escuela, con salida hacia Fray Luis de León, donde les esperan los alumnos de Educación Infantil y Primaria con sus mochilas cargadas de libros, pinturas y una buena dosis de incertidumbre. Los de Secundaria hicieron lo propio cuarenta minutos antes, a las ocho y diez, en su caso por Galera.

Ya han asimilado el ritual de acceso. Los más pequeños, los últimos. Los escolares de los tres primeros cursos de Primaria a un lado de la calle y los de cuarto, quinto y sexto, a otro. Mantienen, además, la distancia entre compañeros. Doblan las palmas de sus manos para que les echen gel hidroalcohólico y algunos se retiran el flequillo para que les tomen la temperatura. Es correcta y todos pueden acceder a las instalaciones. En menos de diez minutos, sobre las nueve, los cerca de 200 alumnos –incluidos los de Secundaria y Ciclos Formativos– ya están en sus aulas.

La entrada escalonada es la primera norma a seguir en la vuelta al cole «más difícil y atareada» a la que se ha enfrentado el claustro, formado por 24 profesores.

La «punta del iceberg», como se refiere la responsable del centro, de un amplio protocolo en el que llevan trabajando desde principios de julio. «Todos los profesores han hecho un esfuerzo grandísimo para poder adaptarnos a la normativa y hacer del colegio un lugar seguro; hemos ido todos a una y hemos estado en todo momento unidos, que eso también se agradece», reconoce Castro, quien incide en que son varios los ajustes que han tenido que efectuar en las últimas semanas para cumplir con las exigencias. «Cuando nos fuimos, dejamos ya hecha toda la señalización, pero nada más volver fue un dolor de cabeza; nos dijeron que el metro y medio entre pupitres era obligatorio y nos pasamos dos o tres días vaciando clases y sacando armarios y estanterías para poder cuadrarlo». Un mobiliario que descansará los próximos meses en uno de los extremos de la antigua clase de música, hoy reconvertida en aula para el primer ciclo de la ESO.

Una mañana en el colegio Rafaela María de Valladolid. Rodrigo Jiménez
Imagen principal - Una mañana en el colegio Rafaela María de Valladolid.
Imagen secundaria 1 - Una mañana en el colegio Rafaela María de Valladolid.
Imagen secundaria 2 - Una mañana en el colegio Rafaela María de Valladolid.

Nada en este centro queda a merced de la improvisación. Grupos estables de convivencia, baños exclusivos para cada uno de ellos, niños que no se juntan con los de otros cursos, entradas y salidas escalonadas tanto al recreo como al comedor, patio dividido en zonas separadas entre sí para evitar que se entremezclen unas clases con otras, dispensadores de gel de manos cada pocos metros y ventanas abiertas de par en par para ventilar los espacios.

Los 'babis', solo en Infantil

Este año, asimismo, no hay 'babis' para los escolares de primero de Primaria. Solo lo tienen los de Infantil y «bajo ningún concepto» sale de las instalaciones. Es el propio centro el que se encarga de su lavado y desinfección. «Son grupos que no están en contacto con otros niños, solo con los de su clase, y si algún padre quiere que su hijo de Primaria lo lleve, será con la condición de que se lo lleve a casa y lo lave ahí», argumenta la directora.

Todo, para sortear al virus y poder desarrollar el curso «lo más normal posible dentro de esta situación excepcional». «Es un curso raro para todos, pero necesitábamos venir y estar en clase presencial; tenemos que hacer un sobresfuerzo, sí, pero la verdad es que merece la pena», sostiene Castro, al tiempo que hace hincapié en la «responsabilidad de los niños». «Nos ha sorprendido lo bien que se están adaptando; tienen muy interiorizadas las medidas de higiene y seguridad y muchas veces son ellos los que se dirigen a nosotros para que les echemos gel. Están muy pendientes de todo», añade.

Por otra parte, se han minimizado los desplazamientos y salidas de las clases. Cada vez que un estudiante lo hace, ha de rociarse las manos con higienizante. «Es una condición indispensable. Además, para reforzar la limpieza, una persona viene por la mañana a controlar que los dispensadores estén llenos, limpiar los baños y zonas comunes...».

Largas jornadas entre reuniones, horario lectivo y más protocolos

«Desde de la vuelta en septiembre es un no parar. Solo descanso cuando duermo. Y como yo, el resto de profesores». Así resume la directora del colegio Rafaela María, Lourdes Castro, las jornadas maratonianas que se han apoderado de su día a día. A las horas lectivas –acuden al centro escolar unos veinte minutos antes que años anteriores y se van más tarde, cuando dejan todo recogido–, hay que añadir la preparación de las clases, las reuniones y la preparación y adaptación de nuevos protocolos. «A mayores hay que preparar las tareas para el día siguiente;entre unas cosas y otras se te consume todo el día», reconoce.

Una realidad a la que, dice, ya se han «acostumbrado porque el curso será así». «Lo más importante es que no registremos casos y estemos todos bien», concluye.

Son las diez y media de la mañana y el grupo de tercero de Infantil es el primero en salir al recreo. Su maestra, Conchi, vigila que no se aproximen a los columpios, precintados con una señal de prohibido para que «sea más fácil asociarlo». Los siete niños que acuden a ese día a la escuela permanecen unidos. Hablan, corretean y juegan al pilla-pilla. Al mismo tiempo pero en otro espacio al aire libre, en el patio de «los mayores», los alumnos de primero de Primaria dan clase de Educación Física, una de las labores «más complicadas porque el profesor tiene que preparar ejercicios sin contacto y para los niños es un poco molesto correr con la mascarilla puesta», como matiza Lourdes Castro.

La lección termina a las once y veinte, y cinco minutos después es el turno de descanso de segundo, tercero y cuarto de Primaria. Tienen tan solo veinte minutos «para estirar las piernas», diez menos que en años anteriores. «Tenemos la idea de implantar juegos motrices como la rayuela, que no necesiten contacto pero para que los niños puedan estar entretenidos. Al final no pueden jugar, no pueden hablar con otros cursos ni jugar al fútbol, y ellos lo notan. Entiendo que se aburran», subraya.

Después de cuarenta minutos de jolgorio, griterío y movimiento continuo por baños y pasillos –el recreo de cuarto, quinto y sexto de Primaria finaliza a las 12:05 horas–, el Rafaela María retoma la tranquilidad. Tan solo el hilo de voz de los maestros que dejan la puerta de sus aulas abiertas rompe el silencio atronador que prevalece en este colegio del centro.

Menos usuarios en el comedor

Así permanece, al menos, una hora y media más, hasta las dos menos veinte, cuando los escolares de Infantil salen de forma gradual. Unos se marchan a casa. Otros, al comedor. Aunque con muchos menos acompañantes que otras veces. «Hemos notado una baja muy importante en cuanto a solicitudes y, por tanto, hay una disminución importante tanto en este servicio como en el de Madrugadores», apostilla la directora. Pese a ello, han fijado dos turnos de comida para que «cuanta menos gente coincida, mejor». Cuando los más pequeños terminan, se desinfecta todo el espacio y se pone a punto para recibir a la segunda tanda de alumnos, a las tres menos cuarto de la tarde.

A las tres de la tarde se consume la vida en el Rafaela María. Hasta el día siguiente, cuando pongan de nuevo a prueba los protocolos diseñados. «Va a ser un curso raro», sentencia Castro.

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